Foto: elTOQUE
El Suárez de Bauta: la nostalgia de un pueblo que perdió sus noches de cine
6 / abril / 2023
David tiene 22 años y cada diciembre, excepto en 2020 por la COVID-19, se desplaza varios kilómetros para asistir al Festival de Cine Latinoamericano. «Es una lástima que haya un cine en tu propio pueblo, a dos cuadras de tu casa, y funcione para cualquier cosa menos para proyectar películas». David vive en Bauta (provincia Artemisa), donde alguna vez se disfrutó de las largas tandas del Cine Teatro Suárez.
A principios de la década de los cuarenta, ese enorme edificio de la esquina donde colindan la calzada o avenida 251 y la calle 150 era una fábrica de fósforos. Su propietario era un comerciante y empresario llamado Aquilino Larrea. Con el fin de expandirse en el comercio, Aquilino montó una bodega en una de las esquinas más céntricas de Bauta, cediéndole el terreno de su fábrica a los hermanos Ramón y Manuel Suárez.
Los hermanos Suárez eran emprendedores culturales. En 1946, decidieron fundar un tercer cine en el pueblo. La idea pretendía aumentar y mejorar la vida social y cultural de los pobladores. Su éxito llegó a tal punto que se convirtió en el más grande, y pocos años después, en el único cine del pueblo. A la inauguración, fiesta multitudinaria, asistió la afamada cantante y actriz de cine, radio, teatro y televisión Rita Montaner, para el beneplácito de todos sus admiradores.
En 1946, nacieron Sylvester Stallone, Steven Spielberg, Susan Sarandon y también el Suárez
El Cine Suárez, además de las consecutivas tandas cinematográficas, se alquilaba para actividades diversas, variedades musicales, obras de teatro, concursos de belleza o su antítesis: el Míster Feo. La multiplicidad y la singularidad del proyecto atrajo público de pueblos aledaños y de la capital. Si bien Bauta pertenecía a uno de los veintiséis municipios de la entonces Provincia Habana, se encontraba a veinte kilómetros del Vedado capitalino; por lo que disponía de una ruta intermunicipal de ómnibus, algunos de los cuales eran propiedad de los propios hermanos Suárez.
La pantalla del Suárez, como le decían sus habituales clientes y espectadores, tenía dimensiones similares a la de los cines más importantes de la capital en aquella época. Además, era una de las pocas pantallas importadas de Europa en el país. El cine tenía un mobiliario fuerte, de madera dura y fina. Sus sillas y reposaderos fueron los mismos durante todo el tiempo que estuvo funcionando, casi seis décadas en las que no se necesitó cambiar ni una sola tabla del suelo.
La vida cultural y artística de todo el pueblo bautense aumentó considerablemente en los años cuarenta y cincuenta. Las noches se volvieron mucho más animadas y las opciones de ocio siempre estuvieron alrededor de la posibilidad de frecuentar el cine. Además de las películas, se podía visitar la cafetería/bar que estaba situada en el portal, cerca de la taquilla. Los precios nunca fueron exorbitantes. Los dueños supieron facilitar el mundo cinematográfico a todo tipo de bolsillos, mediante propuestas de dos por uno en las tandas, por ejemplo. Además de las populares promociones de las «noches de damas gratis», las «noches de chaperonas» y las tandas infantiles. El bautense conoció a Cantinflas, a Tin Tan, al ratón Miquito, a Charlie Chaplin y a Laurel y Hardy antes que la mayoría de los cubanos de su época.
El único evento distinto al disfrute cinéfilo que vivieron los clientes asiduos ocurrió en el baño para hombres del cine. Una célula antibatistiana colocó un petardo. El petardo nunca explotó, pero el revuelo armado fue como si hubiese explotado mucha dinamita. La finalidad de la acción era demostrar la existencia de estos grupos dentro del municipio. Además, pretendía contrarrestar la falsa imagen que promovía el Gobierno de Batista dentro y fuera del país de que en Cuba no existían problemas políticos de ningún tipo ni oposición armada. Con el petardo también se buscaba apoyar el Movimiento 26 de julio, en específico, la consigna de los tres ceros: cero cines, cero compras y cero cabarés.
Con el inicio del proceso revolucionario, había gran expectativa en la población sobre el destino del “Suárez”. El Cine fue parte de varios eventos multitudinarios, al mantener sus tandas fílmicas y ocupar muchas de las noches de ocio y cultura del pueblo bautense. El proceso de intervención a grandes empresarios y comerciantes nacionales tocó la puerta de la familia Suárez en 1960.
Andrés tiene 68 años y varias de sus memorias de infancia pertenecen al Suárez. «Yo me colaba muchas veces cuando era niño, porque como me había fugado de la escuela estaba vestido de uniforme, y así no me vendían entradas. Me gustaba ir con amigos para ver las comedias mexicanas. Desde que “alguien” cerró el cine hace como 20 años, nunca más he entrado en ninguno», asegura.
