Hace 500 años llegaron a estas tierras los primeros hombres que, provenientes de la medieval Europa, traían su cultura de avanzada y las más modernas armas. Llegaron a Dios rogando y con el mazo dando, siempre lo segundo más fuerte que lo primero. La espada y la cruz se encargarían de imponer todo lo que fuera necesario, cada uno a su modo.
Cuando la fuerza no fue suficiente, la estrategia del convencimiento y la persuasión tuvieron que ser empleados. Eran entonces las formas más avanzadas de lograr la hegemonía, tan necesaria en cualquier época. A golpe de espada y de cruz pareciera que han arribado los nuevos descubridores de esta Isla, tan lejana hace unos años y tan cercana de repente, en el centro de todo y de todos.
A Cuba ha llegado, bajo el signo del convencimiento, una visita tras otra, prometiendo mejores relaciones, crecimiento económico a partir de un mayor intercambio, puentes que no serán destruidos, más apertura al mundo, en fin, el tan ansiado desarrollo.
Con la espada llega el capital que pretende recuperar en algunos meses lo que ha perdido en más de cinco décadas. Bajo los designios de “puede más quien tiene más”, intentan repartirse una tajada que para algunos pareciera pequeña, pero tajada al fin, contribuye a llenar un poco más los bolsillos.
Pretenden anunciar su nuevo descubrimiento: “Cuba existe, y será grande porque nosotros la hemos encontrado”, ¡ay quienes así lo crean!
Nada de lo que tenemos ha salido de la nada. Ha tardado en construirse, en dársele forma. Como las pirámides que los europeos pretendieron destruir a su llegada a América, ha habido que poner piedra sobre piedra, unas veces más rápido, otras menos.
El mérito del hallazgo se lo intentan agenciar. Presumiblemente el modus operandi pudiera ser el mismo: con la espada será destruido todo lo que se oponga a los designios divinos y con la cruz –esta vez cultural- nos convencerán de que lo primero era correcto, e incluso necesario.
Por estos días muchos anuncian su gran descubrimiento: unos mediante discursos, otros filmando taquilleros filmes en una Habana remozada, no pocos en sus muy seguidos perfiles de Facebook. Resulta que de pronto y de la nada surgió en medio del Mar Caribe una Cuba –para el mercado- todo belleza, todo encanto, todo virgen.
Hasta el propio presidente de los Estados Unidos se ha llegado a esta tierra, tan esquiva a los dignatarios del Norte en los últimos noventa años, y en medio de una confusión generalizada ha asegurado que es hora de volver a comenzar, de dejar la historia en el pasado, de mirar al futuro. Incluso se tomó la libertad de confiarnos, como buen amigo que se anuncia, que todo no ha sido más que una simple equivocación de métodos y si estos no han funcionado ellos se comprometen a cambiarlos.
Una isla bendita por tres papas, decenas de presidentes, cantantes, estrellas de cine, grandes empresarios, miles de turistas. Un país otro desde el 17 de diciembre de 2014, que pretende continuar su rumbo como si nada hubiese pasado, como si todo siguiera igual.
Recién descubierta por los grandes medios, la comienzan a vender en el mercado. Según las estadísticas del turismo, parece que los resultados son buenos.
Mientras, en una esquina del malecón de La Habana, me he sentado a esperar las nuevas carabelas que nos vendrán a conquistar.
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