Mala Paga

Foto: Rachel D. Rojas

Mala Paga

10 / septiembre / 2015

Cuando se mira el abismo por demasiado tiempo, el abismo se instala en la mirada. Mariela no siempre tuvo esa hondura en los ojos. La conocí por los años en que comenzaba su carrera como doctora en La Habana y ya tenía en perspectiva comenzar la especialidad en Radiología, antes de que saliera a su primera misión internacionalista en Venezuela. Desde el momento en que se montó en el avión, todo comenzó a cambiar.

“Me fui porque era libre de hacerlo, no tenía más responsabilidad que conmigo. No se trató de dinero, al menos al principio, sino de la experiencia”, me cuenta.

Había mucho que hacer en Venezuela y ella quiso ser parte de esa historia de humanidad. Era peligroso, lo sabía, pero eso solo lo hizo más atractivo. “Además me iban a pagar bien. Cincuenta cuc para la familia y cincuenta cuc vitalicios en una cuenta en el banco cada mes. Al segundo año, aumentaban 100 cuc. ¿Qué más podía pedir?”, cuenta.

“Me hice planes. Podría tener una casa propia, y una flexibilidad económica que me permitiría mejorar muchos aspectos de mi vida personal”. En medio de la misión en Venezuela formó parte del Contingente Internacional para el Enfrentamiento a Situaciones de Desastres y Graves Epidemias “Henry Reeve” para ir a Paquistán a socorrer a las víctimas del terremoto de 2005. Aterrizó en un helicóptero en medio de una zona rural casi completamente incomunicada, donde a veces no llegaba ni siquiera la comida de la Cruz Roja Internacional: “Pero aquel viaje fue increíble, y conocí a personas que me enseñaron mucho de la vida”.

Después regresó a Venezuela. Pero ya no fue lo mismo. No solo se había convertido en una profesional mucho más sólida y preparada, sino que salió de ese país convertida en madre, soltera por decisión del padre. “Pero con 34 años ya lo deseaba mucho”, y así fue.

Entonces llegó a Cuba, sabiendo que los términos de su contrato habían cambiado. No hubo la casa prometida, se terminó el pago de por vida de los 50 cuc que en un principio fue negociado con el gobierno cubano y el dinero del banco se fue poco a poco en cubrir las necesidades de una niña pequeña. “Me sentí estafada”.

Comenzó a vivir en un cuarto de servicio de la casa de unos familiares, que con el tiempo comenzaron a incomodarse porque la temporalidad pactada se iba volviendo permanencia. Luego de un par de años se lo hicieron saber. Una hermana que vive en Portugal le prometió el pago de un alquiler para que fuera a vivir sola con su niña y se alejara de deudas tan poderosas. “Igual estoy en deuda con ella, es diferente solo porque en ella sí confío”.

Con su niña ya en el círculo infantil, mientras trabajaba en un hospital de La Habana con el objetivo de terminar su especialidad, se le presentó la otra gran disyuntiva de su vida. Fue muy simple, en realidad: Llegó el período vacacional y debió pedir licencia en el hospital para cuidar de su niña, pues no tenía con quien dejarla en el horario laboral. Y se la negaron.

“Fui a ver a autoridades del municipio, de la provincia, y me dijeron que era un derecho que yo tenía. Pero en el hospital se mantuvieron en la negativa. De una manera muy directa me estaban poniendo a elegir entre mi trabajo y mi hija. Y no creo que haya sido casualidad que yo fuera la única mujer negra en ese lugar, solo que no me gusta pensar demasiado en eso”. Y agrega: “Obviamente pedí la baja, incluso con la idea de irme del país y no trabajar más para ninguna institución médica en Cuba”.

Mariela sabe del Cuban Medical Professional Parole Program (CMPP) un proyecto que ha propiciado la deserción de 1.278 profesionales cubanos hacia Estados Unidos. Aunque también sabe que aún hay cientos de médicos esperando la visa. Algunos desertaron hace más de ocho meses y se mantienen en una dudosa lista de espera y una permanente incertidumbre. Es un juego de suerte y verdad, unos pocos ganan y muchos pierden.

Han pasado ya 3 años desde que Mariela no trabaja. Es, sencillamente, una promesa frustrada. En lo que pasa el tiempo, “quizás intente volver, al menos a un policlínico, donde tenga el primer contacto con los pacientes, algo más comunitario. El servicio está en crisis con la cantidad de gente que se ha ido, y me da por pensar en los pacientes… todo a la deriva. Pero no pienso ir a otro hospital”, dice aunque signifique una sentencia de muerte a su superación. Nunca terminará una especialidad en un consultorio.

“Ahora habrá otras facilidades, veré, sin mucha confianza, si de veras eso se traduce en bienestar para mí y para mi hija”. Habla del aumento salarial, de las facilidades para acceder a computadoras, a conexión a internet desde los hogares, a la concesión de becas para estudiar en otros países, a las colaboraciones internacionalistas por cortos períodos, a la posibilidad de regreso para los desertores… veintitantas medidas que han sido anunciadas en los últimos días y que pretenden atenuar la emigración de los médicos cubanos mejorando sus condiciones de trabajo en el país.

“No obstante, si se me presenta la oportunidad de irme, no lo pienso dos veces”, dice.

Mariela tiene ya el abismo en su mirada.

 

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