El Gobierno cubano informó un grupo de medidas económicas en la Mesa Redonda del 15 de agosto de 2022, como parte de un «paquete» anunciado el 21 del mes anterior.
Con su puesta en práctica, quedará legalmente abierta la posibilidad formal de surgimiento de tiendas en MLC para el comercio minorista, bajo la forma de empresa mixta (capital cubano estatal o militar, en asociación con capital extranjero).
Y es que, ante la clara incapacidad del Gobierno de generar una oferta suficiente en las tiendas en MLC (luego de dos años de experimento fallido), parece ser un (buen) nuevo paso convertir algunas de ellas en empresas mixtas (y, ¿por qué no?, en tiendas de capital foráneo 100 %).
La medida tiene (cierto) sentido económico desde una primera lectura convencional, pues el Gobierno se aliviaría de una serie de gastos significativos en divisas (los de importación de bienes, sobre todo). A la vez, obtendría un porcentaje de las ganancias, ya sea vía impuesto (35 % sobre las utilidades es una opción) o como el socio cuyo aporte serían las instalaciones, trabajadores, entre otros. Parece sencillo: el capital extranjero garantiza la oferta y mejora/continúa la recaudación de divisas por remesas y la presión para que se sigan enviando.
Sin embargo, la introducción de la lógica (in)cambiaria cubana, esa relación del CUP con la divisa y la MLC —como (el) fetiche de esa relación—, modifican el escenario y los resultados.
Las remesas y las tiendas
Para la «creación» de la moneda libremente convertible (MLC) —espejo monetario de divisas que solo tiene valor en Cuba—, se hace una simple transferencia desde el exterior, o un depósito en euros u otra moneda extranjera (excepto dólares estadounidenses) desde Cuba. Por ambas vías, el Gobierno recibe divisas, directamente bancarizadas (saldo disponible en un banco fuera de Cuba) o pendiente de bancarizar. Así, por cada MLC de saldo en una tarjeta, el Gobierno tiene divisas en la misma cantidad (salvando las pequeñas variaciones en las que por 100 euros registran 98 MLC).
Por ejemplo, una tienda en MLC perteneciente a la recién creada y ficticia empresa mixta X importará mercancías cada mes por un costo de 100 mil USD y formará precios de venta con un margen comercial de 100 %. Como resultado, sus ingresos por ventas serán de 200 mil.
Las tiendas en Cuba no están autorizadas a vender en divisas en efectivo, y tampoco los cubanos se caracterizan por tener cuentas en bancos extranjeros (debido a sus bajos ingresos y a las medidas unilaterales de Estados Unidos). Por tanto, con la salvedad de que el Gobierno cubano declare formalmente el «capitalismo monopolista de Estado» imperante en el país, la hipotética tienda de X solo podrá vender en MLC. Únicamente cobrará en divisas en el exterior, cuando reciba pagos con tarjetas de créditos, ya sea en manos de extranjeros o de titulares cubanos de cuentas en el exterior. Recuérdese que, cuando se compra con MLC, el Gobierno recibió esa divisa en el exterior. Por lo tanto, esa compra no representa un ingreso, sino una especie de cierre de ciclo.
¿Para qué la parte extranjera de X quiere cobrar sus ingresos en MLC?, luego de haber importado por un valor de 100 mil USD y haber vendido por 200 mil. Porque, como mínimo, necesita disponer de 100 mil USD para reinvertir, ya que con 100 mil MLC no puede (¿o fuera de Cuba alguien aceptará pagos en MLC?). Por lo que, de los 200 mil USD que el Gobierno recibió por concepto de remesas, al menos 100 mil deberán ser pagados al socio extranjero; si es que quiere que este siga importando mercancías.
De los 100 mil restantes, hay que deducir los salarios de los trabajadores de la tienda, así como otros gastos que pueden ignorarse en este texto con fines ilustrativos. De ahí que, de la ganancia de 100 mil, al Gobierno le corresponderá un porciento por impuestos o la parte que le corresponde como socio, lo que dependerá de los acuerdos previos y los aportes al capital.
