El vestido a rayas estaba allí, colgado como quien espera el cuerpo que va a vestir. Celine Terry, estudiante de Contabilidad de la Universidad de La Habana, lo vio y quedó encantada: sabía que ese era el ideal para su graduación.
Lo tocó y comprobó la textura: ni suave ni áspero, un lino exquisito de los que no se ven en las ropas estandarizadas traídas de Panamá, Guyana, Haití, Rusia o en las que antes llegaron desde Venezuela y Ecuador.
En un borde del vestido, la etiqueta dice Made in Cuba. También se lee Dador is the product of our vision, determination and spirit. Our garments are limited series. They are handcrafted and locally made in our studio in Havana.
Dador es una de las marcas de ropa de autor cubana emergente en el mercado. Está dirigida a públicos específicos y, pudiera decirse, elitistas. El uso del idioma inglés, además del español en las etiquetas de sus productos, también es muestra de su inclinación hacia clientes foráneos.
Es una marca que sus creadores definen como de alta costura. Hablan de estándares elevados en un país en el cual durante mucho tiempo la ropa ha tenido mala calidad, mal diseño y en el cual los habitantes, por lo general, no desean los productos nacionales.
“Tratamos de que los diseños sean ilimitados en el tiempo, que sean clásicos y que tengan buena factura y buen diseño. Como mismo hay comida chatarra, en la moda también ocurre. Hay ropa que tú compras en 12 pesos (CUC), la lavas dos veces y ya no sirve. Eso genera más consumismo, más contaminación; entonces tratamos de hacer una pieza duradera en el tiempo. Todo se hace a mano”, comenta Ilse Antón, una de las diseñadoras líderes del proyecto.
“Me gusta la marca Dador y me parece bien interesante. Siempre paso por aquí porque tienen un diseño diferente, una onda europea. Es el tipo de ropa que me gustaría usar porque es novedosa, original y con colores pasteles que llaman mucho la atención, así como las telas”, valora Lázara León, una guía turística freelance que trabaja en La Habana Vieja.
Músicos, diseñadores, productores de cine, actores, exponentes del mundo de la farándula en general, son los principales consumidores del tipo de piezas que producen y comercializan.
Tratan de demostrar que el diseño cubano tiene calidad, que “se pueden hacer buenos productos con buenas telas”, asegura Ilse.
“Como nosotros está Clandestina, otras personas que hacen cosas interesantes como Capicúa. Es un proceso que las personas empiecen a entender que se pueden hacer cosas de buen diseño, buenas telas, aunque conseguir los materiales sea complicado”, precisa.
Junto a Raquel Janero y Lauren Fajardo, Ilse Antón diseña y produce la ropa que le (s) gustaría usar.
Las tres son graduadas de Diseño de Vestuario, de una etapa en que esta especialidad del Diseño Industrial corría el riesgo de desaparecer. Tenían que afianzarse en la teoría porque no les daban muchas opciones para la práctica.
Las iniciativas privadas: una esperanza para la confección de ropa de autor
Fueron décadas de estancamiento de la industria textil cubana y de formación de diseñadores de vestuario que no tenían para dónde ir. Ahora, Ilse, sus colegas y otros jóvenes cubanos se lanzan a crear sus propias marcas de ropa.
“La mayoría de los que estudiaban Diseño Industrial en Cuba no escogían la especialidad de Vestuario porque no tendrían trabajo cuando se graduaran y nadie quería hacer proyectos que no tuvieran un fin determinado”, comentó la diseñadora Diana Azcue en una entrevista publicada en el diario estatal Juventud Rebelde.
La entonces novel diseñadora explicó en esa ocasión que “para revitalizar el diseño de vestuario cubano sería necesario reanimar primero la industria”.
Actualmente, la posibilidad de abrir negocios privados relacionados con la confección textil y la moda, parece mover en algún sentido una industria nacional desgastada por la importación excesiva a falta de producciones locales.
“Todo esto me parece correcto, vola´o. Lo que ayude a que haya más posibilidades de productos y de elección en lo que es la ropa está super bien, normalmente que te hagan la ropa es un lujo dondequiera, pero es un lujo que hay que aprovechar convirtiéndose en un cliente a la altura, exigente a partir del hecho de que te puedan hacer la ropa a la medida o que cada pieza esté hecha a mano, que no es seriada. Eso tiene un valor subjetivo, pero lo tiene”, comenta el artista visual Jorge Luis Rodríguez Díaz (R10), quien agrega que la carencia misma de la industria, propicia el desarrollo de la manufacturada.
