¿Por qué iré a votar?

Foto: Alejandro Madorran

¿Por qué iré a votar?

23 / noviembre / 2017

Mi casa es calma, como mi barrio. De vez en cuando desde algún sitio impredecible se escucha una trifulca, o un reguetón a veces insulta desde casa de Iván o de Gledys, pero no es lo normal. Solo cuando hay que votar, cuando hay que ir a hacer el paripé de atravesar el recinto donde está la sábana blanca, la urna y los pioneros con su mano alzada, yo no quisiera estar en mi casa, no quisiera estar en mi barrio.

Días previos comienza la cantaleta, porque ella, mi madre, me conoce bien. Ella, que durante el periodo especial, tras la muerte de mi padre, un catorce de febrero del noventa y cinco, se las vio negras para darnos de comer a mí y a mi hermana. Yo con siete años y mi hermana con cinco meses. Me recuerdo husmeando en las gavetas del aparador para ver si aparece una peseta que permita ir a buscar el pan a la panadería. La veo a ella comprando algún que otro producto en las tiendas recaudadoras de divisa, para venderlo fragmentado en casa. Porque mucha gente no podía permitirse el costo de un litro de aceite en divisa o de un paquete de detergente, y venía a mi casa a comprar una onza de aceite o una latica de detergente pa’ resolver el día a día. Así sobrevivimos, porque el salario de ella, mi vieja, era de ciento noventa y ocho pesos y no alcanzaba para nada.

Me veo moliendo café. Café recién tostado con chícharo. Me veo diciéndole a mi madre el comunismo es una mierda y la veo a ella, a mi mamá, llorando, hablando del tamaño que me ha dado la Revolución, de lo malagradecido que soy. Me veo, con diez años, vendiendo jabones en Santa Paula, un poblado cercano a mi natal Quince y Medio del Central Venezuela. Y la veo siendo llevada presa por contrabando. A mi tío pagando la fianza. Y luego los comentarios, porque la gente siempre comenta. Y mi madre intransigente: ahogada por el Sistema y defendiéndolo a contrapelo. Repitiendo las consignas.

A ella le molesta que yo piense como pienso y dice que nada bueno aprendo de la calle, que nada bueno me enseña la gente con la que me junto. Como si yo no fuera capaz de pensar por mí mismo. Como si la experiencia y el conocimiento no me bastaran. Y no quiere que me marque. Porque si digo lo que pienso, porque si no voy a la reunión del Comité, porque si no voy a votar el domingo, “te vas a marcar Heribertico, y después cómo vamos a quedar, qué vamos a decir cuando vengan del colegio electoral a buscarte porque tú eres el único que falta por votar. Y luego vendrán los comentarios y las habladurías”. Porque como decía, la gente siempre tiene algo que opinar.

Ha pasado tiempo desde la primera vez que tuve edad electoral. Esta historia ya se ha repetido un millón de veces. Temprano el barrio va y vota. Temprano ella, mami, va y vota. Ya los tiempos han cambiado. Sabe que hoy no hay sueño que se sostenga y gusta de desbarrar contra todo lo mal hecho que es tanto, que es casi todo, pero sigue teniendo el mismo miedo de siempre y me sigue alertando y me sigue suplicando, me sigue pidiendo de favor que no me embarque, que yo no sé lo que me pueda pasar. Yo no soporto verla así, y como no nací para torturar al ser que me trajo a la vida y que se ha roto el lomo para darme este tamaño, aunque ella insiste en que me lo dio la Revolución, entonces me levanto, recorro el barrio, voy al recinto, pido mi boleta y atravieso la sábana blanca.

Entonces, amparado en la supuesta soledad, hago una cruz bien grande, tan grande que atraviesa toda la hoja. Voy hasta donde están los pioneritos —por suerte ninguno es mi hijo—, y dejo caer el papel en la urna, y sin mirar a nadie a los ojos me vuelvo a casa odiando un poco a todos en mi barrio y a todos en mi casa, y pienso en la ironía de llamarle a esto sufragio universal, muestra genuina de democracia.

Me duele lo que acabo de hacer y me avergüenzo de ser la negación de la negación. Participar en un juego que no representa ni mi verdad ni mis ideas, que violenta mi moral y mis principios. Poner mi nombre en un escamoteo pernicioso que no generará los indiscutibles cambios que mi país hoy requiere. Convertirme en un número más que dentro de poco será contado.

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