Por último, suponiendo que en este caso el Gobierno tiene derechos a la mitad de las utilidades, de los 200 mil USD en remesas que recibió en un banco en el exterior, le corresponden 50 mil. Llevado a escala, podría quedar que, de mil millones de dólares que vayan al Gobierno por concepto de remesas, solo 250 millones quedarán en sus manos.
No es un negocio tan bueno como parece. No es lo mismo invertir 100 millones para tener un ingreso de 250 millones (150 de ganancia por ventas), que perder 750 millones, de mil millones que se reciban. Solo por ser el que pone las reglas del juego o el «dueño del circo». Es el equivalente a invertir 750 millones para ingresar mil millones (y una ganancia de 250). A los estándares del Gobierno, X dejaría una rentabilidad muy baja. X no es el mejor negocio posible. Muy poco para invertir en hoteles y para asignar (redistribuir) divisas.
El dinero de las tiendas y las tiendas
Lo más relevante de la empresa X es el tremendo costo de oportunidad que representa renunciar a esos 750 millones (puede que tengan mayor relevancia que la parte de la ganancia: 250).
Con el esquema actual de tiendas en MLC (100 % cubanas), el Gobierno también debe destinar montos similares (750 de cada mil) a reinvertir en dichas tiendas, pero nada lo obliga a hacerlo. Así, por ejemplo, además de emplear su ganancia como desee (hoteles, por solo mencionar), la parte de reinvertir (reponer oferta) puede emplearla en (terminar de) pagar alguna deuda urgente cuando no le quede más remedio; cubrir una urgencia (como dijo el presidente, en arreglar o remendar las desatendidas termoeléctricas), pagar importaciones a instituciones que no generan divisas, asignar y reasignar divisas, que es exactamente lo que ocurre.
Por simple aritmética se puede saber que toda aquella divisa que reciba una persona o institución que no la genera es financiada con la que obtuvo otra. Y como la red de tiendas en MLC recauda muchas divisas, resulta un financista clave (no el único) del resto de la economía que no genera divisas. Funcionan como un instrumento de subsidio al resto de la economía doméstica, cargando la ineficiencia y a los que por su labor social no les corresponde generar divisas directamente.
Los ingresos por las tiendas son algo así como una «hucha» de la que el Gobierno va cogiendo para lo que haga falta, en función de sus intereses, proyecciones y necesidades. Con el alto costo de no renovar los ciclos económicos en la magnitud correspondiente y generando escasez. Esa es una verdad que el estado de la infraestructura del país dice a gritos.
De esta dinámica surge la MLC fiduciaria, como parte del mismo proceso y correlato monetario. Esta no es más que el saldo de MLC cuya contraparte en divisa no se empleó en importar bienes y su expresión más clara es la escasez de bienes en las tiendas en MLC (y en el resto de la red de tiendas nacionales).
La descapitalización crónica
Lo descrito anteriormente es resultado de las mismas reglas que los gobernantes cubanos imponen. Por ello, con el dinero de las remesas no les queda otra posibilidad que cubrir más gastos que los que la ciudadanía tiene acceso a saber.
En realidad, se trata de una práctica gubernamental que destruye los ciclos «naturales» de reproducción económica, al limitar la renovación del capital invertido (capital comercial, en este caso). Sin embargo, no es algo que se limita al uso y gestión de las divisas en materia de importaciones. Se trata de una proyección del Gobierno que durante décadas ha sido la «descapitalización por redistribución». El fruto ha sido la reducción de la producción nacional, como una especie de «automutilación productiva» y de la capacidad de ofertar bienes, del «capital social», en términos de Marx. De hecho, es casi el mecanismo implícito en el método de agregación y desagregación del presupuesto del Estado, al menos en condiciones de escasez.
Se trata de un rasgo patológico. «Descapitalizar por redistribución» es la necesidad del «patrón de acumulación» que caracteriza el ciclo económico cubano actual. Desinversión continua, en términos tradicionales. Además, la opacidad de los criterios y la elaboración de estos para decidir cómo hacer la redistribución sugiere un esquema de corrupción.
