frutas y vegetales en un mercado de Cuba

Foto: elTOQUE

«Estanflación» en la economía cubana

13 / julio / 2023

Cuba atraviesa una delicada situación económica. El Producto Interno Bruto (PIB) se contrajo en 2019, y se hundió casi un 11 % en 2020. La recuperación ha sido insuficiente. Los niveles de producción de la mayoría de los rubros claves se mantienen muy por debajo de los valores anteriores a la pandemia. Luego de casi tres décadas con tasas oficiales de inflación de un solo dígito, el crecimiento de los precios se aceleró de forma notable desde el año 2020, y se disparó desde 2021.

La combinación de bajo o nulo crecimiento económico con un rápido aumento de los precios fue condensada en un concepto, estanflación. Este fue acuñado durante los años setenta para dar cuenta de un fenómeno que entonces dejó perplejos a economistas y a autoridades. 

El vocablo, resultado de la combinación de los términos estancamiento e inflación, surgió para describir la situación económica de países como Estados Unidos y varios de Europa Occidental en los que se observaba cómo la prosperidad de la posguerra daba paso a una realidad menos satisfactoria. El nuevo escenario contenía dos ingredientes, cuya manifestación simultánea no estaba contemplada por el paradigma económico dominante, el keynesianismo. 

De acuerdo con los postulados del keynesianismo, las variaciones del producto (PIB, producción) a corto plazo estaban determinadas, en lo fundamental, por el nivel de la demanda agregada. A fines de la década de los cincuenta, el economista neozelandés William Phillips verificó una relación inversa entre la tasa de variación de los salarios y el nivel de desempleo. La regularidad, observada inicialmente en los datos del Reino Unido, se conoce como la curva de Phillips, y ha sido confirmada (y también cuestionada) para otros países. La forma específica de esa relación ha cambiado con el tiempo. Se habla de inflación, en sentido general, en sustitución de la tasa de aumento de los salarios nominales. También se usa algún indicador de actividad económica como sustituto de la tasa de desempleo; por ejemplo, la brecha del producto o incluso la tasa anual de variación del PIB. La brecha del producto se refiere a la diferencia entre la producción máxima de una economía cuando está empleando plenamente sus factores productivos, y lo que está produciendo efectivamente en un momento del tiempo. Otras especificaciones muy populares establecieron una relación entre los cambios en la inflación y el nivel de desempleo.

Si esta relación empírica es cierta, entonces la estanflación aparece como un fenómeno anómalo. En principio, no debería existir un escenario con alta inflación y elevado desempleo; este último como equivalente a estancamiento e incluso recesión. La aparente relación que se observa en los datos sugiere una relación de causalidad. 

Una parte importante de la explicación se halla en que el contexto de la posguerra se modificó de forma notable durante los setenta. Durante esa década, la economía de muchos países occidentales sufrió varios choques negativos de oferta, como el estancamiento en el crecimiento de la productividad del trabajo y el aumento del precio del petróleo, que incrementaron la inflación permanentemente para cualquier nivel de actividad económica. 

La relevancia de la relación propuesta en la curva de Phillips radica sobre todo en su utilidad para la política económica. Las autoridades pueden tratar de estimular la demanda agregada para reducir el desempleo, pero saben que hay un «costo» en términos de aceptar un crecimiento más rápido de los precios. Ese trade-off continúa siendo uno de los más debatidos en la macroeconomía.

Visto esto, ¿es adecuado el uso del término estanflación para describir la realidad cubana actual? La respuesta corta es depende. Si se emplea para resumir un contexto de crisis económica y elevada inflación, por supuesto que es útil. 

Al asumir las limitaciones que tiene la metodología oficial para medir la inflación en los mercados de consumo en Cuba, el aumento de los precios se ha acelerado notablemente desde 2020. Entre 2010 y 2019, la tasa promedio de inflación fue de casi un 1 %, considerada muy baja. En 2020 fue de 18.5 %; en 2021, un 63.4 %; y 39.1 % en 2022. Por otra parte, otras medidas de la evolución de los precios en una economía, como el deflactor del consumo de los hogares, mostraron incrementos muy superiores en 2021, de alrededor de un 439 %. Lo que es una medida más cercana a lo que la gente observó en la práctica.  

Sin embargo, en mayo de 2023, la inflación medida en el Índice de Precios al Consumidor (IPC) oficial se ubicó en 45.5 % frente a 26 % en mayo de 2022. O sea, el ritmo de aumento de los precios se aceleró en los últimos meses. La tendencia está liderada por los alimentos y el transporte urbano. 

Por otro lado, la recuperación de la economía ha sido muy lenta, no solo en relación con otros países similares, sino respecto al crecimiento económico promedio desde 1994. Las cifras de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) muestran que, entre ese año y 2019, el PIB real creció a una media de 3 % anual. En 2021, lo hizo en un 1.3 %, mientras que en 2022 la medida fue de un 2 %. 

Las autoridades cubanas pronostican un 3 % de incremento en 2023 (la CEPAL lo estima en 1.5 %), pero varios sectores clave arrojan números desfavorables durante el primer semestre. Tal es el caso de la industria azucarera, el níquel e incluso el turismo que, aunque se recupera, queda por debajo de los planes.

Las cifras históricas desde 1990 indican que los años con las tasas de inflación más elevadas se corresponden con la ocurrencia de choques adversos de oferta, fundamentalmente derivados de un contexto de escasez de divisas que deprime las importaciones. En todos los casos las autoridades optaron por mantener déficits fiscales abultados como vía para mostrar la prioridad que se otorga al gasto social. Pero eso dista de ser efectivo para reanimar la economía. En lo fundamental, porque es la disponibilidad de divisas la variable clave, no la cantidad de pesos circulando internamente. Lo que sí se consigue es ensanchar la brecha entre oferta y demanda, resentida por el colapso de las importaciones. 

Si existía alguna similitud en la manifestación del fenómeno estanflación respecto a otros contextos, no es tanto así con las implicaciones que tiene para la política económica. Sin extender demasiado aquel episodio, los países occidentales eventualmente lograron superar los choques de oferta de los setenta, y en 1979 la Reserva Federal comenzó una agresiva campaña de incrementos de tipos de interés para combatir la inflación. Ello condujo a una recesión con el consiguiente aumento del desempleo, y la inflación terminó cediendo.

Este último canal tiene escasa relevancia para Cuba. La brecha entre oferta y demanda es amplia, pero la inercia de la oferta es tan o más importante que la inflación de demanda. Si alguna lección se puede extraer de dicha dinámica es que el manejo prudente del gasto público ayuda a contener la subida de precios, pero no es una respuesta suficiente a problemas productivos más serios en una economía como la cubana. 

Controlar el déficit fiscal es un paso necesario, pero «enfriar» la economía en el sentido tradicional (contraer la demanda agregada) no lleva a ninguna parte. De hecho, lo que se requiere es reanimar la actividad productiva. Para ello, son necesarias reformas estructurales que conduzcan a incrementos sostenidos de oferta. Movilizar el ahorro externo es parte de la ecuación, pero las deudas hay que pagarlas. Es preciso producir y vender más en el resto del mundo. La pandemia afectó a todos los países, pero no en el mismo grado. Por conveniencia, algunos buscan en las sanciones de Estados Unidos el elemento diferenciador, dejando de lado las profundas distorsiones del sistema productivo cubano.

La «estanflación» cubana necesita un programa de «estabilización», pero, sobre todo, un programa de crecimiento y de diversificación productiva a largo plazo.

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