Pocos días antes de partir, Graciela «Geisa» Martínez había vendido casi todos sus bienes de valor. Lo primero fue el televisor, un viejo televisor Panda que Caridad Mestre, su madre, había comprado años atrás. Luego, el refrigerador, los muebles… incluso la casa en la que crecieron, y que antes perteneció a los abuelos de Geisa; el bien más valioso que tenía en su poder aquella familia de dos mujeres.
En la tarde del 17 de julio de 2021, tras despedirse de los parientes y vecinos allegados, Geisa era toda nostalgia. La separación. Una travesía a ciegas, sin retorno. Muchas dudas.
Preparar las maletas y tenerlas listas para el viaje fue de lo más difícil de aquellas últimas jornadas. Decidir qué parte de Cuba te llevas contigo es una tarea que requiere cierta habilidad intuitiva; algo así como compactar tu vida en unos pocos kilogramos a sabiendas de que, inevitablemente, se quedará la vieja cafetera o tu muda de ropa preferida o algún libro o los santos heredados de los ancestros. Es volver a nada. Todo un acto de fe.
Por esa fecha, Raydel Herrera Román trabajaba por más de ocho horas como cocinero. Más de una década llevaba siendo el sostén económico de su familia, tanto que, en 2010, la comisión de reclutamiento de las FAR en Marianao le eximió del cumplimiento del Servicio Militar Activo por ser la única entrada económica en una vivienda de bajos ingresos. Su abuela y tía, quienes lo criaron, dependían de él. Ambas murieron. Así que Raydel, a sus 30 años, tenía decidido probar algo diferente.
«Negocios. El bisnes de la venta de ropa. Otros productos. Multiplicar las balas», comenta.
Tras varios meses tratando de conseguir el dinero que le permitiese salir del país, había llegado el momento. A comienzos de agosto de 2021, abordó un vuelo con destino a Moscú.
«La intención inicial era celebrar el cumpleaños de mi sobrino. Por eso viajamos los cuatro: mi hermana, mi cuñado, el niño y yo. Queríamos permanecer en ese país durante los tres meses que permite el régimen migratorio ruso al turista».
Hoy, casi un año después, Raydel forma parte de los cientos de cubanos que permanecen en la nación euroasiática bajo un estatus migratorio irregular.
Matices
A medida que el avión de la aerolínea rusa Azur Air que enlaza La Habana y Moscú se acerca a Europa, se acentúan los matices climatológicos. El invierno en Cuba y sus esporádicos frentes fríos se asemeja poco o nada al verano ruso. No hay comparación con el clima de un país que posee uno de los inviernos más hostiles del planeta, durante el cual regularmente se alcanzan temperaturas inferiores a los cero grados Celsius.
En las inmediaciones del Aeropuerto Internacional Sheremétievo el frío es intenso, penetrante. Es la hostil bienvenida a una nación que, en parte, aún resulta poco accesible al mundo.
Sin la vestimenta apropiada —como le ocurre a la mayoría de los cubanos— la temperatura resulta un gran problema. Así lo sufrió Yamilé Díaz Fernández, una operadora de sistemas de videovigilancia en un complejo de almacenes en La Habana quien, en noviembre pasado, viajó a la capital rusa para comprar mercancías que luego revendería en la isla.
«Llegamos como a las dos de la tarde. Y, aunque no estaba nevando, hacía frío. Llegué con un pantalón de mezclilla y una blusa, sin los abrigos especiales que se necesitan para soportar estas bajas temperaturas. Fue muy duro».
No imaginaba Yamilé que el frío hostil de Moscú sería el menor de sus problemas.
«Cuando fui al banco a hacer el cambio de dólares a rublos, no me aceptaron muchos billetes. Con ese dinero tuve que comprarme abrigo, botas, ropa necesaria para enfrentar el clima de Moscú. Pero en las compras perdí mucho dinero. No tenía tarjeta para depositar el dinero. Solo tenía efectivo, en una cartera. En una de las rentas me robaron mil dólares. Casi todo lo que traje. Mi objetivo era vender las cosas en Cuba y recuperar el dinero de la inversión, pero como me quedé sin dinero, no pude comprar prácticamente nada», dice resignada.
«Aún hoy no sé en qué casa fue. Aquí se cambia con frecuencia de lugar. Hay mucha inestabilidad. De repente, te dicen que tienes que abandonar la renta porque el dueño exige que no haya muchas personas, porque alguien se queja de la bulla de los niños o, sobre todo, porque no se tiene el dinero para pagar el alquiler. He tenido que ir de renta en renta. ¡Ya voy por siete casas!».
«Me hablaron de una ONG que ayudaba a los inmigrantes. Después de insistir muchas veces, pude comunicarme con un abogado. Pero, al parecer, algunos cubanos hicieron cosas indebidas y no nos aceptan. Quien está a cargo dijo que no».
Sin opciones
«No pude comprar muchos artículos para vender. La mayoría los he mandado para Cuba con algunas amistades, otros los tuve que vender para comer, para sobrevivir. Más bien, solo tengo algunas cositas para mi hijo. Tiene diez años. Lo extraño», comenta Raydel.