Luego, limitar la creación de riqueza deviene la consecuencia esencial de esa «política económica», al obligar a una redistribución siempre perjudicial de aquella (en este caso específico, la divisa). Su punto de llegada es tener un Gobierno con pocas divisas para cubrir los gastos de su Estado, encerrado en su propio laberinto.
En resumen: no emplear el dinero recaudado en lo que corresponde de manera «natural» (reponer la oferta y ampliarla), producto de la necesidad del Gobierno de subsidiar, no es algo aislado o coyuntural. Por el contrario, es inherente a la lógica de funcionamiento de las tiendas en MLC y la gestión de las remesas (de cualquier instrumento que sirva para la recaudación de divisas).
El dinero del socio extranjero
Con la tienda X, el Gobierno no podrá (si quiere que la alianza continúe) coger toda la parte correspondiente a la reinversión, sino que tendrá que dejarla al socio extranjero para que lo haga él. El Gobierno no podrá hacer con el dinero lo mismo que ha venido haciendo hasta ahora. Solo le tocará su parte de la ganancia, y listo.
Esa es la contradicción para la creación de X. Su vida económica normal necesita que la parte extranjera cobre su ganancia y recupere costos para reinvertir. Mientras que la supervivencia del Gobierno cubano pasa por destinar a otras partidas una fracción de esos costos que se deben reinvertir. Entonces, no es que el lado extranjero corra el riesgo de no recuperar en divisas. Es que va a ir justo a donde el hecho de que las recupere sea contrario a los intereses y necesidades de su socio.
En resumen, la creación de tiendas en MLC como empresa mixta no conviene al Gobierno cubano. Le quita la posibilidad de, tal y como está acostumbrado, disponer de la divisa imprescindible para renovar ciclos productivos con mayores niveles de «libertad». Aunque eso implique no renovar oferta o capacidades productivas.
Por otro lado, sí le conviene tener cómo crear la oferta para seguir en el extractivismo de remesas (tan éticamente cuestionable) que lo convierte en un Estado altamente rentista.
De ahí que el Gobierno deba decidir entre disponer de esa mayor «libertad» sobre los ingresos por remesas o garantizar la oferta para su fin recaudatorio (con el costo de perder la libertad sobre las divisas). La primera le permite poner parches con divisas a lo que la falta de eficiencia de sus otras empresas no puede cubrir, pagando como precio la escasez y empujar más la economía a la deformación estructural.
El relajo también ayuda
Por último, queda el olvidado Liborio.
El único beneficio que podrían tener esas tiendas para el ciudadano común es que, quizá, habrá un poco más de oferta en una moneda que no es en la que cobra y que debe pagar muy cara en el mercado informal. Pero el bienestar individual para cada ciudadano es relativo, sin contar además la dolarización y la consecuente desvalorización del peso cubano.
¿No era que del capital a reinvertir en las tiendas en MLC se financiaba, cuando era para fines nobles, la reparación y el remiendo de termoeléctricas, hasta que alguna potencia done para hacer una buena inversión? ¿Y cómo se pagarán los gastos en divisas (importación) de las instituciones que no las generan? No se puede perder de vista que el turismo sigue sin recuperarse y no es tan rentable, debido a los altos costos de importación.
En pocas palabras, puede que haya más bienes para comprar en dichas tiendas, pero quién sabe qué falte por otro lado (quizá las termoeléctricas estén peor, suponiendo que sea posible).
Las tiendas en MLC, como empresas mixtas, serían un mecanismo de redistribución de los ingresos de divisas del Gobierno, pero no un instrumento de generación directa de divisas. Más bien, de gestión de estas. El Gobierno restaría de la inusual y tradicional hucha para dar a las empresas extranjeras (que sí generarán oferta).
La generación de más divisas, en todo caso, depende de la capacidad de las tiendas de presionar a los «remesadores» a enviar más.
Por si fuera poco, los precios de los bienes no necesariamente apuntan a una mejoría. Bien podrían las empresas extranjeras negociar con el Gobierno y mantener la estructura monopólica actual y, para ambas partes, obtener más ingresos. De hecho, las políticas del Gobierno siempre apuntan a esa estructura de mercado. Entonces, lo más probable es que haya qué comprar, pero igual de caro. ¿Para qué bajar precios cuando se tiene a los consumidores en una suerte de caja de la que no pueden escapar?
