Imagen:Tomada de Facebook.
El Movimiento San Isidro: clasismo y remarginalización en Cuba
15 / abril / 2021
Mi abuela siempre habló de Quintín Banderas con una mezcla de asombro, admiración y terror. Lo hacía desde una distancia que solo entendí mucho después. Sin proponérselo, buscaba diferenciarse del general mambí desde una clase social deseada, impuesta, contraria a lo que mostraban las evidencias pues era una mujer humilde, de estudios primarios, ama de casa, de barrio y muy lejos de ser blanca.
Mi abuela me decía: «Enriquito, Quintín Banderas le preguntaba a los españoles, “Oye, ¿tú cómo te llamas?”. Y cuando el soldado español pronunciaba su nombre o incluso antes, el insurrecto, indisciplinado y valiente cubano le respondía: “¡Te ñamabas!”, al tiempo que le asestaba un machetazo en el cuello».
A pesar del miedo que proyectaba su rostro y su autoimpuesta distancia clasista hacia «ellos», mi abuela no llegaba al extremo de descalificar las acciones del general mambí y disfrutaba trasmitir las historias que conocía de la tradición oral.
Pero fue hace relativamente poco que comprendí que no solo me hablaba de los mambises, de sus gustos, preferencias, y de los «tambores endemoniados y ruidosos», sino también de ella misma.
En estos días he recordado sus dichos, asombros y lo que proyectaba a propósito de un fenómeno que la inquietaba más que la dominación española y la propia guerra, a propósito de las distancias, los miedos y las descalificaciones de una parte de la opinión pública cubana hacia los miembros del Movimiento San Isidro (MSI), los habitantes del barrio homónimo, y hacia otras muestras de descontento, descontrol ciudadano o proyecciones públicas en diversas localidades del país.
Esas alarmas y recriminaciones mediáticas no se han visto solo en ciudadanos residentes en Cuba, sino también en los de la diáspora, y son perceptibles tanto en personas que abrazan el oficialismo como entre los críticos de ese sistema. O sea, el rechazo hacia esos sectores populares atraviesa todo el espectro ideológico y va más allá. Expresan otra cosa.
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Uno de los elementos que llama la atención de cuanto video de Cuba vemos en redes es la similitud en la depauperación y precariedad material, estética y, mucho peor, humana, que se observa en todas partes. Esos barrios, sea en La Habana, Santiago de Cuba, Camagüey o Granma, son más semejantes que diferentes. Como también son semejantes las formas en que los ciudadanos se expresan ante eventos disímiles, sea para reclamar derechos civiles y políticos, manifestar alegría por un triunfo deportivo (Bayamo), plantarse contra un desalojo (El Cotorro) o tratar de lapidar a un presunto violador (Santiago de Cuba). En todos aparece una ciudadanía con unos valores y unas formas de expresión que son una consecuencia, una manifestación de causas mucho más profundas, pero que de ninguna manera tienen su origen o responsabilidad primera en esos barrios y pueblos sino en otra parte.
Hay quien le pide a los miembros del MSI que no solo protesten, sino que tengan una oratoria perfecta, se comporten apegados a las normas y conductas (de otros), coordinen a la sociedad civil y establezcan un plan de Gobierno; para entonces, y solo entonces, ser aceptados como interlocutores válidos. ¿En serio?
Por suerte el MSI visibiliza varias cosas. Entre ellas, falta de derechos, desamparo ciudadano, marginalización social, represión del Estado, pero también, y esto es importante, los límites cívicos y éticos del resto de la sociedad.
Los objetivos del MSI no parecen encaminados a coordinar proyectos políticos ni a alcanzar el poder. Ellos le llegan a la política por el costado. Y hacen como en el judo: utilizan el impulso, la fuerza y las reacciones de su contrincante para dejarlos expuestos ante la opinión pública. ¿Acá quién es el violento?
Entenderlos podría resultar simple, aunque algunos tengamos que deconstruir preceptos y exclusiones heredadas, asimiladas. Ellos reclaman derechos a partir de sus intereses y las herramientas con que cuentan, y exponen los límites del sistema de ordenamiento social que existe en Cuba.
Los que tendrían que hacer teorías y elaborar estrategias, matrices, programas de acción y propuestas económicas, políticas y sociales para un proceso de reformas o eventual transición serían otros actores sociales, y quienes tendríamos que reclamar por nuestros derechos bien podríamos ser todos, no solo el MSI, el 27N y unos pocos más.
En la batalla por más derechos cívicos, políticos y de toda clase, hay que reconocerle justos méritos al MSI, más allá de lo formal, desde un acercamiento que evite caer en la descalificación. Sin ellos, sin su empuje y ponerse al frente, no habría existido el 27N ni los grupos ni propuestas posteriores, pues como hemos visto, el movimiento no es una copia al papel carbón de los tradicionales opositores en el país, aunque sí han contribuido a su dinamismo y visibilidad.
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En este intercambio de simplificaciones e imposiciones a las que asistimos, cualquiera diría que el terror del Vedado, Nuevo Vedado y Miramar a las muestras de San Isidro, Bayamo y Santiago es semejante al que le tenían las élites habaneras y los hacendados del interior del país a los conatos «de color», de pueblo, durante el período colonial, las guerras de independencia y la historia republicana.
Hay valores y patrones de dominación y control que aunque cambien permanecen en el imaginario colectivo a lo largo del tiempo, y se continúan expresando en el lenguaje, los hábitos y las costumbres de los sujetos sociales; muchas veces a través de nuevas y sutiles formas de subyugación hacia los grupos menos favorecidos.
