Ilustración: elTOQUE
Apps de citas: la experiencia multicultural de una cubana en Madrid
21 / abril / 2023
Tengo el teléfono inundado de notificaciones. «Hoy hay salsa de crush»; «A Tony (42 años, no fumo) le has gustado, ¿y a ti?»; «Tienes un nuevo match»; «Alguien en Bumble quiere conocerte»; «Mike te ha enviado un hechizo». Así ha sido día tras día, desde que comencé a conocer personas a través de aplicaciones de citas.
Salí de Cuba hace pocos meses. Nueve horas de un viaje sin retorno hacia el viejo continente. Europa y sus hombres me recibieron, no voy a decir que, precisamente, con los brazos abiertos. Mi forma de conocerlos mutaría; la de tocarlos siguió intacta, la gente se toca igual en casi todos los sitios.
Entre Cuba y el mundo no solo existen las brechas que conocemos, también hay una relacional, afuera no se «putea» igual. Empezando porque «putear» en España no significa lo mismo.
La putería cubana es más rica —al menos en mi memoria, puede ser la nostalgia—, suele ser en vivo, cara a cara, cuerpo a cuerpo. Aquí, al menos desde mi experiencia, la batalla transcurre en otros espacios y hay un mercado de cuerpos en el que solo enseñas sonrisas y breves descripciones para que te encuentren interesante y atractiva.
Los trucos viejos no me funcionan. De vez en cuando cruzo alguna mirada con alguien en el metro y le pedí el número a un bartender precioso en medio de una borrachera horrenda —le dije que me lo quería follar—. Pero he tenido que evolucionar—si así puede llamársele—, porque era necesario. Lo comprendí el día que un chico me miró durante horas en un bar en el centro de Madrid. Yo estaba sentada con un grupo de periodistas salvadoreños, él estaba con otros tres muchachos y una chica. Al irse se detuvo en la puerta y me observó con insistencia. No dijo nada, yo tampoco y… estaba bueno.
Tinder, Bumble, Happn, 3Fun, Pure, Meetic, Hinge y Adopta un tío son las aplicaciones que he usado para flirtear con hombres. En casi todas me suelo topar con los mismos perfiles y he establecido una especie de complicidad con quienes ya conozco. A veces intercambiamos mensajes del tipo: «Hoy te vi en Bumble»; «Fotazas las que tienes en Hinge»; «Tú de nuevo, ¿también por aquí?». Madrid es más grande que La Habana, pero no tanto.
En seis meses he explorado la multiculturalidad: Ecuador, Francia, Cuba (de nuevo), y casi todas las comunidades autónomas de España. Me he opuesto a Italia, Argentina, Holanda, Chile y Marruecos.
He comparado mis interacciones últimas con las de Cuba y siento que, al menos en los últimos meses, allá no fui feliz. La infelicidad no estaba condicionada por la cantidad ni calidad de los encuentros. Pero allí, en aquel ambiente hostil, el sexo no me estaba salvando y aquí comenzó a ser la única vía para olvidar un poco la tristeza.
Tinder no me la moja
¿Tinder en Cuba? Dicen por ahí que se puede, pero nunca pude abrirme una cuenta cuando vivía en la isla. De nada sirvieron las VPN que conocía. Tuve que conformarme con tres días en Badoo, otra aplicación en la que había mucha «baba», tanta que te podías fabricar un lubricante.
No salí con nadie. Estuve hablando con un habanero, muy bitongo él. Se encontraba en Varadero cuando me dijo que bebía vino tinto mientras veía el atardecer y pensaba en mí. Morí del asco y la cerré. Para colmo teníamos el mismo tatuador.
De este lado del Atlántico también hay joyitas. En mi primera semana en Madrid abrí una cuenta en Tinder, pero pronto se convirtió en una de las plataformas que menos visito.