“Hay textileras que están desarticuladas, Cuba no produce telas. Toda la tela es importada, no hay nada que sea producto cubano —destaca Ilse Antón. Lo que pasa es que se importa mucha ropa, las personas se compran cosas importadas que les dan cierto estatus, pero no son de buena calidad. A nosotros nos compran cubanos, extranjeros, esto es un negocio nuevo. Abrimos en diciembre (de 2018) y entran más extranjeros que cubanos, pero sucede que los extranjeros consumen nuestra ropa y la validan para los propios cubanos”.
Tiendas ¿cubanas? con diseños ¿cubanos?
Desde 2009 los diseñadores cubanos sugerían la necesidad de habilitar tiendas con productos de creadores nacionales, así como de crear más espacios para llegar e influir en la forma en que la población percibía la moda local.
Eran profesionales en una franca apuesta por ropa cómoda, cotidiana, acorde al clima y, a la vez, elegante. Sin embargo, se enfrentaban a personas reacias a la moda pensada para la Isla.
Mario López —director de Ingeniería de la Unión de Confecciones Textiles del MINIL— lo corroboraba en tan temprana fecha: “Se guían por las marcas y prefieren las tendencias importadas”.
Sin embargo, Ilse asegura que en la actualidad hay buena demanda de ropa de autor. “Tenemos una marca propia, una línea que nosotros hacemos, quizás no tan masiva; hecha con tejidos naturales, más caros e importados, que repercuten en que los precios sean más altos. Vienen personas de todas las edades. El vestido Malecón de nuestra colección lo compró una muchacha de 23 años, pero también una señora de 75. Se lo llevó incluso puesto, con un collar de perlas”.
Cris-Cris, lencería cubana sin secretos
Cristiane De Armas Naranjo —dueña de la marca de lencería Cris-Cris que se vende en La Habana Vieja— también insiste en que cuando se trata de diseño de autor se cuida mucho la calidad.
“Puede durar hasta 10 años. Trabajo con telas importadas, viajo a México y a Francia para traer elástico, porque aquí no tiene la calidad necesaria. El corsé lleva muchas cosas: encerradores, elástico, encaje, lazos, anillos, arregladores”, dice esta diseñadora alemana tan aplatanada en Cuba que hasta nombre medio latino usa.
Desde 2016 tiene su negocio en la Isla aunque la marca surgió hace 20 años en Berlín.
Cuando el gobierno cubano autorizó el trabajo por cuenta propia, cuenta, decidió comenzar a hacer lo mismo que hacía en Alemania. “Empecé a sacar mini colecciones, más individuales, porque las colecciones no son como afuera (en el extranjero), hay que buscar cosas que no están al alcance. Estas son más artesanales pero con cosido industrial, de ahí la calidad”.
Entre los productos que ofrece están guantes, gorras, brasieres y trusas, pues la tienda se especializa en “beach and underwear”.
La dependienta del local, Amarelys Guerra Lanz, asegura que una gran parte de los clientes llega, mira y vuelve después de varias semanas. “Muchas personas no conocían nada de esto. Es otra cultura. Al principio eran más extranjeros, los cubanos han ido aprendiendo y han comenzado a demandar este tipo de lencería”.
Angélica Fernández, camarera del bar El Dandy, frente a la tienda Cris-Cris, comenta que las piezas tienen muy buen diseño. “Son ropas que como mujer me llaman la atención, pero siguen siendo un poco caras y no están a mi alcance”. En este mismo bar una compañera suya recibió un juego de lencería como regalo de un extranjero y asegura que son excelentes.
“Casi siempre vienen muchos extranjeros ahí, pocos son los cubanos que llegan o salen con alguna compran, los extranjeros, sí”, corrobora Osmany Rojas, portero de El Dandy.
Aunque en Cuba han existido otras marcas de vestuario íntimo y de baño, casi nadie las recuerda; a pesar de haber sido lo más vendido de la industria textil cubana hace apenas una década. En solo un año llegaban a venderse 50 000 trajes de baño. Si bien no había vestidos o pantalones en los mercados, las trusas Vanessa para mujeres y Náutico para hombres, abarrotaban las vidrieras.
De cuando la industria textil cubana tocó fondo
Los problemas de la industria textil nacional persisten y afectan también los negocios privados. “Ha sido difícil mantener el acceso a materiales. No hay comunicación, no hay un mercado mayorista. No es como puede suceder en Alemania que pides de Japón y te llega muy rápido la cantidad de materiales que desees. De esa forma es imposible aquí. Yo tengo que llamar a personas que vienen a Cuba, organizarme. Es complicado traer materias primas”, apunta Cris.
