Justo antes de que comenzaran a aumentar los casos de COVID-19 en Cuba y nuevas restricciones de movimiento fueran aplicadas en La Habana a principios de 2021, el polígono de Ciudad Libertad se llenaba de pelotas los fines de semana.
Es un espacio abierto de unos 18, 054 m², con yerba, algunos aparatos biosaludables a un costado y muchos postes de electricidad en medio. Un sábado cualquiera, antes del arrecio de las medidas por la pandemia, se practica softball en una esquina; en otro extremo, lo más lejos posible del fluido eléctrico, un grupo juega béisbol con una chapa metálica como home; y en el lado opuesto, cerca de un bosquecito, tiene lugar la liga independiente de pelota Alfredo Street in Memoriam.
Se enfrentan los Astros de Ciudad Libertad contra los Indios de la Universidad de La Habana (UH).
Brando Delgado, de los Astros, espera su turno al bate y, mientras tanto, observa la postura y el swing de sus compañeros para corregirles los errores que nota. Con 25 años es uno de los más experimentados de su equipo. «¡Swing muy lento! ¡Mira la bola!», le grita al bateador de turno.
Brando es actualmente entrenador en categorías inferiores, desde 9 hasta 16 años, pero entre 2013 y 2016 fue lanzador del equipo Industriales. Luego salió del país, sufrió una lesión y estuvo imposibilitado para el deporte por un tiempo. Volvió para jugar con Artemisa, pero un problema en los riñones lo volvió a sacar de los terrenos.
Ahora no se conforma con enseñar a niños y adolescentes, pasó de pitcher a jugador de campo; así obtuvo buenos resultados en la última Provincial y quiere volver a la Serie Nacional, por eso entrena en las mañanas, junto a otros jóvenes, con el profesor Jorge Mazorra Delgado.
Fue durante uno de esos entrenamientos, en el propio polígono de Ciudad Libertad, cuando tuvo la idea de crear un torneo. «Éramos muchos los peloteros que, con el lío de la pandemia, llevábamos más de ocho meses sin jugar —explica. En 2020 no se pudo hacer el Provincial ni nada. Entonces, todos los días me llamaban y me decían: “Brando, vamos a jugar, vamos a hacer algo”, y se me ocurrió esto».
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Foto: Pedro Sosa
Organizar una liga independiente con esfuerzos propios
Termina el turno al bate y a los Astros les toca defender. José Ernesto Marrero Hernández, agachado detrás del home, hace señas al pitcher, que niega dos veces, asiente una tercera y lanza la bola. El bateador de los Indios alcanza a impactarla y corre hasta primera. El siguiente también la toca, pero es un batazo muy corto. La pelota cae cerca del cátcher y este la envía a segunda, donde José Enrique Aballí Azahares la agarra, pisa y la tira a primera. El árbitro marca doble play y el profesor Mazorra, a un lado del campo, lo confirma.
Marrero y Aballí llevan toda la cuarentena entrenando junto a Brando en Ciudad Libertad. Cuando a aquel se le ocurrió crear el torneo, ellos se suscribieron para ayudar y también el propio Mazorra, su entrenador.
«Entre todos contactamos por WhatsApp o por teléfono a un grupo de gente que tenía ganas de jugar pelota y los fuimos juntando», comenta Marrero, quien, bromean los muchachos, fue la principal figura en este apartado por contar siempre con saldo en el móvil.
Además de estas vías, según Brando, hicieron promoción a través de algunos carteles y tuvieron apoyo de la página web del equipo Industriales. Así, se enteraron varias personas más allá de sus conocidos y también se unieron a la liga.
«En total —comenta Brando Delgado—, armamos ocho equipos. Nosotros, los organizadores, en un inicio formamos dos: los Astros de Ciudad Libertad y los Guerreros del Fajardo. Después se unieron otros de distintas partes de La Habana. Hay uno de la Cujae, el de la UH, del Vedado, de Los Pinos, de Buena Vista, uno que se llama Broos Team, en el cual hay gente de distintos lugares y hasta otro de una iglesia».