Tu perfil es el escaparate de una tienda, allí muestras el «producto», sus singularidades, qué lo hace valioso en un mundo en el cual hay muchos otros «productos» parecidos. Escribí una biografía random, que me define —pero que sigue siendo random— y casi ninguno de mis matches —hombres que me han dado y a los que he dado like— la leyó, se quedaban en la parte en la que decía que era cubana, como si mi origen —del que vivo orgullosa— definiera cómo soy en la cama.
¿Qué tipos te encuentras en Tinder? Todos son «guay», todos esquían, a todos les gusta la montaña y el senderismo, las tardes de terraceo, tienen fotos adorables con perros y gatos; la mayoría hace la mejor tortilla de patatas de la historia y casi todos han hecho voluntariado en África o en América Latina.
Pero hay especímenes top. Está el señor de 50 años en cuyas fotos siempre está abrazado a chicas mucho menores —mega delgadas y rubias— y que en su biografía te promete que lo vas a pasar lindo. Reside en Miami, pero está en España. Le miras la camisita de cuadros, la barriguita de dirigente, solo le falta el lapicero en el bolsillo. Definitivamente, tengo un trauma.
También está el «Cero feminazis ni mujeres que quieren más a sus perros que a sus padres ni traumadas e intensas». También hay un espacio para Paco, a quien le mide 26 cm y la tiene gorda. «¿Te apuntas?», pregunta. ¿A qué me voy a apuntar, Paco? ¿Al concurso «Desgárrame con precisión» o «Después de ti una cita con la ginecóloga»?
Está, además, el «amigo de mis amigos». Claro, Ignacio, también soy prima de mis primas e hija de mis padres. O el que sabe que está rico porque desayuna, merienda, come y cena gimnasio y no pone ni descripción. No tienen que importarme sus hobbies ni sus inquietudes, solo la tableta de chocolate que tiene por abdomen.
Cómo olvidar al «Estamos en esta vida para fluir. Lo que venga que venga sin presiones». No sé tú, amiga, pero ahí mejor no meterse.
Lo peor es hacer matchs y empezar conversaciones que no pasan del saludo e incluso llegar al punto en que algunos desaparecen luego de varias semanas hablando —eso sucede en todas las aplicaciones, el famoso ghosting—. Yo también he desaparecido e intento cada día ser más responsable y comunicar cuando quiero cortar el vínculo porque no lo deseo o me resta energías.
Todo no te tiene que gustar, mamacita
Son unas cuantas aplicaciones, lo sé, pero no todas me funcionan y no hablo de problemas de conexión.
A 3Fun llegué por recomendación de un amigo y casi salí corriendo. Tenía más solicitudes de tríos que rizos en la cabeza. Me lo habían advertido, allí una mujer sola era como una Coca Cola en el desierto o una caja de pollo en Carlos III.
No me acuerdo cómo llegué a Happn. Todavía la mantengo en el teléfono y me envía notificaciones para que recuerde que, si no interactúo, nadie me verá. Happn funciona con la ubicación geográfica, te enseña perfiles de personas que caminan por las mismas calles que tú y te sugiere citas según la proximidad en tiempo real como valor agregado.
Pero aquello era un caos, porque yo no recordaba haberle dado me gusta a hombres que de repente hacían match conmigo. O les daba me gusta dormida o algo estaba fallando en la aplicación.
Y yo en plan: «¿este qué hace aquí?», «yo a este no le di me gusta». Hasta que un día dejé de abrirla. No me importa que Juanjo se haya cruzado 35 veces conmigo en el Paseo de las Acacias. A mí no me gusta Juanjo.
Entonces llegué a Pure, que es una aplicación meramente sexual, allí no se busca otra cosa porque la gente va a lo que va. Me la recomendó alguien con quien mantenía relaciones sexuales y me despertó curiosidad.
En Pure no tienes que rellenar un perfil basándote en tus aficiones, bastan unas fotos, un nickname para mantener el anonimato, una biografía breve y las personas cercanas a tu zona podrán verte.
Tiene una visualidad muy atractiva y sensual, pero si eres mujer no puedes poner fotos semidesnudas; los hombres sí exhiben sus torsos no sexualizados.