El Gobierno cubano tiene asesores, grupos de profesionales en distintas áreas de la política económica, y cualquiera de ellos debe haber notado lo aquí expuesto. Quizá no se permitan una torpeza así; sobre todo, cuando existen mejores opciones para los fines recaudatorios del Gobierno.
La familia paga
Uno de los experimentos más atractivos, macabros y vergonzosos para el ciudadano cubano, que combina muy bien con el grado de libertades políticas y económicas que se «disfrutan» en Cuba, es el de las tiendas online Katapulk, Supermarket23 y Mall Habana.
A través de estos ecommerce, la familia en el exterior paga con divisa bancarizada una compra de bienes dentro de Cuba. La particularidad y, a la vez, el daño principal a la economía cubana es que estas tiendas no generan, hasta ahora, su propia oferta. En otras palabras: no importan productos para luego venderlos, sino que venden de la misma oferta que hay en Cuba (de producción nacional e importada previamente). No es un aumento de oferta, sino una forma de venderle al mejor postor (el que paga con divisas bancarizadas). De ahí que haya productos que solo se pueden comprar en esas plataformas. El monopolio se aprovecha de la escasez.
Pero este esquema de negocio resulta insostenible cuando la escasez impide tener niveles de ofertas mínimos y, sobre todo, no desabastecer de manera preocupante el resto de las tiendas, tal y como ocurre hoy. Incluso, es peor: en esas plataformas, en las que solo se puede pagar desde el exterior, también hay escasez. Necesitan oferta.
Ahí es donde entra el esquema similar, pero se suma que la parte extranjera (o del exterior) no solo venda, sino que también genere la oferta mediante la importación.
¿A nadie le pareció raro que la ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Velazquez, insistiera en que el Gobierno tiene una red de conservación y resguardo de mercancías que es independiente de las de las bodegas y las tiendas en MLC actuales?
El funcionamiento podría quedar más o menos así: una empresa extranjera importa a Cuba bienes de consumo, los vende online del mismo modo que Katapulk (se paga con divisas bancarizadas). Para almacenar los bienes de consumo está disponible un sistema de almacenes y neveras, tal y como afirmó la ministra. Pues, lo más probable, es que los hacedores de política (en ese caso, los que llevan a escala nacional las prácticas de un «negociante» de barrio) y la élite dueña del «negocio Cuba» valoren esta nueva etapa. Sus ingresos serían por el almacenamiento como servicio y, por qué no, las entregas a domicilio. Tampoco puede faltar el impuesto correspondiente por comercializar en el país. No digo que lo vayan a hacer. Ni siquiera que me parezca una medida encaminada a mejorar la crisis del país. Sino que es un escenario que contribuye con los intereses que normalmente persiguen las decisiones tomadas desde la máxima dirección del país.
Se trata, sin dudas, de una acción que, de expandirse, aportaría un nuevo y robusto mecanismo de recolección de divisas y pondría en duda el destino de la MLC; sobre todo, en un contexto en el que cubanos se hacen sus propias compras desde el exterior, mediante diferentes pasarelas de pago. Pero eso merece otro análisis.
Conclusión
Crear tiendas en MLC como empresa mixta no es ni siquiera una alternativa que sirva de paso intermedio para una serie de transformaciones estructurales positivas a futuro, más allá de un simple cambio formal con impacto ideopolítico y propagandístico.
Tampoco se trata de un cambio significativo dentro de la lógica del sistema, sino que más bien sería un paso para fortalecer el mecanismo rentista del Gobierno y enraizar aún más la dependencia de la economía cubana a las remesas. Mientras, sigue existiendo todo un sistema empresarial improductivo con el que el Gobierno no decide hacer nada que lo ponga a producir eficientemente.
Por último, no representa la alternativa más jugosa para el Gobierno, al menos no lo es más que expandir el esquema Katapulk 2.0, en el cual es la parte extranjera quien pone la oferta de bienes a través de la importación.¿ Y si abren supermercados extranjeros en La Habana?
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