Cuba vive una crisis general y aguda. Sus frentes, asuntos o contenidos, llenan un rosario. La COVID-19 ha sido sal para la herida. En realidad, mucha sal. Entre acelerones a la reforma económica y rebrote de la epidemia, la situación es, cuando menos, permanentemente tensa.
El Gobierno en La Habana ha tomado medidas más estrictas para contener la expansión de este coronavirus. El toque de queda está entre las más drásticas, sin dudas. También la aplicación de multas por andar sin nasobuco tiene un peso significativo. Esta es un regulador en la conducta de la mayoría de las personas. No es fácil que “te saquen del lomo dos mil cañas”, escuché decir a un hombre en la calle después de ser multado por no llevar la nueva prenda de vestir.
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Esfuerzos del Gobierno por administrar la crisis epidémica, más la responsabilidad de las personas en el cuidado individual y colectivo, es una fórmula reiterada hasta el cansancio, o sin cansancio, para ser justo. Campañas de bienes públicos, informaciones permanentes, datos, alertas y anécdotas de buenas y malas prácticas, llegan sin cesar. Escenario en el que no solo tenemos riegos de contagio con el virus, también lo tenemos de infoxicación.
Cada día, literalmente cada día, nos enteramos del desmantelamiento de alguna actividad ilícita, almacenes de productos escasos, piezas y partes de toda índole, Cadecas privadas con sus propias tasas de cambio, productos e insumos de la producción agrícola, estupefacientes, medicamentos. Recientemente, recibimos también detalles de las multas que son aplicadas a las personas nasobuco desobedientes.
Multar a quienes infringen la Ley es una medida regulatoria añeja, y es eficaz. Recordemos que, durante meses, en el caso específico de la pandemia, se apeló a la conciencia, a las medidas educativas y no punitivas. Pero llegó la hora de sonar el bolsillo. Una multa cumple su función reguladora cuando genera un verdadero costo a la persona infractora, como es el caso que nos ocupa.
El uso de las multas más severas no aparece con las medidas de septiembre; ejemplo reciente, en medio de la pandemia, es su aplicación a quienes boten la basura en un horario no autorizado, que en el caso de La Habana comienza a las seis de la tarde, lo que, según noto, ha tenido efecto positivo en la higiene de la ciudad. Pero ¿quién multa a los funcionarios y funcionarias de comunales cuando no pasa el camión a recoger la basura que la gente dejó después de las seis de la tarde, para evitar ser multada?
El tema de las multas tiene tela por donde cortar. Aparecen matices y anécdotas que tensionan la justeza de la medida por el mal uso del nasobuco, sobre todo de sus modos de aplicación. ¿Qué significa para una persona con bajos ingresos una multa de dos mil pesos en un escenario de escasez de alimento y de incremento de precios? ¿Que exista la multa como forma de control social constriñe el uso de “conteo de protección” a quienes no lo lleven? ¿Las largas colas, por tiempo indefinido, en ocasiones bajo el sol inclemente, son propicias para el absoluto distanciamiento social? ¿La persona que para comer un pan, dulce, beber algo o para fumar se baja el nasobuco, está infringiendo la norma? ¿Una pareja que convive (sin nasobuco) también puede ser multada si no mantiene el distanciamiento social en una cola?
En los días recientes, La Habana ha sufrido un desabastecimiento mucho más notorio. Los agromercados han quedado literalmente sin productos. En los mercados estatales las colas son enormes, de dos cuadras (sin distanciamiento social) y con la angustia de no alcanzar nada. La situación tensa más la existente tensión. “Ni en lo agros pa´ ricos encuentras na´”, escuché decir a una robusta mujer mayor, vestida de sudor y con su nasobuco.
Los “camiones de Alquizar” no podían entrar. Camiones que vienen de cuantos confines producen comida para quienes vivimos en La Habana. Camiones que traen un poco de alivio al complejo día a día. Alivio caro, ínfimo y fugaz, pero alivio al fin y al cabo.
Julio A. Martínez Roque, Coordinador de los Programas de Alimentos del Gobierno de La Habana, reconoció en la Mesa Redonda que hubo una mala interpretación sobre la no entrada de vehículos a la ciudad, y dijo que no hay ninguna limitación para aquellos transportes que traen alimentos, para los cuales existe una flexibilización en los horarios que les permite arribar durante la noche.
Supongo que esos funcionarios y funcionarias, en el momento de tomar tales decisiones, llevaban nasobuco. Pero ¿conductas como esas no llevarían multas, grandes multas? ¿Es más dañino propagar epidemias que desabastecer la ciudad más poblada de Cuba, ya desabastecida? ¿Qué ley prevé acciones punitivas contra estas conductas? ¿No propaga epidemias quién no evita las colas sin límites de extensión y tiempo?
Las multas son un regulador para la conducta ciudadana. Además de legales, son legítimas. Pero las multas deben mirar, también, al sector público, es decir, a los ciudadanos y ciudadanas que cumplen funciones públicas.
Al ejemplo (no corroborable) de los camiones sin entrar, añádase el caso del personal administrativo de tiendas de dividas que, en cumplimiento de las medidas, cierran los establecimientos a las cuatro de la tarde, con productos dentro y con colas fuera. Claro, esto es un problema cuando, al día siguiente, con la misma cola, ya no hay productos. ¿A qué hora se vendió? ¿Quién lo compró? ¿A dónde pueden ir, ciudadanas y ciudadanos con nasobuco, a exigir se multe a esos administrativos?
El acaparamiento en tiempo de crisis es tan inevitable como inadmisible. Delante de ese nudo gordiano, la espada no debe caer solo en la ciudadanía infractora, también en los funcionarios y funcionarias con implicaciones en esos hechos.
No es un secreto que la escasez es madre de la corrupción y alimento del egoísmo. Tampoco lo es que la solución está en producir y abastecer de manera estable, variada y segura. Con el fin de revertir la situación productiva, se presentó un nuevo paquete de medidas económicas que, otra vez, han tenido poca concreción normativa. ¿La burocracia que entorpece o distorsiona las decisiones políticas no debería ser multada?
Pero, en lo que el palo va y viene, en tiempo de crisis, más bien en tiempo de crisis agudizada por la pandemia, las medidas punitivas se hacen necesarias. Las multas severas son un recurso, lamentable, pero debido. Las preguntas gruesas serían ¿para quién la multa y para quién no?, ¿qué conductas serían multables, cuáles no? En este escenario, lo justo debe ser que por el no uso del nasobuco y por el desabastecimiento irresponsable, caiga el peso de la multa, al menos eso.
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