Por ironía del destino, a Josué le llegó la salida del país en un momento en el que marcharse no estaba entre sus prioridades. “¿Quién lo diría? Yo siempre quise salir. Me cogieron cinco veces tratando de irme ilegalmente de Cuba. La idea de llegar a Estados Unidos era casi una obsesión para mí… En honor a la verdad, en aquel entonces, mi vida no tenía sentido y prefería morir en el intento que vivir aquí.
“Pero el nacimiento de mi primer hijo me cambió la vida. Cuando lo tuve, recién nacido, entre mis brazos, esas ideas de irme desaparecieron completamente. Juré dedicarme a él por completo y no faltarle nunca”, confiesa con la voz entrecortada.
Muchas cosas cambiaron en su vida desde entonces. Su primer niño murió con solo tres años de edad y ahora tiene otro de siete, del cual nunca se ha distanciado ni quiere hacerlo jamás.
No obstante, hace una semana supo que solo le quedaban diez días para irse a Estados Unidos. No sabe cómo contarle a su único hijo que no lo verá en mucho tiempo.
“Confieso que me aterra estar lejos de él. No sé cómo decirle que estaremos separados. ¿Cómo afrontará mi ausencia? Esta partida me quita constantemente el sueño”, reconoce Josué.
Para él, este será el primer Día de los Padres lejos de su casa y de su hijo.
De vuelta a la realidad, maldice una y otra vez la situación económica que lo obliga a marcharse. “Tengo un pequeño de siete años que mantener. Soy ingeniero, y de qué me ha valido estudiar tanto si no tengo un salario decoroso que me permita sostener a mi familia.
“Aunque no quiero irme, sé que esta oportunidad es única y que muchas personas en Cuba quisieran estar en mi lugar. De quedarme, no podré prosperar. Y mi niño no tiene culpa. Merece un futuro mejor”, cuenta Josué con aire de convencimiento.
Para contarle sobre el viaje llevó a su hijo de paseo por la Habana Vieja. En la Plaza de San Francisco de Asís el niño se entretuvo lanzando migajas de pan para alimentar a las palomas de la plaza. Josué pensó que ese sería el lugar para la confesión. Se sientó junto a él en el suelo de la plaza y lo tomó de las manos. El niño sospechó algo raro en su padre, mas en su inocencia pensó quizá que su padre le daría algún regalo.
Josué optó por una mentira piadosa: “Voy a Estados Unidos por razones de trabajo pero pronto estaremos juntos de nuevo.”
Espera una reacción… El pequeño continúa inmóvil…Al fin rompe el silencio.
—¿No puede ir otra persona por ti?
—Mira, allá ganaré dinero suficiente para llevarte a pasear a donde quieras y comprarte todos los juguetes y chocolates que aquí no puedo, y sé cuánto te gustan.
—Ya no quiero esas cosas, papá. ¿Qué hago con el regalo que te compramos mami y yo para el Día de los Padres? ¿Por qué no te vas otro día?
Josué lo aprieta con impotencia su rostro y abraza fuertemente a su hijo, quien le compensa el gesto con un beso de los tantos que acostumbra a darle a diario. Al padre le sabe como si fuera el último.
-Tranquilo papá, no llores más. Yo cuido a mami cuando te vayas… pero eso sí, regresa pronto.
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