El Gobierno cubano no posee la capacidad para aferrarse a los restos del otrora poder. Resulta inevitable, incluso para sus adeptos, democratizar el país. En esta circunstancia debemos orientar la acción política hacia un modelo social justo, con ideas y conceptos claros, que eviten ideologías o categorías vacías que solo entorpecerían.
¿Qué camino tomar? ¿Quién lo decide? Pues lo definimos y decidimos nosotros.
Actualmente, unos optan por el enfrentamiento y la división, y otros procuran condiciones para la convivencia en paz, libertad y bienestar. Estos últimos desean evitar mayores daños y dolores, ofrecer el perdón y el respeto, y establecer el encuentro, el diálogo y la dialéctica. La historia ha demostrado que solo un camino de paz asegura resultados certeros.
Por supuesto que cualquiera de las opciones debe asumirse desde la mayor libertad. Pero a la vez debemos tomar conciencia de que la libertad no debe conducirse por instintos, sino por la pasión que proviene de la conciencia.
El Gobierno cubano ha inoculado el odio político y el enfrentamiento, lo que empobrece el ejercicio ciudadano de quienes han sido prefigurados por la manipulación oficial —estén actualmente a su favor o en contra—. Ello solo incorpora arrogancia y victimismo, prédicas simples o absurdas, abandono de la política real y triunfalismo ridículo.
Las soluciones sólidas y duraderas resultarán exclusivamente de ese amor que, con independencia de todo lo anterior, puede estar en el interior de cada uno de los cubanos. Debemos convertir el amor en el fundamento de la solución que urge.
No habrá mejora de la crisis actual ni solución nacional auténtica si nos falta capacidad para convertir la exclusión en acogida, la represión en libertad, la injusticia en reconciliación y la pluralidad en respeto.
El odio nos ha destruido. Solo el amor podrá salvarnos —o no ocurrirá—.
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