Escena de acto de repudio realizado contra Saily González. Santa Clara, 15 de noviembre de 2021.
¿Cómo leer el 15N?
18 / noviembre / 2021
A 72 horas del 15N muchos ponen exclusivamente su mira —cómo no hacerlo— en la salida de Cuba de Yunior García Aguilera. El dramaturgo cubano, autor intelectual de la plataforma Archipiélago, abandonó Cuba —sin que ninguno de sus compañeros lo supieran— y se encuentra en España. Ante los eventos, la opinión pública debate entre sentimientos encontrados —de la euforia a la decepción, del triunfalismo a la desmovilización— que impiden una valoración sosegada.
Los saldos del 15N y la decisión de Yunior García llevan una evaluación mucho más profunda y menos prejuiciada. En este artículo ofrecemos nuestra perspectiva y utilizamos como base un análisis predictivo que publicamos el 11 de noviembre de 2021.
EL 15N: UNA MEZCLA DE ESCENARIOS
En el artículo «Escenarios posibles ante el 15N» vaticinamos la posibilidad de que se produjeran tres situaciones. La primera que calificamos como negativa implicaba: «el fracaso de la convocatoria y, con ello, de la iniciativa y del impulso cívico que se había dado. El exilio masivo, el apresamiento de todos los liderazgos, la restauración masiva del miedo, la desconfianza y la parálisis social».
Describimos también la posibilidad de un escenario subóptimo en el que pronosticamos que la iniciativa podría sobrevivir de forma parcial pues podrían desarrollarse acciones en diferentes territorios al tiempo que solo algunos líderes y participantes fueran apresados. Aquí contemplamos la posibilidad de que se produjera un apoyo amplio de la comunidad de cubanos en el exterior, expresado en las manifestaciones convocadas en más de 100 ciudades en el mundo. Hablábamos en este caso de que, pese a la violencia, se lograría una presencia física y mediática y la imagen de un éxito moderado.
Por último, analizamos la posibilidad de un escenario óptimo que podría producirse en dos variantes. Una con menor probabilidad y que implicaba una manifestación similar o superior a la del 11J y una más realista que derivaría de una mediación impulsada por la Iglesia Católica que facilitara un escenario de ganar-ganar para todas las partes. Esto evitaría que la escalada represiva provocara un daño mayor a la imagen del Gobierno cubano en el exterior y el apresamiento de todos los miembros del movimiento y con ello de su aniquilación completa.
Ahora bien, el 15N rebasó cualquiera de nuestras lecturas y se configuró en un escenario que incluyó elementos de los tres descritos por nosotros. En primer orden, la represión desplegada por las autoridades cubanas —apoyadas en el tiempo que tuvieron para prepararse— antes del 15N fue intensa e impune. En la propia jornada los recursos movilizados fueron notables. Además, fue precedida por el cierre de cualquier vía institucional para la solución de las demandas de Archipiélago. Los intendentes, de manera inconstitucional, declararon ilícita la marcha del 15N y la Fiscalía —a pesar de la aparente inconstitucionalidad— validó su decisión y apercibió a varios moderadores de Archipiélago sobre los posibles delitos que cometerían de salir a marchar después de la decisión del Gobierno.
Al mismo tiempo, la Fiscalía presentaba ante los tribunales peticiones de sanciones a manifestantes del 11J que llegaban a los 27 años de privación de libertad; y los tribunales negaban a los promotores de Archipiélago la posibilidad de discutir en sede judicial la decisión de los intendentes. Los jueces cubanos consideraron que no tenían competencia para solucionar conflictos constitucionales. En resumen, la decisión de los intendentes se convirtió en un acto inapelable respaldado desde el inicio por todo el aparato de propaganda.
La posición institucional dejó claro a los miembros de Archipiélago y a quienes apoyaban su causa que no existía protección contra el terror estatal y su impunidad. Constatar esa realidad hizo mella en varios de los miembros de Archipiélago; muchos de ellos sin experiencias represivas o políticas anteriores. Poco antes del 15N, varios de los que habían demostrado más entereza en su decisión de marchar comenzaron —algunos en condiciones de visible coacción— a desmarcarse de la iniciativa y a desmovilizarse.
