Hoy Elizabeth salió tarde de la guardería donde trabaja. En el celular tiene varias llamadas perdidas de su novio. Apura el paso tratando de descontar los minutos perdidos, desesperada por llegar a la cita lo antes posible. ¡Justo hoy tenía que atrasarse!
La pareja planeó este encuentro con antelación, ajustando sus horarios de trabajo y jugando con los horarios de su familia para, al fin, tener una tarde de intimidad en casa. Solos ellos dos.
Ya lo ve en la esquina donde quedaron. Se abrazan; corren; miran el reloj. En quince minutos llegarán los padres y se acabó la tranquilidad. “¡Así no se puede mija!”, le dice el novio antes de entrar al cuarto.
A sus 23 años Elizabeth Hernández se siente abrumada. Desde que aceptó un segundo trabajo para “preservar” la relación con su novio apenas le alcanza el tiempo, ni siquiera para quejarse. Los días son para los niños pequeños de la guardería y las noches son para Cuca, una anciana de 83 años.
“Yo buscaba un apartamento para independizarme con mi novio cuando el hijo de Cuca, que vive con su esposa, me propuso un trato: me permitió quedarme por las noches con su madre a cambio de un cuarto de la casa con privacidad. Además, me pagaba 10 CUC al mes. Sabía que era demasiada carga porque de lunes a viernes trabajo en una guardería particular hasta las 4:30 p.m. y, más tardar a las 8:30 p.m., debo estar junto a la ancianita. Acepté para tener un espacio con mi pareja. A veces siento que no puedo más, pero hasta que no consiga un alquiler fijo no me muevo de aquí.”
“En esencia, el trabajo consiste en quedarme a dormir en el cuarto del lado y velar porque ella no tenga ningún tipo de problema en la madrugada. Si ocurre cualquier situación la asisto y aviso a su familia,” explica la joven.
Desvelarse es parte del negocio. A veces, poco antes de dormirse, Elizabeth vuelve a preguntarse si esa madrugada podrá descansar o estará condenada a levantarse de nuevo.
“Llevo un año y medio con esta responsabilidad. He tenido que aprender a tomar la presión, saber cuáles son sus medicamentos, a qué es alérgica. Todo. No importa la hora, si me necesita estoy ahí. Gracias a Dios hasta ahora no he pasado un apuro serio.”
Eli asegura que los viejitos son más difíciles de cuidar por la edad, por manías y costumbres adquiridas en su vida que a estas alturas no cambiarán.
En comparación con sus desgastantes labores nocturnas, trabajar en la guardería es un aliciente: “Tengo cinco años de experiencia como cuidadora de niños. Ellos son muy cariñosos y eso me encanta. La principal enseñanza radica en ser fuerte cuando se debe porque te prueban constantemente, son tercos, quieren imponer su voluntad y no puede ser. El equilibrio entre la mano dura y el afecto es esencial. Es lindo que te quieran y a la vez te respeten.”
Desde los 19 años se desempeña como cuidadora de un círculo infantil cuentapropista cuya matrícula actual es de 20 pequeños: “Lo fundamental es tener paciencia y ganas de educarlos. Es una labor gratificante.”
Eli sonríe entre una multitud diminuta que la besa, la cela y regaña porque le dedica tiempo a un extraño que no deja de hacer preguntas. “Son lo máximo”, dice sin pensar siquiera que, dentro de pocas horas, este ciclo se repetirá con otra “niña grande” tan necesitada como las personitas que ahora se apiñan a su alrededor.
A medida que avanza la tarde la sonrisa de Eli desaparece. Sabe que esta noche tendrá un momento incómodo cuando le pida al hijo de Cuca un rato libre para salir con su novio. “Ese es un punto de conflicto con él porque nunca le parece oportuno. Nosotros somos jóvenes y necesitamos espacio para divertirnos y despejar. Incluso, en cierto sentido, lo entiendo. Sé que Cuca está sola, pero no puedo renunciar a toda mi juventud.”
En definitiva, Elizabeth aceptó este segundo trabajo para salvar su relación.
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Tula