Muchos de los participantes han estado dentro de la selección sub-23 o han jugado en Juveniles en Primera Categoría. En esos casos, intentaron distribuirlos por los diferentes equipos para no centralizar el nivel en uno o dos favoritos.
«Como soy el de más experiencia, ayudé mucho en la confección del calendario, las condiciones, las reglas… El reglamento del torneo fue casi al 100 % confeccionado por mí», dice el entrenador Mazorra, quien también hace de comisario en los juegos de la liga y, antes de retirarse, fue pelotero de la antigua provincia La Habana en la Serie Nacional.
El sistema quedó determinado como un «todos contra todos» con dos rondas, luego de las cuales clasifican los cuatro mejor posicionados y se enfrentan en semifinales y final.
Con el orden planeado, los equipos confeccionados y, además, el permiso del Gobierno local que les fue concedido sin problemas para realizar el torneo en Ciudad Libertad, parecería que lo tenían todo, sin embargo, faltaba lo más complicado.
Como resalta José Enrique Aballí, «el principal problema siempre fue el terreno». Lo primero era seleccionar una zona del polígono alejada del fluido eléctrico y donde no se reuniera asiduamente otro grupo para jugar. Para ello, seleccionaron una esquina cercana a un bosquecito, donde los árboles podrían dar sombra y proteger de pelotazos a quienes no estuvieran jugando, pero el sitio estaba en desuso y, por tanto, «tirado al abandono».
«La yerba nos llegaba por aquí —dice José Enrique y señala sus caderas—. Por suerte, empezamos a preguntar y dimos con un conocido que tenía una chapeadora».
Cuando los organizadores chapearon su campo, les quedó un suelo de yerba baja aún deficiente. Faltaba un elemento muy importante sin el cual ellos, con altas expectativas para su futuro en el béisbol, no se arriesgarían a jugar por el peligro de lesiones: la tierra. Un terreno de pelota la necesita para marcar el rombo de juego y el montículo del lanzador, para correr, para deslizarse, es esencial.
«Conseguimos una tierra relativamente cerca de aquí y de nuevo un amigo nos ayudó a transportarla. Así logramos arreglar algunas partes del terreno», narra Brando.
De vuelta al juego, el tercer bateador del equipo universitario hace otro batazo defectuoso. Se esfuerza en correr y se desliza para llegar a primera, pero la pelota llega antes. «¡Out!», marca el árbitro. El jugador de los Indios no logra alargar el turno ofensivo, pero al menos no sufrió golpes ni rasponazos y puede seguir jugando.
«No está en las condiciones idóneas —dice Aballí mirando el terreno—, pero lo llevamos a lo mejor que pudimos».
Foto: Pedro Sosa.
Más que una liga de recreo
Vuelven los Astros a la ofensiva y le toca batear a Oreste Reyes. En el primer lanzamiento, le sacan un strike al medio. Se irgue, da vueltas al bate mientras sus compañeros lo animan, recupera la postura y la próxima bola la manda a volar a zona inalcanzable. Como no hay muro, si la pelota sale por el final del polígono, hacia la calle, se marca tubey, o sea, solo puede correr hasta segunda base.
No es el primer batazo de Oreste en el juego. El lanzador de la UH no encuentra cómo lanzarle a este muchacho, de 21 años, que es reserva del equipo capitalino de la Serie Nacional. «Desde que salí del Juvenil, hice mi primer sub-23, mi segundo fue el año pasado y este iba a ser el tercero, pero no se dio», cuenta Reyes, y agrega: «soy reserva de Industriales, así que me mantengo entrenando y preparándome para, en caso de que me llamen a subir al equipo, estar listo».
Él está casi en lo más alto de la llamada pirámide del béisbol cubano y, sin embargo, dice sobre esta liga independiente organizada por cuatro personas en Ciudad Libertad: «para mí, que tengo aspiraciones, es algo necesario, casi imprescindible estar en un torneo como este».
En Cuba, cuando se superan las categorías menores, queda la selección sub-23, la Primera Categoría y la Serie Nacional. Cada una se juega durante una temporada al año —excepto en 2020, que no se jugaron algunas por la pandemia de COVID-19—. Si se tiene en cuenta la elevada cantidad de jóvenes peloteros, el número de participantes en cada una es ínfimo y, además, señala el entrenador Mazorra, no siempre se escoge a los mejores.
