Las 24 horas, en las 4 jugueras que administra en la ciudad de Pinar del Río, Daniel García Bravo no se detiene entre el trasiego del hielo, las pulpas de las frutas o el azúcar.
En las madrugadas, extensas de tanto cuidar enfermos, las personas salen del Hospital Provincial Abel Santamaría y van a unas de las jugueras cercanas. Casi siempre encuentran 20 tipos de jugos, debido a las mezclas más inverosímiles. Daniel calcula sus ventas en más de 6000 vasos de jugo, diariamente.
El éxito de este guajiro emprendedor comenzó al reconstruir, sobre la roca viva, el suelo agradecido de su finca La Cabaña. Allí, en la pared de su casa, cuelgan tantos reconocimientos que no recuerda dónde le fueron otorgados. Que si finca agroecológica; que si finca cerrada; que si sostenible e integral: son algunas de las denominaciones de sus tierras, de donde saca mucha de la materia prima de las jugueras.
“Químicos ni pensarlo, sabes. No puedo usarlos, porque perdería el esfuerzo de tantos años”, dice Daniel, quien de técnico medio en economía se convirtió en campesino. Pero La Cabaña no siempre fue el paraíso ecológico, ni Daniel el afamado productor, campesino o científico por cuenta propia que es hoy.
Ni existió siempre el poderoso biogás que redujo, casi al mínimo, el consumo de electricidad. Tanto fue, que Daniel propuso a los vecinos donarles la energía sin costo alguno, a lo que extrañamente se negaron.
“Es una empresa en sí mismo. Ojalá todo el mundo lo hiciera, nada más que para cocinar. Es fácil y útil para el alumbrado”, afirma.
Cuando era un neófito y casi un niño, comenzó criando puercos y carneros. “Me tocó el periodo especial duro de verdad, cuando la miseria caminaba por las paredes. Desde la escuela tenía alma de negociante”, cuenta Daniel, quien representa las jugueras, inscritas a nombre de la CCS a la cual pertenece.
La Cabaña se encuentra en el Hoyo del Guamá, zona cercana a la urbe occidental. Era, cuando Daniel comenzó a trabajarlo, un suelo repleto de piedras, yermo, ahíto del peligroso árbol del guao. Con las lluvias, el suelo perdía la escasa materia orgánica, por el arrastre.
“Empezamos a proteger el suelo, a echar bastante abono orgánico para hacer una capa vegetal. Plantamos las barreras vivas y muertas.”
En La Cabaña comienza un ciclo que se cierra cuando las frutas se consumen en forma de jugo. Existe una experiencia similar en la provincia, pero cuenta con una sola juguera, explica Yaima Benítez Mendoza, presidenta provincial de la Asociación Cubana de Técnicos Agrícolas y Forestales (ACTAF).
“Con la juguera hay que tener todo tipo de frutales, desde tamarindo hasta canistel, que uso para darle color al mango. Empecé con tres jugos y hoy tenemos hasta 20 combinaciones de sabores. Imagina tamarindo con limón o guayaba con piña, por ejemplo”, dice Daniel, quien ha experimentado también con la denostada planta de moringa.
Él y su esposa pasaron cursos de buenas prácticas en el manejo de los alimentos y la inocuidad. Incluso, las inspecciones constantes de las autoridades de higiene y epidemiología, obligan a la existencia de muestras testigos de hielo y de agua.
Sus jugos se ofertan a precios bajos, hasta de un peso, algunos. Incluso, se donan diario 600 jugos a niños sin amparo filial, hospitales y eventos.
Pero “hace falta apoyo para que esto crezca, porque es diario”, alerta Daniel. Porque requiere de una logística aceitada para que las jugueras no se detengan. Aunque tiene garantizada la materia prima fundamental, otros componentes no son tan sencillos de conseguir, como el caso del azúcar y el hielo.
Su caso ejemplifica el éxito de la colaboración entre individuos, instituciones y gobierno. Sin esa cooperación, sería prácticamente imposible obtener el hielo.
“El hielo es subsidiado, me lo venden a bajo costo porque de otra manera se encarece el servicio. Tengo el apoyo del gobierno, por eso tengo tantos sabores y eso las autoridades lo han protegido en la provincia”, dice. Pero necesita también de otros productos para añadir a la oferta y ayudar al consumo, como el caso del pan.
Incluso con el triunfo de este experimento, y la cooperación con las autoridades, a Daniel no se le permite abrir más jugueras en la ciudad. El argumento es que solo debe tener cuatro.
El procesamiento de sus productos en una minindustria les permite almacenar, en forma de pulpa, hasta 420 000 botellas. Cuando nadie tiene mango, este campesino posee una reserva de miles de botellas de distintos tipos.
Los talleres en que participa, las invitaciones a encuentros y el estudio personal, lo han convertido en un científico empírico, que experimenta y obtiene premios en los Fórum y eventos. A través de proyectos como Programa de Innovación Agrícola Local (PIAL), Daniel ha incorporado prácticas agroecológicas. Incluso, los estudiantes de agronomía de la Universidad de Pinar del Río suelen realizar visitas a La Cabaña.
“Se vincula la mujer al campo, se trabaja los temas de género. Lo fundamental es que practiquen una agricultura de conservación, con el menor uso posible de los pesticidas. Es un excelente ejemplo de buenas prácticas sobre agroecología. Es buena práctica cerrar el ciclo productivo y en su caso, aprovecha el exceso de cosecha-compra a otros- y por eso tiene productos para tiempos de crisis”, afirma Yaima Benítez.
Con los años, la finca se ha vuelto un “espacio cerrado”. Daniel explica que la estrategia es aprovechar cada pedazo de suelo disponible. Donde haya tierra, se siembra algo y “no se chapea por gusto”. También ha desarrollado la lombricultra y la piscicultura, y ya tiene unos 17 000 alevines.
Con el biodigestor acabaron sus preocupaciones por el suministro de abono de la CCS. En la última limpieza extrajo de este, decenas de carretillas de materia que ayuda a la fertilidad del suelo. Hasta los jugos que no se consumen, vuelven a este lugar para convertirse en energía.
Ya planea montar otros dos, para que la minindustria se abastezca de energía para trabajar. Su idea es, algún día, desconectarse de la red eléctrica y asegurar la supervivencia con los medios propios y que La Cabaña sea el lugar idílico para extender el reinado de los jugos; el lugar perfecto donde se cierra la cadena productiva.
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