La represión gubernamental fue ejecutada con detalle: centenares de interrogatorios ilegales que incluyeron, incluso, personas intimidadas por dar like a una publicación de Facebook del grupo Archipiélago. En esos interrogatorios la policía política amenazó a ciudadanos comunes, activistas, periodistas independientes, dibujantes y en algunos casos hasta sus familiares —despolitizados o ajenos a las expresiones y al activismo de sus parientes—. Utilizaron para ello la impunidad con la que cuentan y las posibles repercusiones penales que podrían tener si salían a manifestarse el 15N.
Asimismo, se produjeron actos de repudio y detenciones domiciliarias, cortes de Internet y cercos policiales para evitar que salieran a las calles o se articularan quienes habían insistido —después de toda la represión— en su idea de marchar. Organizaciones como el Observatorio Cubano de Derechos Humanos reportan que solo en la jornada del 15N se registraron un centenar de detenciones y una cifra similar de retenciones en domicilios, acompañadas por actos de repudio.
El terror también terminó por quebrar a la figura más visible de Archipiélago, Yunior García Aguilera. El dramaturgo —en una decisión que, muy probablemente, terminó impactando la coherencia de la convocatoria, erosionada por la represión incesante— decidió apartarse de los planes iniciales —definidos de manera colectiva y horizontal— y anunció que marcharía en solitario el 14 de noviembre y no el 15 como estaba previsto. La decisión, según declaró el artista, fue apoyada por la mayoría del equipo de moderadores de Archipiélago. El 14 de noviembre de 2021, Yunior García no pudo ni intentó salir de su casa, tal como había anunciado horas antes en una transmisión directa a través de sus redes sociales. De ahí sobrevinieron horas de incomunicación que propiciaron que Archipiélago pidiese una fe de vida, y luego la noticia de que el 17 de noviembre el dramaturgo —mientras sus compañeros lo daban por desaparecido— había llegado a España.
Necesitamos pasar, en el manejo de estos eventos, de los juicios personales a los análisis políticos. Los primeros magnifican lo moral, con el foco en cuestionar o endiosar a las personas concretas. Los segundos evalúan los actores —incluidas las personas— y los recursos puestos en juego en función de su efecto en disputas de poder.
Hay que diferenciar la actitud reciente de Yunior García como ser humano y el rol que ha jugado como líder. Merece toda la comprensión como persona, por haber sido sometido a la incesante presión directa (difamatoria, policial, psicológica) de todo el aparato estatal, y por el sentimiento de responsabilidad para con la suerte de sus seguidores amenazados y su familia. Pocos podrían haberlo hecho de modo diferente. Su pacifismo y su declarada condición de ser un hombre con una única arma, la palabra, permiten entender su renuencia a acometer acciones de fuerza o exponerse a la represión desatada.
Sin embargo, con independencia de las percepciones y autopercepciones, en ambientes como el cubano todo activismo es político, mucho más el de Archipiélago que nació dirigido a la liberación de los presos políticos y a cambios democráticos en la isla. Quien funda, nuclea y convoca ese activismo deviene, quiéralo o no, líder. De ahí que ninguna forma de comprensión y empatía humana impide una evaluación sobre fallas en cuanto a liderazgo y comunicación.
Si en un entorno autoritario se lanza una acción de protesta con riesgo represivo, el líder convocante tiene ante sí dos alternativas: a) convencer a sus partidarios de una retirada táctica o b) si se persiste en sostener el pulso, estar en primera línea. Porque, pese a que se intente construir liderazgos colectivos, el rol simbólico y efectivo de personas (por su capacidad de sintetizar ideas, mensajes y ejemplos) tiene impacto indudable ante los miembros y simpatizantes de la organización. Pensemos, por ejemplo, en lo que significan hoy Luis Manuel Otero, Maykel Osorbo y Carolina Barrero, jóvenes activistas y artistas que han suscitado todo el enojo del poder con sus actitudes de resistencia cívica a la violencia estatal.
