Banderas cubanas en los balcones de La Habana. Foto: Jorge Ricardo Ramírez Fuente
La historia detrás de las banderas tendidas
13 / septiembre / 2017
Si las banderas gigantes hubiesen aparecido en otros sitios de la ciudad, no habrían llamado demasiado la atención. Pero las colgaron en la esquina de la Tribuna Antimperialista, a menos de una cuadra de la Embajada de Estados Unidos en La Habana, pocas horas después de que el huracán Irma destrozara el malecón. Y eso sí despertó sospechas.
Este lunes en la mañana, cuando el país apenas se asomaba por la ventana para ver el destrozo causado por Irma, la calle 11 entre L y M amanecía tapizada con banderas cubanas de dos pisos de altura. De los balcones en aquella cuadra del Vedado colgaban, gigantescas, y contrastaban con el entorno del sitio, marcado por el desastre.
Las telas, que antes nublaban la vista de los oficiales consulares norteamericanos, ahora estaban esparcidas en las fachadas de los edificios cercanos. Sin explicaciones, sin fechas patrióticas, sin motivos para festejar, en medio de toda aquella destrucción y, sobre todo, por su ubicación, las banderas fueron chisme inmediato. Acostumbrados al contragolpe en materia política, los buenos parroquianos del Vedado solo se preguntaban: ¿ahora qué pasó?
El barrio, repleto de tropas especiales y más policías de los acostumbrados por la presencia de la Embajada, era caldo de cultivo para la imaginación. La gente observaba el panorama, tiraba alguna que otra foto y seguía su camino sin detenerse a preguntar, mirando de reojo a los militares de boinas negras que, de vez en vez, doblaban cuidadosamente alguna de aquellas banderotas.
Como era de esperarse, la noticia corrió como pólvora. Vecinas que aún tenían servicio de teléfono llamaron a sus viejas amigas para contarle que allá, al lado de la Embajada, habían colgado muchas banderas, banderas enormes; que había gente en la calle haciendo fotos y policías en todas las esquinas; que, seguro-seguro, allá había pasado algo.
Algo no encajaba. Aquel no era el telón de fondo habitual para la Fase Recuperativa, donde lo que se necesitaban eran linieros y maquinaria de limpieza.
El martes 12 de septiembre, en la tarde, algunas banderas, ya menos, seguían colgadas en los edificios. Hasta cuatro en un solo balcón. También las había con menos glamour, tiradas a la buena de Dios sobre cualquier cerca o enrolladas sin gracia alrededor de alguna columna.
Lo que para muchos era un misterio, una respuesta política, un acto de extremo nacionalismo ante las adversidades, para los vecinos de 11 entre L y M podía no ser más que una tendedera gigante.
En eso se habían convertido sus balcones desde el lunes en la mañana: en el sitio donde se secaban las banderas de la Tribuna Antimperialista. A aquella sencilla explicación podía reducirse todo el suspense.
Cuando Irma se acercó a occidente, el mar, en aquella cuadra, subió casi dos metros por encima del nivel de la calle. El agua tapó los sótanos habitados, arrastró cuanto quiso tierra adentro y destruyó por igual: la gasolinera El Tángana, las oficinas de la Tribuna y la planta baja de la Embajada. Y cuando el mar se retiró el domingo en la noche, junto a las toneladas de basura y escombros, dejó también, en la calle, las banderas.
Entonces, la gente del barrio ayudó a recogerlas. Guardó las que encontraron entre el churre, las que no se perdieron con la inundación. Más tarde, el Delegado de la zona y otros vecinos sensibles ante el símbolo caído, les pidieron ayuda para secarlas y los vecinos accedieron.
En aquel acto no hubo mucho de trasfondo político, ni intenciones decorativas, aunque sí respeto a la insignia. No hubo tampoco historias de patriotismo, ni agresiones a la soberanía, ni respuestas contundentes de nuestro aguerrido pueblo.
El 12 de septiembre, bajo un duro sol de septiembre, la gente de 11 entre L y M trataba de rearmar sus vidas: algunos limpiaban con cubos las cisternas contaminadas, baldeaban sus casas o secaban los muebles empapados en agua de mar; otros, sentados en pequeños grupos en las escaleras de los edificios y a falta de electricidad en las casas, se empeñaban en recontarse las historias del huracán. Ninguno mostraba interés en el nuevo decorado del vecindario.
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Miko
Adrián
Pero siempre hay gente como Miko.