¿Cómo hacer de la mesa cubana un lugar de pláceme? Esa pregunta, formulada de maneras disímiles, preocupa, ocupa, aburre y angustia cotidianamente.
La mesa para comer no es un mueble más de la casa, ni solo un conjunto funcional con estéticas y estatus diferentes. Es todo un símbolo social. Lugar de convite, de convivencia, de alegrías y disgustos, donde se ora y se maldice. Lugar donde el país habla cada día.
Llevar alimentos más variados y nutritivos a la mesa, o no, tributa directamente a la calidad de la sociedad que los produce o los importa, según sea el caso. Este es un asunto con muchas deudas en la Isla. Es un lugar común afirmar que es hora de que se tomen decisiones postergadas por demasiado tiempo y que es urgente remover trabas y trabadores. Pero, ¿por dónde empezar?
En este momento, al menos, podemos llevar a la mesa agendas sobre cómo transformar las condiciones de producción, comercialización y consumo de alimentos. El tema de la agroalimentación está a debate. Esto, si bien no es nuevo, genera alguna esperanza de mejora para nuestra mesa cubana de cada día.
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Hoy es posible encontrar una amplia gama de enfoques, propuestas, planes y etapas referentes a la agricultura nacional. Esto implica a varios sujetos sociales en la creación y reflexión sobre las alternativas: gente que produce, otra que dirige, también la hay del sector empresarial y de las ONG, personas vinculadas a las ciencias (naturales y sociales), además de consumidores y consumidoras.
Lo cierto es que el problema de la alimentación lo es de todas y todos. Por tanto, la responsabilidad social y el derecho deben inducir, a cada ciudadano y ciudadana, a tomar cartas en el asunto. Al mismo tiempo, es responsabilidad del Gobierno crear las condiciones para un debate amplio y plural sobre este asunto.
Es cierto que, como novedad en la creación de las políticas públicas, el Gobierno convocó al levantamiento de propuestas, entre diferentes instituciones estatales y organización de la sociedad civil, para la elaboración de la Ley de Soberanía Alimentaria. Este es un paso necesario y plausible, pero no suficiente.
Sería deseable un debate público que habilite más a la ciudadanía en la comprensión y posicionamiento respecto a las agendas en debate. El actual intercambio de datos, ideas, propuestas y conceptos, que se da de manera espontánea, no está al alcance de importantes y mayoritarios sectores sociales, incluso de aquellos implicados de manera más directa en el sector agroalimentario.
Tenemos necesidad de producción estable y variada de alimentos. También de acceso a una producción estable y variada de ideas. Dicho de otra manera, no basta con informar resultados y proyecciones, es necesario deliberar públicamente. En esta ahora, al menos, debemos acceder, comprender y debatir las propuestas sobre cómo producir, comercializar y consumir alimentos.
Y es que llevar alimento a la mesa tiene implicaciones en las relaciones sociales y en los vínculos con la naturaleza. ¿Quiénes, qué y cómo se producen, comercializan y consumen los alimentos? Esta pregunta apunta a las esencias del problema. Entre líneas generales, propuestas concretas y concepciones divergentes, se mueve la agenda alimentaria que hoy nos llega a la mesa.
Los documentos del Gobierno al alcance, por ejemplo, hablan de autoabastecimiento local, exportación de alimentos, encadenamiento productivo, minindustiras locales, inversión extranjera, desarrollo pecuario, producción de semillas y de alimento animal.
Al mismo tiempo se enfoca la reorganización y dinámicas en el sistema agroalimentario: gestión de divisas al alcance de quienes producen y la eliminación de impagos que desestimulan la producción; agilizar, flexibilizar y aumentar el otorgamiento de tierras para su uso eficiente; reordenar las funciones y alcances del Ministerio de la Agricultura y de las empresas estatales vinculadas a la producción de alimentos.
Otras fuentes no oficiales abren el abanico propositivo. Hablan, por ejemplo, de garantías al funcionamiento autónomo de las cooperativas; de la descentralización de las regulaciones estatales al nivel municipal y local; de reducción de la entrega obligatoria de productos a Acopio (menos de 50 %) y venta libre de la producción no contratada; de la eliminación de trabas a la transportación y distribución mayoristas; de autorización a la empresa estatal para abastecerse con entidades cooperativas y privadas; de la aprobación de las medianas y pequeñas empresas en la cadena agroalimentaria; de la eliminación progresiva de los precios topados.
En la mesa aparecen otras agendas, más enfocadas en quienes producen. Apuestan por sistemas agroecológicos como matriz productiva; el acceso a semillas y su reproducción por los campesinos y campesinas; el uso de técnicas existentes para conservar alimentos sin químicos; el diseño de modelos productivos cerca de quienes producen y en forma cooperativa; el desarrollo de programas de investigación a nivel local que generen variedades más acordes al territorio; el desarrollo de renta básica para que la población pueda comprar alimentos, limitar el papel de los intermediarios, así como garantía de precios justos para los campesinos y campesinas.
Todo este ir y venir escudriña, esencialmente, en paradigmas de desarrollo agroalimentario que, entre muchos matices, contrapone la visión del alimento como derecho al carácter de mercancía con que opera hoy. El acápite de soberanía alimentaria versus seguridad alimentaria, la producción agroecológica frente al uso de semillas genéticamente modificadas, la prevalencia de un modelo productivo de pequeña escala frente a la matriz extensiva, así como las miras de la producción agrícola hacia el mercado interno, no hacia el mercado internacional, son contenido que estructuran la agenda de debate.
La mesa nuestra de cada día, esa que hoy padece un flujo limitado de alimentos, espacio social en el cual habla el país cotidianamente, necesita tener, además de viandas, hortalizas, frutas, leche, carne y pescado, comprensión sobre el ordenamiento desde el que se produce y comercializa el alimento que debemos consumir. Hoy la mesa está servida, al menos para el debate.
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