Hay notables ejemplos de liderazgos que han asumido la responsabilidad con su rol en situaciones políticas adversas. Para trascender las filias y fobias nacionales, recuperamos varios ejemplos. Martín Luther King Jr., durante la segunda marcha de Selma a Montgomery, ante el encuentro con soldados de la Guardia Nacional y del antecedente el Domingo Sangriento, decidió redirigir a los marchistas de vuelta a la iglesia. El líder no quería poner a su gente en riesgo, pues esperaba mayores apoyos y la decisión de una corte federal que les concediera protección. Aung San Suu Kyi aceptó el prolongado encierro doméstico para no descabezar, con el exilio, al movimiento que lideraba en Birmania. Alexei Navalny regresó este año a Rusia, tras ser envenenado, para dirigir unas protestas contra Putin. Ilegalizado su movimiento, desde las mazmorras, pidió a sus seguidores prepararse para luchas futuras. Hoy en Nicaragua, Ana Margarita Vigil y Félix Madariaga —entre otras personas— pagan con cárcel su decisión de no ceder ante Ortega.
No todas las personas están capacitadas o son lo suficientemente fuertes para sostener los liderazgos en contextos autoritarios. Por supuesto que también un liderazgo puede asumir el exilio, y, al hacerlo, puede aportar su capital político y personal para fortalecer al movimiento. Pero solo en contados casos —como la candidata presidencial bielorrusa Svetlana Tijanóvskaya o el venezolano Leopoldo López, luego de su salida a España— un liderazgo exiliado puede seguir teniendo algún tipo de conexión y ascendencia con el movimiento dejado atrás. Aun en esos casos, se trata de un vínculo frágil pues se abre un espacio hondo entre las condiciones del exilio y la suerte de los dirigentes y bases que permanecen en el país originario.
Lo que no es positivo desde el punto de vista político —y esa crítica ha sido hecha a Tijanóvskaya, quien fue expulsada del país mientras otras figuras permanecieron en Bielorrusia— es que el liderazgo asuma una solución personal en el pico de una convocatoria sin involucrar a su equipo y seguidores; en especial, si se trata de una red ciudadana que intenta con toda la fragilidad e inercias de una cultura y praxis políticas autocráticas cambiar a las personas al mismo tiempo que a la realidad. Si se preveía el recurso de una salida personal ante el empeoramiento de la represión, ello debió ser al menos del conocimiento del equipo coordinador y del movimiento que lanzó un S.O.S. para declarar desaparecida, en medio de la jornada represiva, a su figura más visible. Si se decidió la salida —a pesar de la variable de la incomunicación—, hubiese sido preferible desmovilizar, demostrar humanidad y fragilidad para poder conservar la capacidad de convocatoria del movimiento y demostrar in situ y en primera persona la fuerza —indiscutible— que conserva el sistema para quebrar a través del terror a quienes se oponen.
Por supuesto, estas son decisiones que se evalúan muy fácil desde fuera, sin estar rodeados por una turba de personas vociferantes, con la capacidad de agredirte. Pero los análisis políticos críticos deberían ser indispensables en el afán de la sociedad civil cubana de ensayar la democracia y de construir conocimientos y estrategias de lucha. Negar las críticas al Yunior líder implicaría reproducir la idea defendida desde el oficialismo de que estos análisis contribuyen con el enemigo o de que no se pueden criticar las acciones de quienes gobiernan Cuba porque se ganaron esos privilegios en la Sierra Maestra.
Es poco probable que Yunior García, después de su decisión y la forma de implementarla, conserve la capacidad de liderazgo para llevar a Archipiélago a empresas mayores. Corresponderá a sus miembros procesar, del mejor modo posible, el rol del fundador en una organización que hace de la deliberación colectiva de metas un principio y fortaleza. Los voluntarismos y cambios súbitos de agenda no caben en un tipo de movimiento red de este tipo. Su costo, real y simbólico, es notable para el tipo de articulación y cambio cívico que se quiere implementar.