En mi primer día en Pure terminé haciendo una videollamada para tener sexting con un desconocido de Barcelona. Otro día, con el gallego que me la recomendó, probamos a «tirar los dados», una opción mediante la cual la aplicación escoge por ti y comienzas una llamada con alguien que ni siquiera has visto en imágenes. Conversamos con un chico mexicano de 23 años, solo eso.
Como experimento estaba genial, pero recibía cerca de 20 fotopollas diarias y era extenuante y violento; no las había pedido. Nadie me escribía una nota o intentaba ser gracioso. No, allí tienen formas falocéntricas de llamar tu atención o de hacer que huyas.
En Meetic se paga una suscripción mensual para poder responder mensajes; pero allí los hombres me parecen de otra época, aburridos y latosos como la aplicación. Me recuerdan a Badoo, en Cuba. Hinge es mi nuevo descubrimiento y tampoco me gusta, me salen perfiles de chicos muy jóvenes y solo te permite un número limitado de me gustas al día.
De Adopta un tío —no hay que analizar el nombre— lo que me agrada es que puedo tener una descripción larguísima en la que despotrico hasta de mí misma. Pensé que funcionaría como filtro, pero no. Adopta… es un gran mercado, los hombres son los productos y las mujeres van a «hacer la compra». No quiero adoptar a nadie, me ha costado mucho tiempo abandonar mi complejo de enfermera con mis relaciones sexoafectivas como para retomar el papel de cuidadora.
De todas las aplicaciones prefiero Bumble, allí he podido sentirme un poco más a gusto. Si eres mujer te permite tener la iniciativa una vez que has hecho match con alguien. Tienes 24 horas para hablarle y él tiene 24 horas para responder o se pierde el chat.
Lo jodido ahí es qué vas a decir, ¿cómo empiezas la conversación? ¿Un «hola» no será demasiado cheo? He sido chea muchas veces porque también me agarra el hastío y me aburro cuando no veo una biografía que me dé ideas para meterme con los hombres.
En Bumble he conocido a hombres con los que aún converso y que me han hecho sentir a salvo junto a ellos. También a otros que me han cosificado, pero ese es el argumento para otra historia.
Hay patrones que se repiten a donde vayas: miedo al compromiso, la malinterpretación de los cuidados y el afecto, la manipulación, las inseguridades, la falta de responsabilidad afectiva, la mala gestión de las emociones. Lo cual no significa que no puedas conocer personas maravillosas en una aplicación.
Este texto empezó mucho antes de lo que alguien pueda imaginar. En diciembre de 2022 mis sensaciones eran otras; para marzo de 2023 todo había cambiado. Estoy saturada de la búsqueda interminable de no sé qué y de los comportamientos derivados de ella. No desinstalo las aplicaciones, pero cada día las miro menos.
Varios amigos —cubanos y que nunca han abierto una aplicación de citas— me sugieren no usarlas más, ellos no se sienten cómodos conociendo a personas de esa manera. Pero si hago un balance real, es la forma más expedita que tengo de conocer hombres porque no me alcanza el tiempo.
La antropóloga y bióloga Helen Fisher —asesora científica del Grupo Match, dedicado a las plataformas y aplicaciones de citas online— recomienda conocer entre cinco y nueve personas y luego cerrar las aplicaciones porque «nuestro cerebro no está preparado para escoger entre más de nueve opciones». No sé si alguien le haga caso a Fisher porque el catálogo parece infinito y sigues deslizando, como una posesa, a la derecha o a la izquierda en dependencia del perfil que te aparezca.
Gestionar tantos mensajes diarios, las necesidades de otros, el trabajo, el clima y la vorágine de Madrid es abrumador. Algunos cubanos han descrito el choque cultural que supone venir de la «nada» y entrar en el «todo». Yo pienso en los yogures. Cuando hay 50 marcas de yogurt pueden pasarte tres cosas: empleas el tiempo que no tienes en leer las etiquetas y decidir, escoges el primero que te parece de sabor agradable y precio asequible o te vas sin ninguno.
Me he ido sin ninguno de vuelta a casa, a la casa que soy yo misma.
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