La graduada de Diseño de vestuario con el sistema Bauhaus en Hannover y especialista en corsetería ha tenido que adaptarse y utilizar lo que tiene a su alcance. “Me gusta mezclar y cuando hay telas de un color y me queda un poco de otro, combino. Trabajo con estilo clásico. Me oriento con videos, libros de París, shows. Cuando hay tela suficiente me puedo organizar para producir. Yo trabajo con tres máquinas. Coso prototipos, con accidentes salen nuevas ideas. Trato de tener todas las medidas”.
A fines de los setenta existió en Cuba el Taller Experimental de la Moda. Era una empresa estatal destinada a la fabricación de ropa cubana, a partir de la consolidación de una moda autóctona, basada en telas y diseños frescos, modernos y a precios asequibles. La idea la concretó Celia Sánchez Manduley, desde su cargo de secretaria de los Consejos de Estado y de Ministros.
En la siguiente década, una mujer conocida como Cachita y llamada Caridad Abrantes, inauguró Contex: Confecciones Textiles. Allí el diseñador Lorenzo Urbistondo era el responsable del departamento de diseños masculinos y renovó la hasta entonces intocable guayabera cubana.
A favor de modelos inspirados en las raíces nacionales, Urbistondo aligeró los camiseros femeninos y desaparecieron los trajes —de safari, horrendos para muchos— que preferían los dirigentes.
Casi a las puertas de los 90, Cachita inauguró la casa de moda La Maison, con el objetivo de ofrecer al turismo —y a la élite criolla— una pasarela ahíta de modelos domésticas que exhibían la moda hecha en Cuba.
Antes existió Telarte, calificada en su momento por los diseñadores como una de las mejores iniciativas del garbo en Cuba. Funcionó desde 1974 hasta 1991 con una propuesta de alianza entre la industria textil y los artistas visuales. La auspiciaba el Ministerio de Cultura con la colaboración del Fondo de Bienes Culturales y Contex.
A este experimento debemos la confección de telas diseñadas por importantes artistas locales e internacionales como Mariano Rodríguez, Robert Rauschenberg, Raúl Martínez o Luis Camnitzer.
Pero todo eso ocurrió antes de que la bonanza de los años 80 terminara. El llamado periodo especial de los 90, que incidió en todos los sectores económicos cubanos, no dejaría incólume a la moda.
En los 2000, la diseñadora Diana Azcue advertía en la prensa sobre el desbarajuste del diseño de vestuario en Cuba: “Está bastante deprimido —dijo. La Industria Ligera no está desarrollada”.
¿Quién la escuchó? Estaba consciente de que los diseñadores no tenían respaldo por parte de esa industria y por eso la mayoría de las veces sus creaciones no se reproducían.
“La ropa a la que acceden los cubanos se compra en otros países y, si no, son adquiridas las piezas y aquí solo las cosemos. Pero eso es un problema, porque la fisonomía del cubano es distinta a la de los chinos y los europeos”, explicaba.
Reanimar la industria textil, ¿conveniente para quién?
Ilse Antón cree que en Cuba hay profesionales capaces de echar a andar la industria textil. “El Estado debería hacer asociaciones con el sector privado, es el momento en que el Estado debe empezar a dialogar con nosotros porque sería bueno que alguien arrancara esas textileras para trabajar de conjunto; se puede hacer. Sería bueno porque abarataría los costos”.
El también diseñador R10 apuesta por la existencia de otras opciones en el mercado y que estén alejadas del monopolio de consumo estatal. “Todo lo que ayude a que haya más posibilidades de productos, me gusta. Todo esto me parece bueno: comprar una camisa y que sea la única, nada más está aquí, ¡vola´o! ¡Y comprársela a Ilse que es cuentapropista y además mi socia, de mi época en el ISDI!”.
Aunque ella prefiere no hablar de los precios de Dador, la clienta a punto de graduarse de Contabilidad dice que el vestido de Dador fue el que más le gustó de todo lo que había visto recientemente en las tiendas, pero no lo podía pagar. 80 dólares, asegura, es demasiado.
Seguiría buscando hasta encontrar un sustituto, quizás, en Neptuno Modas o con cualquiera que venda o revenda ropa importada de manera informal.
Muchos siguen prefiriendo esa vía pues pueden pagar a plazos. Otros consideran que las piezas de “afuera” son mejores.