No obstante, es justo afirmar que el dramaturgo posee todo el capital testimonial e intelectual para denunciar, en su condición de víctima, el terror, la violencia y la impunidad con la que actúa el Gobierno cubano. No solo ante la opinión pública internacional y los organismos internacionales, sino también ante una izquierda de la que Yunior se siente parte y que actúa de forma recelosa cuando de condenas al régimen cubano se trata. El valor del intelectual reprimido, por condición personal y capacidad comunicativa, puede ser muy importante en momentos en que parte de la comunidad internacional parece comenzar a ver a Cuba como lo que realmente es: una tiranía opresiva, igual que otras que suscitan condenas y sanciones.
La forma en la que se produjo el exilio de Yunior García, la falta de transparencia con la que fue manejado, afecta políticamente a Archipiélago. El Gobierno cubano ha demostrado que tiene total control de la situación. Los resultados de la convocatoria y la salida intempestiva del creador de Archipiélago sirven en bandeja los contenidos para el aparato de propaganda —al que cada vez menos gente cree sus bulos— y desmotiva a una ciudadanía que aprecia la eficacia de las convocatorias por sus resultados materiales y no simbólicos. Esa misma ciudadanía había visto en Yunior —entre otras cosas por la exposición personal que él asumió como válida y necesaria— a un líder que los cubanos —quienes en su mayoría no entienden de colectividades y horizontalidades— creían podía impulsar el cambio definitivo.
A Archipiélago, como movimiento, le faltó incidencia y estrategias comunicativas efectivas para implicar a los familiares de los más de 600 presos políticos cubanos. Archipiélago no logró que quienes tenían la mayor capacidad y autoridad —por razones humanas y no necesariamente políticas— para marchar, marcharan. Más allá de la familia de Andy García en Santa Clara, no trascendieron muestras de apoyo público de quienes debieron haber sido ganados en primera instancia.
Los resultados generales de la jornada deberían servir para evaluar las estrategias de quienes impulsen soluciones maximalistas.
Todo lo narrado hasta aquí no parece ser un escenario mixto, sino uno más parecido al catalogado por nosotros como negativo. Sin embargo, esa sería una mirada reduccionista y derrotista que tampoco se ciñe por completo a la realidad. A pesar de que no podemos considerar un éxito la convocatoria de Archipiélago, sí podemos evaluar como positivos algunos saldos del 15N.
Durante la jornada no se produjeron manifestaciones colectivas importantes, pero sí se reportaron actos individuales o de pequeños grupos de ciudadanos que salieron vestidos de blanco o que siguieron algunas de las iniciativas de protesta recomendadas por Archipiélago. En las redes sociales varias personas compartieron muestras gráficas —la mayoría de acciones individuales— que demostraron acciones de apoyo a la convocatoria y la ocupación del espacio público físico cubano. Varias personas pusieron sábanas blancas, sonaron cacerolas o compartieron algún tipo de símbolo alusivo al 15N en redes sociales. Los intentos o las protestas aisladas condujeron a la detención de varias personas, algunas de las cuales todavía se encuentran recluidas o desaparecidas. Esas protestas aisladas son parte del escenario subóptimo descrito por nosotros. Como también lo es el hecho de que una buena parte de los moderadores de Archipiélago permanecen activos en Cuba y que el respaldo de la iniciativa por parte de la comunidad de cubanos de la diáspora fue de gran alcance.