En 1960 nació el actor Antonio Banderas, fue estrenada el clásico del thriller Psicosis de Alfred Hitchcock y fue el año en que les quitaron el cine a sus dueños originales
El Gobierno cubano intervino el Cine Suárez en Bauta y también la franquicia creada en el actual municipio Artemisa, llamado Cine Juárez. Aunque hubo intención de desprestigio por parte de las autoridades, al alegar que los hermanos modificaron tardíamente el nombre de la franquicia para evitar su expropiación, las personas afines a ellos siempre defendieron que eran dos jóvenes trabajadores y que todo su patrimonio resultó del trabajo arduo y sin descanso durante varias décadas.
«Mi padre conocía a los hermanos Suárez, me decía que eran hombres de bien y que mejoraron la vida de todos aquí. Le dieron a los bautenses un lugar de ocio y cultura. A mí nunca me gustó el cine, pero la verdad sería una tranquilidad saber que nuestros hijos están viendo películas en vez de ir a bares o a discotecas», opina Arnelio, de 59 años.
La familia Suárez también perdió en el proceso de expropiación varias viviendas, una finca en las afueras del pueblo y todos los ómnibus de su pequeña empresa de transporte intermunicipal. El bodegón de Aquilino Larrea, empresario que fue partícipe de la creación del cine, fue igualmente expropiado. Luego de esto, los hermanos se desvincularon de cualquier colaboración en la industria cinematográfica u otros campos en los que participara el Gobierno revolucionario.
Durante los últimos treinta años del siglo XX, el cine (ahora llamado Cine Municipal de Bauta) cambió su forma de divulgar la cultura. Se modificó cualquier vínculo hollywoodense por películas soviéticas y de propaganda dogmática. Cada vez eran más las reuniones del Partido Comunista o de alguna organización de masas que se realizaban en el espacio, y menos las tandas cinematográficas para niños ofertadas en el cine. Adiós al pato Donald y bienvenidos Bolek y Lolek.
Al caer el campo socialista en 1991 el cine quedó en un total desamparo. Los arreglos eran mínimos y dejaron de brindarse los servicios gastronómicos en el portal del edificio que acompañaban a las tandas. Cada año que pasaba, la cantidad de filmes disminuía considerablemente, al punto que llegó a proyectarse largometrajes solamente los fines de semana.
Para inicios de los 2000 las proyecciones eran mínimas, casi siempre en fechas señaladas, tanto culturales como políticas. El paso del huracán Charley de categoría 4 por Bauta, en 2004, fue uno de los eventos más devastadores de la historia del pueblo. Los destrozos fueron incalculables, pero la estructura del cine no sufrió ni un rasguño, aseguran varios pobladores. Sin embargo, días después del fenómeno meteorológico apareció un cartel en la puerta de entrada: «Peligro de derrumbe».
Lázaro tiene 31 años y no conoció el cine en el que se proyectaban películas. «Solo recuerdo algunas actividades teatrales. Yo era muy niño. Mis abuelos dicen que se conocieron y sus primeras citas fueron ahí. Una vez hace años intenté entrar para ver el sitio por dentro, pero no me dejaron dos mujeres que trabajan en la parte de la refresquera que antes era la taquilla del cine. Me dijeron que era porque se podía derrumbar el sitio. Esa es la excusa que le ponen a todos los que quieren ver el interior del edificio».
La desventura fue cada vez mayor. Primero, retiraron los grandes espejos republicanos que adornaban la entrada principal y los pasillos que conducen a lo que en su momento fue la sala de proyección. Fueron llevados al Teatro Municipal con el único argumento de que en otro centro de la Dirección de Cultura serían mejor aprovechados.
En algún momento, después del paso del Charley, aunque ninguno de los pobladores logra precisar la fecha exacta, hubo una oleada de ómnibus que se posaban frente al cine semana tras semana y transportaban cualquier elemento posible del Suárez a sitios desconocidos. Las sillas de caoba se desenclavaron y con gran facilidad salieron una tras otra por la puerta principal. Todas tomaron rumbos diferentes, algunas adornaron los burós de cuadros del Partido Municipal y Provincial; otras yacieron esperanzadas en el Teatro Municipal; esas, lastimosamente, son leña o nido de termitas en un inmueble que lleva inactivo casi una década.
Lo ocurrido con la pantalla y el proyector siempre ha sido un enigma, aunque la sospecha de su posible destino es un secreto a voces. Se comunicó en aquel entonces que llevarían ambos artículos a reparar a la capital junto a otros artefactos del cine (ventiladores, filtros, lámparas o puertas de caoba). Nunca regresaron. Los habitantes del pueblo que conocen esta historia de casi veinte años no se ponen de acuerdo en si la pantalla es la actual del cine Riviera o del 23 y 12 en La Habana.
