hombre tierra sacos

Foto: elTOQUE.

Reciclados

22 / marzo / 2023

La casa de René es un espacio enorme que se conecta con un gran patio lleno de sacos con pomos y botellas, oculto tras una fachada de mosaicos de porcelana y rejas fundidas en Toledo, España, a mediados del siglo XIX. El lugar hiede y asfixia a quien llega por primera vez, por los gases de las piscinas con sosa cáustica que utiliza para limpiar los plásticos y vidrios con los que se gana la vida hace más de 25 años. 

Entre las columnas de piedra y los sacos de botellas limpias se esconden un catre tendido con unas sábanas, unas chancletas, un desodorante y unas tabletas de paracetamol, un periódico de ayer y una cazuelita metálica en la que quedan algunos restos de comida. René usa todo su espacio personal para acumular más materias primas. Su casa es su almacén y su área de trabajo. 

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René se graduó en 1983 de Ingeniería Agrónoma en la antigua República Democrática Alemana (RDA). Un graduado con honores que, al regresar a Cuba, fue asignado jefe de producción de campos vinculados a un central azucarero en la actual provincia Mayabeque. Como preludio de la debacle socialista europea, el central fue cerrado en 1988 y René quedó al frente de cinco caballerías que debían comenzar a producir frutales y hortalizas incluso sin tener semillas ni regadíos que apoyaran la nueva finalidad de las tierras. 

Según cuenta René, el cierre del central y la noticia de la caída del campo socialista le afectaron de tal manera que se sintió acorralado por las tierras secas y la presión política a la que estaba sometido por no poder sacar nada de «aquellos cañaverales muertos». Renunció a su cargo y le vino encima una avalancha de castigos políticos por «mal agradecer» sus estudios en Alemania y abandonar el «proceso (revolucionario)» en momentos tan complejos. 

Tuvo que regresar a La Habana y no pudo ejercer como ingeniero agrónomo nunca más. Fue custodio, mecánico de camiones y ponchero. En 1995 murió su madre y quedó solo en una vieja «casa quinta» al interior del municipio Cerro en pleno Período Especial. Fue entonces que decidió recolectar materias primas para sobrevivir. 

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Presume de ser el primero en todo el Cerro en dedicarse a «esto de la recolección» y de ser el que más capacidades tiene en estos momentos. En 2004 su casa fue destruida por el huracán Charley, pero René resolvió no ser trasladado a un albergue, al mantener la fachada y una parte del techo. A partir de ese momento, su hogar se convirtió en un gran almacén de botellas plásticas y de vidrio; las tinas de los baños de la antigua casa familiar son hoy las piscinas de sosa cáustica en las que limpia los pomos y botellas; su patio es el almacén para las materias primas que compra, y; la parte techada de la casa, el espacio de los que están listos para ser vendidos. 

Hace unos años, con el desarrollo del sector cuentapropista, los encargos de René aumentaron y necesitó contratar a dos personas que le ayudaran a gestionar al mes hasta una tonelada de plásticos y vidrios limpios, encargados por los distintos negocios con los que está vinculado.

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Pedro es uno de esos «acompañantes». Es un señor de 82 años que trabaja hace un año con René. Fue custodio, parqueador y trabajador de la campaña antivectorial. De esta forma, adquirió una licencia para gestionar residuos urbanos. En las noches recolectaba latas y botellas para vender a los centros de la Empresa de Recuperación de Materias Primas. Fue así como conoció a René, quien pagaba mejor que el Gobierno por los pomos y las botellas en buen estado. Pedro se dedica a seleccionar los envases de cristal y los distintos tipos de plástico que compra René. Los agrupa por tipos y tamaños para que sean limpiados, renvasados y vendidos. 

René compra las botellas de vidrio en siete pesos y las vende en diez, y las de plástico en seis para venderlas en ocho. La sosa cáustica la compra en el mercado informal y utiliza una tina, suavizada con agua al 50 %, para trabajar unos 30 días sin descanso. De esta forma, en días óptimos, en los que se venden encargos de mil botellas plásticas y otras mil de vidrio, René logra hacer una ganancia suficiente para pagar hasta mil pesos a cada uno de sus trabajadores.

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Miguel es el otro ayudante de René, tiene 48 años y estudió técnico medio en Electrónica. Fue técnico de sonido de la Casa de Cultura del Cerro hasta que lo despidieron porque el equipo de sonido se rompió. Fue entonces cuando conoció a René, hace ocho meses. Miguel, que es maestro masón, reconoce que el trabajo con materias primas no le enorgullece, pero le facilita un salario diario que es más importante que cualquier otra cosa en los días que corren. 

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Miguel se dedica a trabajar con las piscinas de sosa caústica. Introduce las botellas durante dos horas y luego las limpia con un escobillón para quitarles los rastros de papel y pegamento. Las enjuaga con una solución de agua, cloro y detergente y las envasa para que sean vendidas. Limpia de siete de la mañana a una de la tarde. Toma un descanso y deja las botellas secando al sol para volver a las tres y envasar los lotes encargados, que son recogidos sobre las cinco de la tarde cada día.

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René está reuniendo para comprar una moto eléctrica que le permita trasladar sus compras y ventas. Según nos dice, está cerca de completar el dinero que necesita. Miguel está feliz de tener una seguridad económica en un trabajo tranquilo y discreto. Pedro está especialmente agradecido por no tener que hacer los recorridos nocturnos de recolección que a su edad le causaban especial temor. 

Rozando una dinámica que pudiera aludir a las economías circulares y el reciclaje, la casa de René parece una metáfora de la crisis económica que ha desordenado las dinámicas sociales de Cuba durante más de 30 años. Encontrar en la basura una solución creativa y humilde, que genera empleo y seguridad económica, ha sido la respuesta de estos tres hombres frente a una dinámica social de la que han formado parte y que los ha marginado.

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