La Habana, cuando anda por los cines el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, se convierte en una ciudad diferente. Ya no es gris (incluso si llega el frío) y las calles, antes desiertas, se transforman en una especie de hormiguero de personas corriendo de un lado a otro.
Los cines, tan acostumbrados a la inercia de los peatones, se alzan altaneros ante la masiva audiencia que se les mete por cualquier hendija si por la calle corre que la película es buena. Hay quien reserva pasajes para la fiesta del cine, quien saca a la calle sus mejores trapos e incluso quien estrena bufandas en cuanto asoma la nariz un vientecito de invierno.
Cuba, que en realidad solo conoce un eterno verano, se vuelve una especie de bohemia friolenta cuando el festival se acerca. Y a la calle salen verdaderos conocedores del séptimo arte. Se habla de fotografía y guiones como antes se discutiera de fútbol o de pelota, y uno empieza a identificar en las salas de estreno, a las tradicionales tribus urbanas que se dignan a aparecer solo en tiempos de festival.
Dentro de ellas se encuentra el “Intelectual de cartelera” que, más que ir a los cines a disfrutar las películas, se convierte en la Wikipedia andante de todo lo referido al festival. Sabe el nombre del cine y la hora exacta en la que pasan esa película que quieres ver, pero no encuentras en el sitio web del evento, y puede recitar del pi al pa la sinopsis de todas las óperas primas que van a exhibirse.
Una versión menos complicada es el “Regionalista cinéfilo”, que compra uno o más “pasaportes” con el fin de asistir a todas las presentaciones que ofrece un país específico y un subgénero del mismo es el “Director-Fan”. Ambos son reconocidos inmediatamente al observarse el ardor y/o entusiasmo con que defienden los temas de su interés.
Está también, por supuesto, quien en todo el año no pisa una sala de cine y en esta etapa corre de una proyección a otra alabando las cintas como si de su familia se tratara (“Festival-Fan”). El reverso de la moneda es ese personaje que siempre vemos en los estrenos y al llegar el festival no se le ve en público. Su justificación puede variar de “Me gusta el cine en silencio” hasta “jamás me ha gustado hacer colas” –ambas válidas. A este compañero jamás se le debe etiquetar, él es un valiente.
Lo más común, sin embargo, es encontrarse a quien invita a un amigo desprevenido con el objetivo de descubrir un filme. Ninguno de los dos sabe si está bueno o malo, ni qué actor o director lo interpreta, pero se animan a entrar al tumulto. Yo los llamo “Los conquistadores”. Gracias a ellos, los que pertenecemos a la tribu de los “Intermitentes” (tiene que ver con la frecuencia de visitas a las pantallas) comparamos las notas extraídas por varias fuentes y nos animamos a verificarlas. Una medalla se merecen los primeros. Una venganza pública nos merecemos los segundos.
Seas del grupo que seas, La Habana, mientras recibe entre sus murallas la fiesta internacional del cine, tiene un espacio reservado para ti. Entre las tantas películas que se proyectan, queda la opción de camuflarse como un personaje más.
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Alba León
MarcelPM
Mil disculpas si sueno apático, o peor aún, superficial o banal caído en arcas hollywoodenses, pero esta vez preferí el jazz… Quizás, escudado bajo el pretexto de la casi coincidencia de ambos certámenes internacionales, decidí evadir las largas filas y esperar a que me caigan los mejores títulos para apreciarlos aunque sin la magia de la gran pantalla.
No obstante, fue imposible escapar de esa tribu que bien defines, que cada año sale a reinventarse un invierno intelectual tratando de ganar un espacio en estas calles cada vez más salvajes, extrovertidas, simplistas, calurosas, nudistas y cargadas de carteles eso sí, pero de reguetón.
Casi con sentimiento de culpa, tras no haber escuchado el antológico tema que promociona al festival, me encontré en la televisión la ceremonia de premiaciones. Para mi desconcierto, y vuelvo a citar mi bochornosa influencia norteña, el premio en muchas categorías “se haría llegar al triunfador” por falta de representación, al tiempo que era blanco de cierta mirada sugerente por parte de algún galardonado. Ya al final, y como tiro de gracia, alguien atravesó mi corta sala, en el emotivo instante en que se homenajeaba a un grande de nuestro séptimo arte, para expresar: Ay Beatriz! Tal parece que ya nadie llora por corales.