«Yo mismo fui un pelotero muy sufrido —explica él—, tenía que entrenar muy duro, porque los profesores hay veces que no ven la calidad y, realmente, en este país no se trabaja mucho con los atletas que tienen perspectivas. La mayoría de los profesores prefieren un atleta hecho, pero hay atletas que nacen con las condiciones y hay otros que se forman».
Entonces, muchos prospectos se quedan fuera de cualquier selección, otros son convocados en años alternativos y el resto se mantiene jugando en ellas de forma más asidua, pero igual sufren de un tiempo muerto entre una temporada y la otra.
«Cuando no estamos jugando en ningún equipo —declara José Enrique Aballí—, todo depende de nosotros, de nuestro esfuerzo. Hay que buscar un entrenador particular, que no esté integrado a ningún lugar, y pedirle de favor que te ayude».
Jorge Mazorra opina que la Alfredo Street in Memoriam es un ejemplo de liga de desarrollo para jóvenes promesas que debe tenerse en cuenta no solo por parte de los jóvenes peloteros, que se pueden organizar y crear sus propios torneos, sino también por la Comisión Provincial de Deporte y el Instituto Nacional de Deporte y Recreación (Inder), pues, «si con el esfuerzo de unos pocos se ha logrado, con una mano de las instituciones se puede hacer con más calidad y desarrollar más atletas».
«A esta edad de los jóvenes —agrega el propio Mazorra—, necesitan jugar bastante para poder desarrollarse. No basta con el entrenamiento. La prueba del atleta es el juego, que es el que dice si estás apto, si te falta, si tienes que entrenar un poquito más. Por eso necesitas jugar, para poder ver tus capacidades reales. Sin juego, el desarrollo no aumenta y hasta disminuye. Por eso se hace un torneo sub-23, entre otros, y por eso hace falta más torneos, que no sean solo a nivel nacional, también a niveles provinciales y hasta municipales, para que la juventud se desarrolle».
El partido está próximo a terminar y Eridel Fernández Ávila, debajo de un árbol, ve cómo su equipo pierde. Él jugó ocho Provinciales en Primera Categoría y ahora está reforzando el equipo de la UH. A diferencia de los demás jóvenes mencionados, ya no tiene esperanzas de avanzar hacia el béisbol profesional.
«Yo pensaba en eso hace un tiempo atrás —comenta Eridel. Desgraciadamente, la vida te pone inconvenientes y entonces no piensas en hacer ninguna selección. No pude llegar a la última categoría por muchas razones. Hay veces que el factor suerte influye, también el factor monetario, porque no tenía unos padres que me dieran el dinero como para dedicarme a eso. Tenía que mantenerme. Entonces, jugaba las Provinciales en Primera Categoría y al mismo tiempo trabajaba y era muy complicado. Pero aquí estoy, porque esto es lo que me gusta».
Foto: Pedro Sosa.
Sobre la Alfredo Street, dice que, por el nivel de muchos de sus participantes, «ahora mismo en La Habana no hay liga más fuerte para jugar».
Que la liga está dura lo corrobora Gian Franco Gil Alvariño, estudiante de la Facultad de Comunicación de la UH e integrante de los Indios. Según cuenta, el equipo de la universidad se unió para jugar en un nivel superior al suyo, con el fin de prepararse para los Giraldillos (competencia deportiva entre universidades de La Habana), y sus expectativas fueron más que cumplidas. «No veíamos un pitcher de esta calidad hacía tiempo —en referencia al lanzador de los Astros, al que no le han hecho ni una carrera en el juego—, pero eso es bueno para nosotros, así nos preparamos mejor».
Termina el partido y el equipo de los organizadores vence por más de diez carreras a cero. Este sábado habrá otros juegos y el domingo más. Cuando acabe la jornada, cada jugador habrá cumplido sus deseos de diversión, preparación y desarrollo, y quedará esperar al próximo fin de semana para continuar con el torneo independiente de Ciudad Libertad. Cuando este termine, asegura Brando Delgado, habrá otro más grande.
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