—¿Esta es la redacción de Matraca?

—¿Qué le trae?

—Me enteré de que elTOQUE busca un redactor para su suplemento humorístico. Soy muy simpático, ¿sabe?

—Su cara me resulta conocida.

—Me presento en la televisión, a veces con mi esposa, simpatiquísima también. Conviene inocular humor en tiempos como los que corren, en que la gente se la pasa diciendo que este país está jodido.

—¿Y no lo está?

—Depende de los ojos con que se mire. En el barrio en que residimos, la felicidad, la buena vibra y el bienestar son inmensos. La desilusión, el desencanto y la desesperanza están en cero.

—Es lo que yo digo: no hay país más contradictorio. El Gobierno menciona cifras altísimas para justificar lo que no hay, mientras Cero es símbolo de vivir a todo tren. Mejor no entremos en el campo filosófico, no da ni para una vianda. A ver, ¿por qué desea colaborar con Matraca?

—El nombre tiene su cosa.

—Según el diccionario, matraca es «insistencia molesta en un mismo asunto», «persona pesada e inoportuna». Ambas definiciones lo calcan.

—No me amilana su ironía.

—Digno de su parte. A algunos no les asusta defender estupideces. No la cojo con usted, créame, es que mi tiempo es limitado. No acaba de demostrar que posea una pizca de gracia ni aval para formar parte de este piquete.

—A eso voy. Le aseguré que lo mío es la jodedera.

—Cálleme con una, a ver si me alegra la jornada.

—La del limón me hizo célebre.

—¡¿No me diga que usted es…?!

—Mire qué humor más fino: ¿qué hace un limón en el agua?

—…

—Limonada. Si no nada, se ahoga. Limo-nada. Ja.

—…

—Soy genial con el retruécano. Las frases mías sientan cátedra.

—Porque hay que sentarse para oírlas, ¿no? Pare ya, se lo ruego.

—A veces producen carcajadas: «Tenemos, por ejemplo, tres leyes: una de Soberanía Alimentaria, y no hay alimentos; una de Fomento Ganadero, y no hay ganado; una de pesca, y no hay pescado». Buenísima, ¿eh?

—Mejora la cosa. ¿La lanzó en la televisión?

—En la Asamblea Nacional.

—Los diputados deben habérsela agradecido, lo de la unanimidad está para el bostezo.

—En el Palacio de las Convenciones tengo una contrata. Me llaman cuando hay algo importante, y actúo en la clausura. Luego soy el hazmerreír de la gente.

—Pero eso cuenta como humor escénico, el que necesitamos es el literario.

—Redacto mis intervenciones, mi jefe me prohibió improvisar.

—Ya: usted viene con censor incorporado.

—Es humorista de la vieja guardia. Oficialmente se retiró, pero no me deja poner una, tiene mala leche. Hace algunos años hizo una broma antológica sobre el producto líquido de la vaca. ¿Desea oírla?

—Deje, deje. Hágame un tercer «chiste» de su cosecha, a ver si convence al director.

—Uno de los más trascendentes lo solté este año en la sesión constitutiva de la Décima Legislatura. Prepárese a reír de lo lindo: «Cada uno de nosotros está sentado aquí para defender los intereses de la mayoría, y no vamos a cobrar más ni a recibir prebendas».

—Genial. Hubiera comenzado por ese. Dícteme sus datos personales.