Ronniel Martínez nunca ha querido ser una carga para nadie. Por eso, cuando en 4to año dejó la Facultad de Química para estudiar Economía, algunos pensaron que estaba loco.
“Yo soy de La Demajagua, en la Isla de la Juventud y allí es muy difícil ejercer como químico. Si me quedaba en La Habana –donde podía aspirar a mayores realizaciones como profesional- debía cambiar la dirección, buscar un alquiler, y con el salario del servicio social no me lo podía permitir.”
Y aunque la Química le gusta mucho -e incluso había llegado a la Universidad a través de un concurso nacional de la asignatura- decidió apostar por otra carrera “con herramientas que no se quedan en la teoría”. Echando mano a instrumentos legales y hasta a un estudio de mercado, decidió emprender un negocio de venta de comida criolla.
“Invertí un dinerito que tenía y pedí un préstamo a algunas amistades y así surgió El garaje”, nos cuenta este joven pinero que en muy pocos días abrirá su propia cafetería en la céntrica zona del Vedado. Se trata de un servicio dirigido especialmente a los estudiantes de la Universidad de La Habana para los cuales ha diseñado una oferta ajustada a su medida.
Hay muchas ventajas de iniciar un negocio en esta etapa de la vida, me dice él. “He tenido muchos compañeros dispuestos a colaborar conmigo. El diseñador no me cobró el diseño, hay otro colega que va a repartir flayers por la universidad para que nos visiten. Hasta los profesores me han dado consejos para que sea un negocio exitoso”, asegura.
“Tengo amistades que desafortunadamente han tenido que dejar los estudios por problemas económicos pero hay otros que han hecho de todo para salir adelante”, asegura.
“La media del universitario cubano se conforma con poco, con diversión sana. Va a un parque y la pasa bien, pero uno siempre tiene planes y ahí es donde entra la parte de escuela contra trabajo.”
Ronniel se las ha arreglado para impulsar su negocio sin dejar los estudios; incluso, es vicepresidente de la Federación de Estudiantes en su facultad, responsabilidad que también ocupa una parte de su jornada diaria.
“El horario de clases es por la mañana, estudio por la noche y en tiempo de pruebas me aprieto más. Le resto tiempo al deporte, a mi pareja, a la vida social. Hay quienes me ven muy joven para un negocio de ese tipo, pero les demuestro que voy en serio.”
Ronnie no es el único estudiante universitario que se desempeña como cuentapropista. “Hay gente que trabaja muchísimo para tener su ropita, su dinerito y ayudar a su familia. Un amigo en el Reparto Eléctrico logró montar una dulcería; otro, en Baracoa, una paladar. Durante la universidad es bastante difícil hacerlo. Yo quiero romper ese mito.”
“También mis padres se sienten muy orgullosos. Realizar un emprendimiento de esa magnitud, empezar de cero y apostarlo todo, te da una especie de status con los demás y contigo mismo. Claro que vas al aula con sueño y hasta las notas te bajan un poco, pero es un riesgo que hay que tomar si quieres ser un estudiante universitario y poder vivir.”
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