Durante mi época universitaria, intenté impulsar con otros compañeros espacios estudiantiles de discusión política sobre los problemas del país. Una de las frases que más se escuchaba por parte de la institución cuando ponían reparos a la iniciativa era “¿y si entra alguien y te “vira la tortilla”?”, refiriéndose a la posibilidad de que alguna persona con intenciones contrarrevolucionarias tomara la palabra e influyera en la orientación ideológica de los participantes.
Ese mismo día podías estar leyendo en el periódico Granma: “contamos con un estudiantado consciente, preparado políticamente y seguro de sus convicciones.”
Uno no sabía a quién creerle y en la práctica enfrentábamos muchos obstáculos para organizar un espacio con enfoque problémico que no estuviera controlado por un profesor.
Y yo me preguntaba: si el estudiantado cubano puede ser tan fácilmente confundido, si la posibilidad de que sostenga una posición política es que no entre en contacto con ninguna otra, ¿de qué “consciencia” estamos hablando?
Este rasgo paternalista y controlador es típico de la relación de las instituciones del Estado cubano no solo con la Federación Estudiantil Universitaria sino con todas las demás esferas de la sociedad. Es la manera con que se busca asegurar el consenso en torno a los lineamientos del Partido.
En lugar de estimular el pensamiento crítico y la libre confrontación de ideas se le pone límites a lo que debe ser discutido y se estimula la adhesión incondicional a una sola línea.
El Socialismo no puede asegurar su legitimidad raptando el consenso popular sino triunfando una y otra vez sobre las ideas conservadoras en un ambiente de libertad.
Acto seguido del célebre “argumento de la tortilla virada” se nos hablaba de la necesidad de presentar nuestras propuestas a la institución antes de llevarlas a cabo, de forma tal que personas con más experiencias nos ayuden a evitar ese tipo de accidentes. Y si continuábamos insistiendo y se volvía un poco acalorado el intercambio, alguien apelaba a una frase contundente para cerrar de la discusión: “La FEU no es autónoma, se debe a la Revolución”.
Como no se ha definido colectiva y democráticamente qué es la Revolución y cómo saber si una práctica social determinada la enriquece o la debilita, quedábamos a expensas de lo que decida el sujeto con poder que tenías enfrente. Por tanto, en la expresión anterior se debe leer: “La FEU no es autónoma, se debe a la institución”.
Cuando la FEU solo se dedica a mejorar el trabajo de la facultad, organizar los juegos deportivos y los festivales culturales, o incluso plantear una demanda sobre la calidad de la comida y los problemas de bibliografía, no hay contradicciones. Cuando quieres además discutir los problemas generales del país, recibes una presión por diferentes vías que te empuja a mantenerte en el comportamiento esperado.
Estas visiones y prácticas se pueden identificar muchas veces en los propios dirigentes de la FEU. Y es que las expectativas que las instituciones tienen sobre la FEU han incidido, vía coerción, en las expectativas que los estudiantes y dirigentes tienen sobre su propia organización: no se plantean la posibilidad de participar activamente en la definición de la política nacional.
En la primera mitad del siglo XX, la FEU era una organización muy combativa, que reunió a la vanguardia de cada década desde 1920. Para recuperar ese legado tiene que conseguir autonomía, y para conseguir autonomía tiene que cambiar muchas cosas dentro de la FEU y en su relación con el Partido y el Estado. La relación no puede ser de lealtad y control, sino en todo caso de acompañamiento en las coincidencias y negociación de las diferencias.
Lealtad a un programa de transformaciones definido por todos: esa debe ser la consigna de la FEU.
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Kyn Torres
1. ¿Por qué Camila Vallejo —la ex líder estudiantil chilena— es más conocida en Cuba que el (o la) presidenta nacional de la FEU?
2. ¿Cómo el rector de La UH puede impedir una marcha estudiantil que apoyaba la demanda por los 43 normalistas desaparecidos en México sin que estalle algo?
3. ¿Cómo conciliar la FEU anestesiada de hoy y seguir hablando —con la misma lengua— de Mella (un adalid de la autonomía y la reforma universitarias; del comunismo en Cuba)?