Foto: Teresa Diaz Canals
«Quiero que seas»: ¿Qué hizo usted por la Revolución para merecer una casa?
21 / marzo / 2023
¡Yo digo que este es un crimen público, y que el deber de remediar la miseria innecesaria es un deber del Estado!
José Martí. Carta al director de La Nación, 1ro de septiembre de 1883
Todos sabemos que el nido es la casa del pájaro, un escondite de la vida alada. Antes, si se encontraba una construcción de este tipo, alguien decía: ¡No lo toques, no lo toques!
Una casa es un refugio, un local seguro, una especie de mitad muro y mitad puerta, la base de la formación lenta y continua. Al ser le gusta retirarse en su rincón. Somos el espacio donde estamos. Resolver los aparentemente pequeños problemas constituye la base para resolver los grandes, pues para la psique no hay nada insignificante. En Cuba, esa visión de lo que representa en el plano simbólico un nido humano se disolvió con la revolución burocrática.
Me llamó María, una señora sobre cuya difícil situación en su descalabrada morada dejé constancia en el artículo «Pobreza y ancianidad: la realidad que estremece», publicado en La Joven Cuba hace aproximadamente un año. Pensé que sería para plantearme algún otro problema personal. Pero no, era para que visitara a una vecina y constatara también su realidad. Deseaba que contactara con Limay Blanco, el humorista que ha resuelto algunas casas para gente muy necesitada mediante la solidaridad de muchas personas. La solicitud se sale de mis posibilidades, pues no soy una activista ni conozco al señor. Soy apenas alguien con determinadas inquietudes acerca del contexto en que vive.
Se trata de la situación de una madre soltera que tiene cuatro niños, vive en la calle 26 entre 15 y 13, en el capitalino barrio el Vedado. El espacio que habita no es muy estrecho, posee una planta baja y en la parte de arriba se encuentran los cuartos. Solo hay un detalle estremecedor, los inquilinos de la casa ocupan solo la parte de abajo, pues la de arriba se encuentra en peligro de derrumbe y, por tanto, está inhabitable. Su nombre es Caridad Rodríguez Bueno; la propietaria de la casa es su mamá, pero no vive con ellos.
El baño de la residencia de la familia monoparental está clausurado, un árbol que permanece en un lateral del inmueble se cayó y penetró en esa parte. No tiene tampoco agua. Por ese motivo, se ven obligados a bañarse en la cocina, donde se encuentra la única llave de agua a la que le llega el precioso líquido.
Cuando visité a Cary me explicó que sus niños tienen dificultades. El mayor, de 12 años de edad, presenta una discapacidad cognoscitiva. Los otros tres, de 9, 6 y 5 años, tienen discapacidad visual. Por lo que los dos mayores asisten a una escuela especial. Todos se mantienen únicamente con la pensión que pasa el padre de los dos niños menores. Por esas condiciones, Caridad acudió al Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Allí le resolvieron un trabajo que le duró poco, pues llegaba tarde muchas veces. La hora de entrada a la farmacia donde le proporcionaron el empleo coincidía con el horario en que a sus dos hijos mayores los recogía un ómnibus, a veces con demora, de la escuela especial donde estudian.
La institución supuestamente encargada de resolver los problemas de estas personas en situación de vulnerabilidad, a las que por lo general etiquetan de «casos sociales», le asignó dos literas y una cajita digital destinada a hacer funcionar un televisor que jamás le entregaron. Con naturalidad me enseñó el pequeño cuarto donde duermen sus hijos, el cual se encontraba repleto de ropa tendida. Me imaginé que su dormitorio es ahora la sala, solo ocupada por una especie de cama. En la entrada de la habitación de los niños observé el único ventilador ―Órbita, de marca soviética, el cual impresiona ver―, que hacía el papel de secadora de ropa, reparado por el mayor de sus hijos.
Caridad entregó cartas pidiendo auxilio por la grave situación de su residencia a varias instancias gubernamentales, entre ellas al Consejo de Estado. Allí, la funcionaria que la atendió le hizo una pregunta asombrosa: ¿Qué hizo usted por la Revolución para que nosotros le tengamos que otorgar una casa? Y aquí me detengo. San Agustín tiene una frase que me gusta mucho: «Quiero que seas». Todo ser es seleccionado en lo que es, antes de ser reconocido en lo que hace. Que cada cual sea elegido tal como es antes que cualquiera lo elija e incluso si nadie lo elige. No solo las casas, también los televisores, las lavadoras, los ventiladores eran distribuidos hace algunos años en centros de trabajo por méritos revolucionarios.
Esa injusta e irrespetuosa interrogante y respuesta al unísono fue la misma que me dieron a mí hace más de cuarenta años cuando era tan joven como Caridad y pedí que me permitieran adquirir un pequeño apartamento ―en ese momento vacío― para poder vivir tranquila con mi único hijo. Entonces yo era profesora universitaria. Entregué el mensaje a un custodio en las oficinas del Consejo de Estado. Pasó un mes y recibí una citación del Partido provincial. Antes había escrito a Vilma Espín, presidenta vitalicia de la organización hasta su muerte en 2007, ahora presidenta eterna, en la sede de la Federación de Mujeres Cubanas, y no recibí contestación. Por ello, fui con cierta esperanza a la entrevista.
Usted debe saber ―me dijo de manera tajante el señor que me atendió― que tenemos muchos combatientes internacionalistas también. Esa fue la explicación nula y aplastante que me ofreció el funcionario. El procedimiento sugerido era y todavía es una verdadera burla.
Comprendí con dolor la fuerte comparación. En este país, para aspirar a adquirir un espacio donde habitar, hay que tener méritos militares. Triste realidad la nuestra. Tener una vida decente es un derecho que se adquiere a través de un combate, literalmente, como hicieron un grupo de guerrilleros hace más de sesenta años. Con la diferencia de que ellos se apropiaron de magníficas mansiones que no construyeron. Los hijos de Caridad no tienen esa posibilidad. Mi hijo, para poder tener una casa, tuvo que emigrar y sufrir el consiguiente desarraigo y la ruptura dolorosa de la vida familiar.
En países democráticos la inteligencia, el don de observación, de invención, la fuerza de voluntad puede llevarte al éxito, entendido este como una vida de mejor calidad. En nuestro caso, el oportunismo de hacer carrera política funciona. No quiero absolutizar, no sería justa, pero los que vivimos en la isla sabemos muy bien de estos ascensos y prebendas.
Las palabras resultan muchas veces infieles a las cosas. El tema de la residencia constituye una promesa incumplida al pueblo. Todo tuvo que cambiar para que nada cambiara. Para atenuar el problema de la vivienda en la isla, que por ahora no tiene solución, habrá que activar la piedad y el interés social que no se encuentran, hasta el momento, en el Estado.
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