Para algunos la diferencia entre un negocio privado como Dador y un establecimiento estatal como Neptuno Modas, por ejemplo, está solo en los precios. Un vestido en apariencia similar al que le gustó a Celine en Dador, en Neptuno puede costar menos. No se detienen a mirar que uno está confeccionado con hilo comercial y el otro con lino.
En Neptuno toman pedidos, replican diseños, entallan la ropa. Hay una producción textil a pequeña escala pero no podría decirse que la que allí se vende es ropa de autor.
Algunos clientes, como esta estudiante de Contabilidad que lleva un negocio de renta de habitaciones junto a su esposo, no parecen tan preocupados por los detalles del proceso creativo. Se fijan en el precio. Un vestido seriado de Neptuno puede costar entre 10 y 40 CUC.
En Cris-Cris —la tienda de lencería— los precios son similares a los del establecimiento estatal: desde 7 hasta 25 CUC. Los vestidos pueden llegar a los 40 y los corsés, explica la dueña, son más caros porque es un trabajo muy especial, muy profesional.
“Siempre trato de poner los precios asequibles para los cubanos que compran mucho. Sobre todo, los hombres que vienen a comprar regalos a sus esposas o novias. En los días señalados vienen. Tenemos clientes que repiten. A mí me siguen en Facebook, por el diseño, por la calidad, por el trato. Acá puedes comprar todo separado. Puedes comprar solo de abajo o solo la parte de arriba de un traje de baño”.
Cris también ofrece el servicio de préstamo de ropa para photoshooting, realizados por diseñadores alemanes y para otros como Nicolás Ordoñez. En realidad, dice, lo ofrece a quien se lo pida. Varias modelos cubanas han usado sus creaciones. Eso le permite seguir ganando alcance. “Cuando usan cosas mías, son siempre interesantes. He creado para Rosario Cárdenas y para el teatro, especialidad en la que gané premio nacional de escenografía y vestuario por Las lágrimas no hacen ruido al caer”.
Por su parte, las creadoras de Dador, aun cuando no se cuelan en el top de diseñadores cubanos que han vestido a grandes figuras, defienden sus precios, basados en la exclusividad de sus diseños: “no hacemos diseños que no sean nuestros”, repiten.
Además, quieren ser friendly con el medio ambiente, en la misma línea de las grandes marcas de ropa del mundo que buscan las mejores variantes ecológicas: “Queremos hacer cosas con la gente de Protección de Animales de la Ciudad (PAC) porque el maltrato animal es muy fuerte”.
Cris asegura que tiene variantes de ajustadores sin metal, sin copa y otros accesorios sin aros. Ninguno es acolchonado porque no sigue las pautas industriales.
En este panorama, actitudes como la de Celine, que valoran una pieza de autor pero no tanto como para pagar altos precios, dan cuenta de que algunos diseñadores y productores de moda privados no están listos para asumir una oferta dirigida a distintas clases sociales.
Muchos de sus productos hoy siguen siendo inaccesibles, incluso, para quienes tienen ingresos económicos por encima de la media.
“A veces ellos piensan que están a la altura de los grandes diseñadores europeos. ¿Por qué? Un vestido en 200 CUC que no tiene nada especial es demasiado, incluso yo vi uno parecido en otra tienda de estas. Así que no me parece”, cuestiona Patricia, una joven emprendedora cubana, quien no teme pagar un precio `justo´ por la ropa que solicitó, pero nunca lo haría por un diseño que posee otro o por un trabajo que, a su juicio, no lo amerita.
En cambio, el artista R-10, de compras en Dador junto a su novia, comenta: “Yo pago lo que vale, los precios no son absurdos, siempre que te guste lo que compres, los precios no son absurdos. Yo prefiero pagar eso a una empresa privada que al Estado porque este al final vende productos de baja calidad y supercaros. Todo lo que puedo comprar en el sector emergente, a gente que conozco o amigos, se lo compro”, asegura.
Para él, el diseño de autor afuera es “una cosa” y, aquí, “otra”.
“En el mundo entero es normal, el diseño de autor en Cuba viene desde el otro lado. Es cuando te hartas de la industria. No hemos llegado en Cuba a eso porque no funciona la industria. Es lo que hay y ya. Se dice aquí que está emergiendo ropa de autor porque la hace alguien, pero no es como en otros países en los que el autor está saturado y protesta con su obra a una manera de vestir instaurada por el diseño industrial. Aquí hay diseño de autor porque no tenemos industria. Si Ilse tuviera un hongkonés que le hiciera la ropa industrialmente a menos precio, quizás no cosiera.
“Estas —vuelve a mirar su compra— son camisas honestas, hechas a mano. Pero es medieval, no es de autor” —sentencia.
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