Carla, de 29 años, siente el Suárez como una «nostalgia comprimida». «Ese cine debió ser algo que marcara mi infancia y mi adolescencia, pero no fue eso lo que pasó. Lo abandonaron, lo dejaron a su suerte. Era necesario mantenerlo vivo para también mantener viva la cultura del municipio, pero a la gente que decide qué se queda y qué se va nunca le interesó la cultura», opina.
Varios emprendedores y nostálgicos bautenses han intentado invertir e incluso presentaron proyectos de remodelación a la Dirección Municipal de Cultura del pueblo, pero las propuestas siempre fueron rechazadas. Lo más artístico que se hizo en el cine de Bauta en los últimos quince años fue un mural de cuatro por seis metros que mostraba de forma sagaz y divertida los límites geográficos del municipio. El Gobierno municipal también rechazó los proyectos presentados para volver a echar a andar el Suárez. Aprobó uno para rentar el local, o al menos la planta baja, para comercio y gastronomía. La primera de las acciones realizadas fue pintar con lechada de cal toda la pared lateral donde se encontraba el mural. Una «brillante» idea de alguien al que le importa poco la historia y la cultura de su pueblo.
La esquina del cine es una de las más concurridas del pueblo. Hoy se vende refresco gaseado, churros; pululan cerrajeros y vendedores ambulantes. También se venden artesanías torpes y manufacturadas. Coexisten dos cafeterías estatales y radica un pequeño stand como tienda de calzados. El cine es solo un punto de referencia, una dirección para ubicar a los transeúntes.
En 2022 se estrenó Todo a la vez en todas partes, falleció el gran Sidney Poitier, la cubana Ana de Armas conquistó Hollywood con su papel en Blonde y un cine, a las afueras de La Habana, sigue esperando para volver a ser imprescindible
Los bautenses en la actualidad tienen diversas opiniones y remembranzas sobre el mastodóntico sitio. Los más ancianos recuerdan cómo se colaban cuando eran niños para ver películas mexicanas, animados en blanco y negro o películas mudas. Los jóvenes cercanos a los treinta años tienen recuerdos vagos; algunos recuerdan conversaciones de sus familiares en los tiempos de la bonanza cultural. Muchos de los más pequeños ni siquiera saben lo que es un cine por dentro.
«Yo solo he visto un cine por dentro la vez que fui al estreno de Meñique. Mi mamá me llevó para que supiera lo que era el 3D. Se la pasó quejándose diciendo que, en la pantalla del Suárez, esa película se hubiese visto mucho mejor. Realmente, tener un cine dentro del pueblo debió ser bonito para la gente en ese entonces. Una lástima que si ahora alguien quiere ver una película tiene que ir a La Habana», expresa Daniela, de 19 años.
La cultura cinematográfica y de ocio ha mermado en muchas partes del país. Ni siquiera La Habana, en su condición de metrópoli capitalina, se ha librado de la decadencia estrepitosa que padecen la mayoría de las provincias cubanas. La incompetencia y las malas gestiones son casi siempre las razones por las cuales ocurre un golpe tan violento como este. Dejaron morir un cine y, por ende, han dejado morir una parte de la cultura e historia de un pueblo.
A esto se suma que la experiencia de ir al cine para muchas personas ya no resulta atractiva. El consumo de televisión y contenidos digitales parece haber desplazado el interés que antes despertaban las proyecciones cinematográficas. Quizás el inicio de este proceso en Cuba se ubica con la llegada de formas de distribución como el paquete semanal. A lo mejor ocurrió antes. En cualquier caso, cada vez son más las personas que en las tardes agotan los capítulos de sus telenovelas favoritas o reality shows, pero rara vez acuden a una sala cinematográfica.
El cine como industria debió renovarse para sobrevivir y competir en la era de las plataformas digitales. Los blockbusters, las sagas, el enfoque transmedia, los live action y las adaptaciones han llegado para darle dinamismo a las salas de proyección. Sin embargo, Cuba no parece entender la necesidad de un cambio, de promociones atractivas, de establecer vínculos con las generaciones más jóvenes en su idioma, o de mantener en cartelera estrenos atractivos para el público.
El enorme Cine Suárez, el Cine de Bauta o la refresquera del cine, da igual la referencia, es un símbolo y parte de la identidad de varias generaciones. El cartel de «Peligro de derrumbe» debiese volver a existir, pero preferiblemente en las oficinas de Gobierno y Cultura del municipio, quienes con su omisión y acción torpe han obligado al bautense a despedirse, sin desearlo, de Cantinflas, de Marlon Brando, del ratón Miquito, de Bolek y Lolek, y del ocio sano. La tragicomedia más cruda, nunca promocionada en la cartelera, ha sido pensar que Cuba podía ser el país más culto del mundo.
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