Ya existe la Fuerza de Tarea (o grupo de trabajo) de la Administración Trump para promover, de forma unilateral, mayor acceso a Internet en Cuba. La confrontación está de vuelta.
Para mí no quedan dudas de que se trata de un nuevo caso de injerencia norteamericana en la soberanía del Estado cubano. Quienes defienden este tipo de políticas arguyen que el pueblo cubano no es soberano puesto que, dicen, en suelo cubano manda su gobierno y el Partido Comunista, no la gente. Yo, aunque crea que es necesaria una redistribución del poder en Cuba, considero que la soberanía es una cuestión central para el desarrollo de cualquiera que sea el proyecto de país que defendamos.
La soberanía significa reconocer el poder que puede ejercer un grupo dentro de un territorio enmarcado por fronteras. Internamente, este grupo de personas (dígase, una clase) organiza las normas para la distribución de los recursos y el poder. Unas veces tales modelos de distribución son más justos y en otras menos.
Dicho esto, insisto en que para construir el modelo de sociedad que queramos para Cuba, necesitamos primero defender el derecho a ejercer soberanía y un territorio geográfico sobre el que basar nuestra idea. A partir de ahí es que podemos debatir, forcejear, negociar y erigir un proyecto de país para la Nación.
A partir de este razonamiento entiendo que políticas unilaterales de los Estados Unidos, como esta del Grupo de Trabajo sobre Internet, no respetan la soberanía de Cuba como Estado-Nación. El reconocimiento al otro, en tanto que ocupa un espacio geográfico, y la libertad en sus decisiones internas, es esencial para la convivencia. La administración de Donald Trump parece regresar al camino del desconocimiento de la soberanía cubana porque no existe soberanía sin fronteras y las fronteras pierden sentido si se irrespetan.
En términos estratégicos, la política de Trump es, además, ineficiente para sus propios fines. Debería ser ya evidente que la confrontación solo alimenta el discurso del gobierno cubano, justifica la sensación de excepcionalidad en que se fundamenta el ejercicio del poder en el archipiélago y termina por afectar a la mayoría de los cubanos. En La Habana se legitiman algunas políticas en buena medida gracias al contexto de beligerancia.
Cuando el anterior presidente de los Estados Unidos comenzó el camino de la normalización puso al gobierno cubano aún más de frente a sus gobernados. La confrontación con el “enemigo externo” de pronto parecía que comenzaba a desvanecerse y si eso pasaba sólo quedaríamos la gente y nuestras demandas a quienes dirigen la vida política y administrativa de Cuba.
El Bloqueo/Embargo siguió ahí, pero con la apuesta de un presidente por eliminarlo. Barack Obama no ocultó la intención de generar cambios en el sistema político de la Isla, pero se manejó desde el ámbito de la igualdad soberana. De haber continuado por esa línea su política quizás hubiese vuelto inservibles las justificaciones usadas para cubrir errores internos de la política cubana en las últimas décadas. Aun así, no faltaron “ideólogos” que intentaran mantener vivo el escenario bélico con diversos artículos en medios de difusión nacional. Pero la gente apoyaba la nueva política norteamericana.
Hoy la administración Trump comete, en mi opinión, dos errores: en primer lugar viola la soberanía de Cuba y en segundo lugar reordena el tablero político reforzando la posición donde más cómodo se sienten sectores ortodoxos dentro del gobierno cubano: la confrontación.
La página del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba muestra desde el 24 de enero de este año una caricatura donde un hombre vestido de guayabera y con un machete a punto de ser desenfundado, le dice a un fusil norteamericano “Mejor no te en ‘redes’”. Días después, fue entregada una carta de protesta oficial a altos diplomáticos estadounidenses en La Habana que denunciaba el ataque a la soberanía nacional y también mencionaba que su intención era promover la subversión en Cuba. Ya sabemos cuánto y cuantos caben en esa palabra que sirve, también, como etiqueta para deslegitimar.
A estas alturas me parece estar viendo a algunos que se remangan sus camisas y celebran la nueva etapa de gritos sordos, insultos, y descrédito no solo a quien amenace de verdad la soberanía nacional, sino a cualquiera que sea incómodo y se le pueda asociar a la fuerza con el “enemigo” injerencista.
Volvemos entonces a la “plaza sitiada” como campo de acción permanente de la política interna. Se cierran filas y cualquier paso fuera es entendido como cambio de bando. Un escenario muy propicio para mantener el estatus quo.
Los adversarios de la nación cubana no son solo quienes quieren socavar nuestra soberanía (esos siempre han existido y seguirán existiendo), sino quienes usan esa intención de otros para atrincherarse, encerrarse, y proclamar que bajo la amenaza externa, los anhelos de prosperidad y derechos deben esperar.
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