«Yo me quedé en la calle. Me recogieron unas amistades, mi padrino de religión que está acá con su familia. A ellos también se les ha dificultado el pago de la renta, aun así me dieron cobija hasta que pudiera resolver mi problema. Pero se ha extendido. Llevo en esta casa tres meses. Gracias a ellos no estoy en la calle. Estoy acá con mi otra hermana».
El sobrino de Raydel regresó a Cuba con sus padres. Siente alivio. Con un niño todo es más difícil. Afirma que, por la guerra, se les ha dificultado la vida. Solo tiene la seguridad de que Rusia no es un buen país para emigrar y que cada día la situación se hará más difícil para los cubanos. Su viaje no ha salido como esperaba.
«Estuve trabajando tres días en una cocina. Me gustó mucho. Es otra cultura culinaria. Pensé que podría aprender y abrirme camino en lo mío, la cocina. El primer día fregué, el segundo monté los platos y cubiertos de la mesa bufé. Al ver que tenía ciertas habilidades, en parte por mi experiencia previa, la administradora del local, una rusa, quedó satisfecha con el trabajo. Quiso dejarme fijo en el puesto. Pero el tercer día se produjo una inspección en el establecimiento. Según la administradora, podían ponerme una multa e, incluso, tener problemas mayores con las autoridades. Se vieron obligados a sacarme del lugar por mi estatus migratorio. Era turista y no podían contratarme».
«De ahí, me incorporé a una brigada de construcción en la que me estafaron. No me pagaron todo el dinero que habían prometido. Trabajé —junto a otros cubanos— una semana. Nos habían prometido 1 700 rublos (27 dólares) por cada día. Todo el grupo se fue porque nos pagaron solo tres días y apenas 1 000 rublos por cada uno. Los intermediarios eran cubanos».
A su entender, los mismos cubanos ponen «la cosa mala» porque operan como pequeñas mafias. Los intermediarios negocian directamente con los empleadores y consiguen una prima. Es mano de obra barata. Mal remunerada. Explotada. Pero, al final, «somos inmigrantes. No tenemos derechos laborales. Muchos cubanos se aprovechan de eso, pero la renta cuesta entre 30 mil y 35 mil rublos. Y hay que pagar todos los meses porque si no… ¡pa' la calle! ¿Qué otra opción tenemos?».
Siendo dos
Al llegar a Rusia, Geisa encontró empleo.
«En un grupo de WhatsApp me enteré de que había disponible un trabajo de limpieza en una tienda del centro de Moscú. Gracias a un cubano resolví. Allí trabajaba muchísimo. Estuve casi dos meses. Solo que dejaron de pagarme. El primer día sin pago, no pasó nada, seguí trabajando. Al otro día, pasó lo mismo. Y al otro. Así que decidí dejar aquello. Le escribía al jefe, encargado del pago, y no me respondía. Nunca llegué a recibir el dinero».
«Después de eso intenté, con lo poco que me quedaba, regresar a Cuba. Tenía comprados algunos productos para hacer negocios cuando llegara, pero tuve que venderlos para sobrevivir. No encuentro trabajo».
Geisa y su madre vivían solas, en un piso de Moscú. Hace unos meses se les venció el contrato del alquiler. No tenían dinero. Pensaron ir a dormir en la estación del metro. Una tía les envió sus ahorros y, gracias a esa ayuda, pudieron buscar un nuevo sitio. La casa tiene dos habitaciones. Conviven siete personas, todos cubanos. Comparten cuarto. Antes, en el primer alquiler, pagaban 30 mil rublos; ahora, 7 mil por cada una, aproximadamente 240 dólares.
El grupo
«Exigiendo nuestro derecho» es un grupo de Whatsapp en el que más de 20 cubanos varados en Rusia se organizaron para pedir —casi suplicar— al Gobierno cubano que les garantice el retorno a la isla mediante vuelos humanitarios. Es una suerte de catarsis grupal, un espacio en el que los mensajes llegan de golpe y, a los pocos minutos, regresa el silencio. Cansino. Como si nunca hubiese existido tema de conversación. Ni una señal de jaraneo. Todo es desespero. Tensión.
Faltan días para que termine el período de alquiler y la mayoría está sin dinero. Distintas zonas de Moscú. Hombres y mujeres. Algunos no pudieron viajar por las restricciones del espacio aéreo común europeo para los vuelos que tienen como destino y origen a Rusia. Otros nunca accedieron a los boletos por encontrarse en una crítica situación económica por el impacto de la COVID-19 y el desempleo.
Tras varios días de discusiones, unos pocos deciden acudir al Consulado de Cuba en Moscú. Necesitan respuestas. Soluciones. Esperanza. Para ellos el tiempo se agota.
9 de marzo. Moscú. Calle Bolshaya Ordynka. Consulado de Cuba en la Federación de Rusia. Cuatro cubanos varados son atendidos por el personal de la sede.
—¿Qué pasó en este grupo? Nadie responde. Estoy preocupado —escribe uno de los miembros.