«Desde lejos se ven más bonitos», pensarán muchos, mientras se les endilga el sonoro y desafiante «tú no me representas», aunque sea ese tú y no otros los que se pongan al frente de los derechos de todos, como siempre han hecho los de abajo en todas partes.
Molestan los intentos por invisibilizar y negar al MSI y a los ciudadanos de los barrios pobres y marginalizados de Cuba. Hiere restarles derechos y méritos al descalificarlos bajo los motes de «vulgares, ambientosos, delincuentes, marginales», entre otros, más desde los prejuicios que desde los hechos. Con un resultado aún más peligroso pues al negarlos se legitima automáticamente la violencia del Estado y de los órganos represivos: «Total, si son delincuentes. Algo habrán hecho».
Acá poco importa que se diga, e incluso se sepa, que entre los integrantes del MSI hay un espectro bien variado de personas, también profesores universitarios, artistas, una sumatoria de seres que ostentan el sobrado calificativo de ciudadanos, con lo que sería suficiente para entender de qué va todo en cualquier república. Pero no. A sus críticos no les importa que lean poesías, hagan fiestas y repartan caramelos. Que bailen, canten y se rían. Pues eso es lo que hacen. Tampoco que se muevan y vivan en los espacios más humildes. No importa. Ellos transmiten en esas personas aquel miedo que sentía mi abuela, un miedo y una distancia anterior a ellos mismos, acrítica, pues esos cubanos, con sus acciones, no han violentado ni agredido a nadie.
Al MSI se le reclama además un apego a formas y herramientas que responden a otros, que sean las personas que no pueden ni quieren ser, también que respondan a otro tiempo y a otros espacios de vida[1]. Y se llega al extremo de que muchos de sus críticos aceptan y hasta comparten los reclamos del MSI pero no a sus ejecutores, mientras otros te dicen que «27N sí, pero MSI no»; algo así como explicar el merengue sin huevo, llegar a una revolución social sin necesidades previas no satisfechas o entender circunstancias sin causas.
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Sesgos y defensas clasistas
Buscan revictimizar al MSI y a los barrios acá mencionados tanto el sistema que los ha marginalizado (nadie llega ahí por placer) como los que desde sus cumbres clasistas, estéticas o intelectuales le tienen más miedo y más reservas a «Díaz-Canel, singao» y «Oye, policía, pinga» que a quienes nos niegan derechos a todos y han llevado a los ciudadanos, pueblos y barrios de Cuba a una triste y extendida pobreza y dejado como disponibles unas herramientas cívicas inexistentes en la práctica. Eso sí, pregúntese, usted, por qué ellos reclaman de frente mientras otros nos movemos en la tranquilidad y seguridad de las sombras, intelectualizando disensos y escandalosos silencios.
Existe una parte de la sociedad y de la intelectualidad, de la pacatería nacional, que solo ve lo que quiere ver. Al volver a invisibilizar y a violentar a los grupos, sectores, barrios, municipios y provincias que no son de su tranquilidad y agrado. Y eso se califica a sí mismo. Y muchos sabemos cómo se llama, pues muy bien que instrumentalizamos arsenales teóricos afines para describir y acercarnos a muchas otras realidades, pero no a la que nos toca directamente.
Pero hay algo más. El MSI y lo que proyecta no solo habla de ellos. Sus acciones y dichos no solo a ellos califica. San Isidro también expone a los que hemos tenido el privilegio de los estudios superiores, lecturas y tesis, viajes de turismo, cuentas en bancos extranjeros, becas, publicaciones y eventos de todo tipo. Ellos exponen a los que sabemos desde hace décadas que ese Estado viola derechos y niega otros, pero poco o nada hemos hecho. Como mucho, describimos tímidamente la realidad pero somos incapaces de intentar articularnos y cambiarla. Por tanto, como mismo sucede con la proyección de mi abuela, la invisibilización, negación y remarginalización de San Isidro, también habla de los que la practican.
¿De qué sirve consultar a Locke y sus teorías de la rebelión popular, a Fanon[2] sobre desigualdad social y marginación, a Arendt sobre totalitarismo y violencia, a Foucault sobre la subyugación, a Mbembe sobre las formas contemporáneas de subyugación, al imprescindible Honneth sobre el reconocimiento recíproco, la lucha por el reconocimiento y la tensión moral en las dinámicas de la vida social, y a tantos otros, si al final todo ese bagaje teórico y conceptual queda en la abstracción? ¿Nosotros queremos cambiar la realidad o solo tener la razón a base de ideas ordenadas con cierta coherencia?
El MSI solo ha puesto sobre la escena nacional demandas y vacíos que todos conocemos, y han dicho basta a que desde el Vedado, Miramar y Siboney se diga y ordene cómo hay que hablar, cómo hay que reír, cómo hay que bailar y, sobre todo, cómo y cuándo hay que callarse.
[1] Para profundizar en los temas de discriminación, subyugación y revictimización, es de sumo interés consultar teóricos de la categoría de Axel Honneth, Frantz Fanon y Achille Mbembe.
[2] Referido a este tema, Frantz Fanon merece especial atención. Su obra profundiza en la marginación racial, la subyugación y asimilación cultural, las nuevas formas de discriminación y la relevancia de los factores culturales en la emancipación de los oprimidos. Aunque Fanon abordó los procesos de descolonización y defendió el uso de la violencia -nada que ver con MSI-, buena parte de sus aportes pudieran emplearse para comprender las distancias, impuestas pero reales, que ciertos grupos de la sociedad cubana establecen respecto al Movimiento, así como las reacciones de los marginalizados frente a la exclusión y subordinación social. Sus textos, en especial «Los condenados de la tierra» y «Piel negra, máscaras blancas», son obras centrales sobre estas cuestiones.
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Mirtha Fernández