La acción conjunta de Archipiélago y de los actores de la sociedad civil que lo acompañaron contribuyó a profundizar la depauperación de la imagen internacional del régimen cubano. En vísperas del 15N y como resultado de la visibilización de la represión se produjeron pronunciamientos sin precedentes de actores internacionales como la Unión Europea o Canadá. El relator especial para la libertad de asociación de la ONU mostró preocupación por las limitaciones al derecho de manifestación de los cubanos. La Oficina de la Alta Comisionada de la ONU, que en oportunidades anteriores había decidido callar sobre Cuba, anunció que monitorearía la situación y luego del 15N pidió la liberación inmediata de los detenidos durante la jornada. Si en Nicaragua y Venezuela, que viven también un reflujo de la movilización social, la comunidad internacional se ha implicado en acciones de solidaridad concreta con los demócratas locales es plausible incidir para que con Cuba —con más del doble de presos que aquellos países sumados— se actúe de modo similar y la isla deje de ser una excepción.
Archipiélago y su iniciativa también contribuyó a la obtención de pruebas documentales irrefutables que demuestran la inexistencia de una institucionalidad independiente, no vinculada a las decisiones del Partido Comunista y de los aparatos de la Seguridad del Estado. En otras palabras, Archipiélago aportó con su litigio estratégico más pruebas de que la unidad de poder solo conduce, en el mejor de los casos, a la dictadura de la mayoría y en el peor de los casos —y más cercano a la realidad cubana según nuestra perspectiva— a la dictadura de unos pocos.
Las acciones de Archipiélago produjeron también más argumentos para desmontar el discurso —sostenido por el Gobierno cubano y sus aliados en organismos internacionales e instituciones académicas— de que la institucionalidad cubana es suficiente para canalizar el disenso político en el país. Este grupo de cubanos demostraron que la Constitución cubana es simbólica y que puede ser resumida —a pesar del esfuerzo de algunos académicos de renombre— a dos artículos, el 4 y el 5. Aportaron la constatación documental de que el Estado «socialista» de derecho es una ficción, por demás solo reservada a aquellos que apoyan al sistema político cubano.
Archipiélago parece también habernos legado un mayor involucramiento humanitario y cívico de la Iglesia Católica en la realidad sociopolítica del país. La participación de sacerdotes, monjas y religiosos en el acompañamiento a las protestas, el mensaje de la Conferencia Episcopal y el acompañamiento personal del cardenal a Yunior García así lo demuestran. Estas acciones si bien no son las mismas que definimos en una de las variantes del escenario óptimo, sí demuestran que la Iglesia Católica sigue siendo un actor social de peso en la realidad cubana. Parecen demostrar también la decisión, sobre todo de la jerarquía, de querer profundizar la misión de la Iglesia en Cuba y colocarse una vez más como un actor relevante —al igual que en regímenes del área como Venezuela y Nicaragua— en el juego político luego de años de expresiones que denotaban un concordato tácito con el Gobierno cubano.
La mediocridad abusiva del poder cubano —incapaz de proveer justicia, desarrollo y participación social— continuará generando malestares que seguirán traduciéndose en una sociedad cada vez más pobre y desigual. Terminarán traducidos en disidencia. Hay personas y grupos que no pueden ni quieren callar, escapar o aceptar el statu quo. Un reto de Archipiélago —y de las iniciativas que vendrán— será mantener y reconstruir el tejido y las narrativas sociales que confrontan ese orden excluyente de cuestiones.
Para ello, es imperativo poner en el foco de cualquier acción —interna o internacional— de la sociedad civil cubana en los presos políticos y sus familiares. Es una causa humanitaria, transideológica, capaz de concitar las solidaridades más amplias y valiosas para construir —como ha sucedido en otros lados— un movimiento de víctimas y acompañantes alrededor del más básico reclamo de justicia. Si cuando irrumpió Archipiélago algunas personas temían que este quitase visibilidad a la situación de los presos, la propia dinámica de los eventos no ha hecho sino reforzar la centralidad del drama humano incrementado tras el 11J.
El trabajo de iniciativas como Justicia11J o la Conferencia Cubana de Religiosas-os (CONCUR), por solo mencionar dos articulaciones asentadas en el terreno y que comparten la suerte de las víctimas, es un ejemplo en esa dirección.
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