—No tuvimos respuesta positiva. Se nos cayeron las esperanzas. Se nos cayó todo. No habrá vuelo humanitario —exclama Geisa.
—Todo está dicho. Son las leyes. Quien esté pasado de tiempo, está ilegal. Si te cogen en la calle y te pones de mala suerte, te mandan para emigración. Una multa de 5 mil rublos. Dicen que los cubanos pueden estar hasta seis meses detenidos; después, te deportan —comenta Yamilé.
Varios salen del grupo. Entre ellos una treintañera. Blanca. Embarazada. Apenas leía los mensajes. Nunca escribió. No quiso ser entrevistada. Probablemente dé a luz en Moscú. Sin recursos.
Según las autoridades consulares cubanas en Moscú, Cuba se encontraba en negociaciones para gestionar el regreso de los ciudadanos que —por la suspensión de vuelos internacionales causada por la invasión a Ucrania— seguían varados en Rusia. Serían favorecidos quienes poseían boletos. Sin embargo, los miembros del grupo no pueden pagar su retorno. Como ellos, cientos de cubanos se encuentran en esta situación.
Vivir sin papeles
«El costo de la comida ha subido mucho en los últimos meses. Nosotros hemos tenido que comer incluso basura. Vamos a las tiendas y recogemos comida vencida: picadillo, carne y esas cosas. Por el frío, se conservan. Solo que llevan varios días en venta y, por las regulaciones sanitarias, tienen que botarlas. Son productos que están en buen estado, mejor que muchos en Cuba. Así es como hemos sobrevivido», comenta Raydel.
Tiene miedo a salir a la calle. Es un indocumentado. Un negro en un país blanco. Ha sufrido la xenofobia y el racismo. Muchas veces. Estuvo casi un mes encerrado. No quiere repetir la experiencia.
«Están deteniendo a los cubanos indocumentados. La policía me arrestó y me llevaron a una calle apartada para pedirme 5 mil rublos. No los tenía. Me condujeron a una estación como si fuera delincuente. Siguieron pidiendo dinero. Preguntaban si tenía a alguien a quien pedírselo pero, al no tener, me tuvieron 22 días en una celda. Sin necesidad».
«Hablé con varias amistades para ver si podían pagar para que me soltaran o, incluso, el pasaje para Cuba porque no aguantaba más esa situación, pero no pude resolver. Fue una situación crítica. Nunca había pasado por algo así. Estuve sin saber si me iban a soltar o deportar. Junto a mí había seis cubanos que fueron detenidos en una construcción porque, al ser turistas, no podían trabajar. El ruso que contrate cubanos se enfrenta a un problema».
«En la cárcel, cinco de los cubanos arrestados éramos negros. El racismo en este país es un tema muy delicado. Los rusos se ríen en tu cara, se burlan, te ofenden en su idioma, te maltratan. En la tienda en la que trabajé, mientras limpiaba, algunos clientes caminaban sobre el piso mojado, lo ensuciaban, se reían. No les importaba. Incluso, conocí a algunos que hablaban inglés y se les entendía. Uno tiene que aguantar las ofensas porque no podemos buscarnos problemas con la justicia. Somos ilegales. No tenemos derechos».
Rota
«No salgo a la calle. Es peligroso. Al vencer la autorización de estancia en el país puedes tener problemas con la policía. Son muy corruptos. Piden dinero para dejarte ir. A mí no me ha sucedido, quizá sea por mi edad, por mi color, por la ropa invernal que me hace parecer una rusa, ni sé. Pero le ha sucedido a varios compañeros míos. Les han pedido 3 mil o 5 mil rublos. Entonces, no me arriesgaré a que me lleven para una unidad de policía o que me guarden en un centro de deportación en el que te incomunican, te ponen una multa, te registran como si fueras delincuente. No quiero verme en esa situación», afirma Yamilet.
Su madre está incapacitada físicamente. No conoce su situación. Agrega que los hermanos no han podido enviarle dinero desde Cuba por todas las restricciones económicas que ha ocasionado la guerra.
«Con cincuenta años que tengo, no quisiera terminar en la calle o dormir en una escalera. Soy una persona muy nerviosa. Tengo un problema en uno de mis senos. Mi familia me está esperando en Cuba para comenzar mi tratamiento médico. Pienso que, de llegar con vida, jamás volvería a salir del país. Nunca más. Aquí hay personas que no se quieren ir. Dicen que aunque tengan que dormir en el metro, se quedan. Yo solo quiero regresar. Tengo miedo».
A 9 582 kilómetros su voz se escucha temblorosa. La fe está rota.
Semanas después de ofrecer este testimonio, Raydel Herrera Román fue detenido por las autoridades rusas —junto a otros cubanos— mientras intentaba salir de Rusia por una de sus fronteras terrestres. Aún se encuentra en prisión, incomunicado y en proceso de deportación. No se ha podido precisar el lugar de la detención.
Yamilé Díaz Fernández, Geisa Martínez y su madre siguen viviendo en Moscú. Aún pretenden retornar a Cuba.
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