Aunque ayer lunes en la tarde se ofrecieron los resultados oficiales de las elecciones en Cuba, los datos de la Comisión Electoral Nacional han traído más preguntas que certezas.
Si las cifras ofrecidas por la Comisión Electoral Nacional (CEN) son ciertas, el domingo 26 de noviembre de 2017 pasó a la historia como la peor participación electoral en Cuba durante los últimos 40 años. Solo votó el 85.94 % de los 8 855 213 electores registrados. Dicho de otra forma, por primera vez más de 1.2 millones de cubanos no asistieron a las urnas.
Se trata, por amplio margen, del mayor nivel de abstención registrado desde la instauración del actual sistema electoral cubano en 1976. En cantidad de votantes, hablamos de 403 729 personas más con respecto a los cubanos que no acudieron a votar en 2015. La tendencia al aumento del abstencionismo, registrada desde hace 15 años, se mantuvo. Ni el bombardeo mediático, ni los llamamientos en cada barrio, ni la campaña desplegada desde meses atrás para garantizar que los ciudadanos acudieran a las urnas, pudieron frenar el declive.
Sin embargo, aunque un 14% de abstencionismo en Cuba resulta inaudito, no es el único punto interesante dentro de las más recientes elecciones a Delegados a las Asambleas Municipales del Poder Popular.
Alina Balseiro, presidenta de la CEN, informó en la conferencia de prensa este lunes que, de las 7 610 170 boletas escrutadas, el 4.12% fueron depositadas en blanco, el 4.07% fueron anuladas y fueron válidas solo el 91.79% de las papeletas.
Además de los 1 245 043 cubanos que no asistieron, resultan llamativos los otros 313 539 que dejaron su boleta en blanco: lo más parecido al abstencionismo político, la mejor manera de no votar sin “marcarse” en Cuba. Contabilizando ambas, tendríamos a 1 558 569 electores que no ejercieron —directa o indirectamente— el voto.
Si a ello sumamos las 309 734 boletas anuladas, entonces serían 1 868 108 los votos que no contaron en esta oportunidad. Un número elevadísimo para los estándares electorales de nuestro país.
A falta de estadísticas precisas en estos informes de la CEN, no puede asegurarse que las razones de esos casi dos millones de votos perdidos fueran, exclusivamente, motivos políticos. Además del abstencionismo como opción electoral, en la ecuación incide el número de residentes cubanos que no se encontraban en la isla y no poseen un mecanismo efectivo —que debería garantizar el gobierno cubano— para votar; y también deberían contemplarse las equivocaciones a la hora de marcar la boleta.
Aún así, la ausencia de 1.2 millones de cubanos a las urnas y los 622 mil votos invalidados, no deben ser pasados por alto. Cuba ha cambiado, negarlo sería cerrar los ojos ante el elefante en la habitación. Pero, sobre cerrar los ojos ante lo que no nos gusta, es algo de lo que sabemos mucho en esta isla.
De cualquier modo, este proceso eleccionario nos deja una certeza: ya no podemos hablar en Cuba de apoyo unánime. Las declaraciones de que estas elecciones son el “el mensaje de un pueblo unido”, ofrecidas por Miguel Díaz Canel ante la prensa oficial cubana, no pasan de ser consignas que chocan contra una realidad que ya no es monolítica. Ahora el apoyo —aún mayoritario— deberá tratarse en términos de un “número considerable de cubanos”, utilizando las palabras de Alina Balseiro.
Problemas de cálculo
Por si no fuera suficientemente complejo el panorama electoral cubano, hay un problema mayor. Las cifras mostradas por Balseiro durante la conferencia de prensa son, cuando menos, contradictorias. Mirándolas detenidamente es inevitable pensar que las autoridades electorales no saben, por ahora, qué sucedió exactamente este domingo 26 de noviembre durante las elecciones generales en Cuba.
Partamos de la confusión mostrada por Balseiro al dar a conocer el número de cubanos que acudió a votar. Primero anunció que habían sido 7 608 404 electores —como expone el portal Cubadebate— y, dos minutos después, aumentó esa cifra a 7 610 170 —que es la que coincide con los otros cálculos ofrecidos por la CEN—. Ahora mismo, en cualquier análisis, hay un margen de error de 1766 votos.
Otro punto, donde las matemáticas no encajan, es en los porcientos. Sumando el 91.79% de boletas válidas, el 4.12% dejadas en blanco y el 4.07% de anuladas, llegamos al 99.98% de los votos contabilizados. Entonces, ¿qué sucedió con el 0.02% restante (cerca de 1500 boletas), equivalente a la cantidad de electores inscritos en dos Colegios Electorales promedios?
Por si fuera poco, los números arrojados por Balseiro —todos preliminares aún y que serán confirmados por la CEN en los próximos días— ofrecen una cifra digna de atención: en el día de las elecciones se dieron de alta en el registro electoral 410 158 personas, un 4,6% del registro.
De esos 410 mil cubanos solo sabemos algo a ciencia cierta: que fueron a votar. Esa es la única forma, legal al menos, en la que pudieron ser dados de alta, haber exigido ejercer el sufragio, aún cuando no aparecieran oficialmente registrados en las listas de los Colegios Electorales a los que acudieron.
Cuando abrieron las mesas de votación a las 7:00 a.m., estaban registrados 8 451 643 electores. Sin embargo, terminaron votando 8 855 213, un aumento que se ampara en las 410 158 inclusiones y en las 6 588 exclusiones registradas (por motivo de defunción). Tales variaciones determinaron que, entre los listados iniciales y la cifra final, hubiese una diferencia de 403 570 inscripciones. Cifra que no se dio a conocer hasta el lunes en la tarde.
El registro de electores en Cuba se hace de oficio, o sea, todas las personas con capacidad electoral están incluidas automáticamente. Es un proceso que realizan las oficinas del Carné de identidad y que se prepara y revisa con meses de antelación.
Entonces, de dónde salieron esas 400 mil personas extras el día de la votación es una duda que deberá aclarar la CEN, porque es una cifra significativa y que altera cualquier análisis sobre el tema electoral. Además, añade otras preguntas: ¿por qué no estaban incluidas estas personas en el registro electoral?, ¿si estaban incluidas y votaron por un lugar diferente al de su residencia legal, fueron restados de sus mesas de votación originarias?, ¿acaso estamos en presencia de una cifra de votantes duplicada?
Entender la importancia de este dato pasa por saber que el mismo podría rebajar notablemente el por ciento de abstencionismo en Cuba. No asombraría que, en algunas horas, pudiera usarse este argumento para disminuir el número de quienes no ejercieron el voto.
Además, Balseiro, para realzar el alcance de los comicios, aseguró —categóricamente— que en esta oportunidad habían votado 54 882 electores más que en la edición anterior. Sería interesante conocer cuál es la fuente de la presidenta del CEN pues, según el Anuario Estadístico de Cuba, en el proceso eleccionario de 2015 participaron 7 562 522 cubanos. Solo 47 mil menos que en 2017.
En cualquier caso, deberíamos tener las cifras definitivas en los próximos tres días. Entonces sabremos con cuál versión nos quedaremos. O finalmente se demuestra que la CEN se equivocó el conteo de votos y organización de los listados de electores; o bien confirmamos lo que ya apuntan las estadísticas: el nivel de participación electoral en Cuba continúa en descenso.
Ninguna de las dos opciones es, precisamente, una buena noticia para el poder político cubano.
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