La cabina del estadio era una caja enorme donde cabían los recuerdos que Melissa Blanco acumulaba desde niña, cuando su padre la llevaba a «la pelota». En casa de sus abuelos la radio permanecía encendida, incluso si Matanzas estaba en el puesto 14 del campeonato doméstico.
En esa caja enorme, Melissa podía meter los ratos en los que se sentaba a ver el noticiero: en su familia «había que estar informado». El par de años de la primaria y los tres de la secundaria que estuvo practicando ballet clásico, antes de entrar en la vocacional de Ciencias Exactas. O cuando descartó la posibilidad de ser matemática porque exigía que se mudara sola para La Habana y no le pasó por la cabeza convertirse en médica, ingeniera o arquitecta, sino en periodista.
Antes de ese día del primer año de Periodismo en el que entró a la cabina del Victoria de Girón, nunca se había planteado seriamente ser narradora deportiva. Pero aquella caja hermética la cautivó demasiado. Allí se vivía distinto un juego de pelota. «Los narradores solo tenían una hoja de anotación, un bolígrafo y un libro con las alineaciones, pero seguían jugada por jugada, detalle por detalle. En el terreno a lo mejor no pasaba algo grande, pero te lo describían como un acontecimiento importante. Y como oyente no sabías qué ocurría hasta que te lo dijeran».
Desde entonces la radio y ella tienen una relación estrecha. Es el medio en el que puede crear con libertad. En el que reproduce frente a un micrófono lo mismo «cuatro ideas escritas en un papel» que la grabación de un teléfono móvil. Que la gente puede tener siempre a su lado «sin importar a dónde vaya o lo que esté haciendo. Eso es lo que me mantiene atada a la radio: que me escuchen del otro lado, me imaginen de una manera y el día que me conozcan les sorprenda mi apariencia».
Hace poco más de un año se convirtió en la primera mujer dedicada a narrar béisbol de Series Nacionales en Cuba. Lo mismo ocurrió con el boxeo. «Me estoy entrenando en ambos deportes». Puesta a escoger, para narrar se quedaría con el pugilismo, pero como espectadora elegiría «sin duda alguna» la pelota, que la apasiona más que el fútbol. No importa que se juegue a nueve innings y dure tres o cuatro horas. «Muchos puntos tienen que entrar en contacto para hacer emotivo el béisbol y eso a mí me encanta. Habría que ver si por el camino surge alguna otra disciplina que me haga quererla más que a estas dos».
—Suelta la pelota el pícher, viene para la goma, cayó en la esquina exterior, no le hizo swing y se ponchó— se le oye describir un strike out. La voz suave, pero segura.
Todavía no tiene una frase que distinga su forma de narrar. No obstante, lo que más la caracteriza es precisamente su voz femenina. «Trato de aportarle algo nuevo a mi manera de decir»; pero si se propusiera hacerlo idéntico a otro, seguiría sonando diferente de lo que se ha escuchado en la radio cubana hasta hoy.
De quienes tienen mayor experiencia ha aprendido que antes los narradores se regían más por la técnica. «Los adornos vinieron después». Sin embargo, no descarta la posibilidad de tener alguna vez el sello adecuado. «Tiene que ser una frase muy cubana y bien vinculada con el béisbol», aspira.
A Melissa le han abierto las puertas las personas responsables de las narraciones en Matanzas. En la emisora nunca la han limitado. «Me han dado oportunidades que quizá no tendría en otro lugar y yo no he querido desperdiciarlas».
Visto a través de sus ojos verdes, el género no te hace mejor o peor narrador deportivo. «Los tiempos han cambiado y las mentalidades también». Fueron jóvenes los que más la respaldaron. «Personas que están más abiertas a compartir con las mujeres en este ámbito, que antes era un terreno vedado. Las incursiones femeninas que poco a poco se han dado en el periodismo deportivo cubano y la influencia de las que ha habido a nivel internacional nos han favorecido».
Claro que para ella esa apertura no se dio de un día para otro. Pasó años llevando lanzamientos y compartiendo información desde el terreno del estadio. Años hasta que comprobaron sus capacidades, recogió respeto y la dejaron alistarse para finalmente tomar asiento en una cabina y narrar pelota. «Me preparé solo para empezar, todavía me falta mucho por aprender».
A sus cortos 23 años, entiende que en su trabajo el 90 % de lo que se logra es con estudio diario; más en Cuba, donde «se hacen cursos y habilitaciones, pero no existe una escuela de narradores y comentaristas». Melissa afirma que para meterse en ese mundo solo se necesitan los deseos de hacerlo, ciertas condiciones físicas «y que a perseverante no te gane nadie».
«No me quedo con los deseos. Me arriesgo, lucho por lo que quiero e intento hacerlo lo mejor que puedo. Pero eso requiere mucho trabajo, tiempo e interés».
Como mujer en su ámbito de trabajo, afirma que «podemos ser igual de amantes y profesionales de los deportes. Tenemos las mismas condiciones: la capacidad de entender y cuestionar, y la oportunidad de comunicarlo bien. Las desigualdades se borrarán en la medida en que las mujeres vean que narrar deportes no es facultad exclusiva de los hombres».
Lo que sucede es que al público, acostumbrado a escuchar voces masculinas, le cuesta aceptarte, más allá de que lo hagas bien o mal, te equivoques o no. «He escuchado tres o cuatro mujeres que quieren hacerlo también y eso me hace muy feliz. Ojalá algún día haya una en cada provincia».
No ha costado poco que las personas asuman la opinión de las mujeres en el deporte como algo importante. Que su criterio valga lo mismo que el del resto. Melissa ha sido blanco de quienes creen que «ella no sabe de lo que está hablando. Desconfían y buscan una segunda opinión. Esa parte es bastante dura», confiesa. Otros tienen fe en que «realmente no soy una improvisada, que no estoy inventando. No me puedo quejar porque hay muchos que me escuchan, me apoyan y les parece bien lo que hago».
En su altar de la prensa deportiva tiene voces distintivas de Radio 26 como Francisco Soriano, Premio Nacional de Periodismo Deportivo, y Dayron Medina, que a los 14 años se convirtió en el narrador más joven que ha tenido el país. Otras figuras como Luis Izquierdo, Eddy Martin, René Navarro, Héctor Rodríguez y Julita Osendi conviven en sus simpatías.
Melissa revela que hubiera querido estar en Salamanca cuando Javier Sotomayor sobrepasó la varilla colocada a dos metros y 45 centímetros del suelo. Sabe que aquel fenomenal salto fue un espectáculo que lamentablemente ningún cubano pudo narrar.
El amor por la selección alemana de fútbol lo heredó de su padre, a pesar de sentir respeto por Brasil, Argentina o Uruguay. Es que en el juego de los teutones, todos son importantes. «Tienen una manera diferente de dominar el fútbol y ser uno solo sobre la cancha, sin individualismos. Creo que después se imponía seguir al Bayern», aclara esta joven que en 20 años espera tener hijos y un hogar, «como cualquiera», pero hablando dentro de una de esas cajas enormes donde caben los recuerdos de su infancia.
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