Mi hijo se llama Saulo. Inspiración bíblica sumada a propuestas de amistades, declinaron la balanza para el uso del nombre. Saulo es sinónimo de contradicción. Del cambio fugaz que puede sufrir una persona y de lo desgarrador y a la vez gratificante que puede resultar.
Las elecciones cubanas, me han hecho pensar mucho en mi hijo. Nada tiene que ver con la representatividad o la real democracia del sistema electoral imperante. Sino en su posible participación inconsciente, en lo que una de mis amigas ha denominado, “metáfora de la gran mentira”.
Antes y durante las elecciones la prensa cubana recreó el papel de nuestros niños en el proceso electoral. La custodia de las urnas, es la menor de mis preocupaciones. Más me preocupan, los adolescentes que “desde niños soñaron con votar en el mejor ensayo de democracia del mundo”. O aquellos que se durmieron extasiados con las historias relacionadas con nuestro modelo de democracia y que repiten, como mismo lo hice yo, una fórmula aprendida y que no por repetida deja de ser válida.
Todo eso, es una muestra del uso de la inocencia infantil. Del empleo de la inmadurez mental en función del teatro. Es la utilización de los más débiles, de los sometidos a NUESTRA RESPONSABILIDAD, para validar o en el mejor de los casos, embellecer un sistema.
En un artículo, publicado en esta misma plataforma y relacionado con el proceso electoral, me encontré un comentario largamente fundamentado y que definitivamente levantó mis alarmas. Alguien con ideas contrarias a las del autor del texto, preguntaba “¿cómo haces cuando tu hijo te hace preguntas o te comenta sobre lo que ha estudiado en Historia de Cuba? ¿Lo desmientes o te quedas callado, o le apoyas en lo que ha estudiado? No quiero ponerme en tu pellejo. Quisiera suponer que algún día te darás cuenta de que la realidad tiene otros matices. Y que esta Revolución es buena, y es grande, y sabe defenderse…”
Con dolor me vi reflejado. Con dolor vi que en unos años, puedo estar lidiando no solo con la contradicción implícita en el nombre de mi hijo, sino con la que puede producirse entre su familia y su formación. Con dolor me acordé de mis padres.
Ese comentario me recordó que mi hijo, si se forma en las condiciones actuales, no conocerá los “matices de la realidad”. Escuchará solamente sobre una “Revolución que es buena y grande” y solo cuando su ceguera acabe como le ocurrió a Saulo de Tarso, cuando su inocencia termine, conocerá cómo es que realmente esa misma Revolución “sabe defenderse”.
La educación ha sido vista en Cuba como un derecho de una única dimensión. Aquí todos los niños tienen derecho a un gratuito, pero exclusivo modelo educativo. Así mismo los padres, so pena de cometer delito, tienen la obligación de supervisar y de mantener a sus hijos dentro de ese único sistema (Artículo 85.3 del Código de Familia en relación con el 315 del Código Penal).
La doctrina jurídica contemporánea ha reconocido a la educación como un derecho que debe ser responsabilidad del Estado, pero en ningún caso exclusivo del mismo. El derecho a la educación si bien necesita prestación (obligación pública de garantizarlo) también requiere de libertad (posibilidad de los padres de escoger la enseñanza). En ese sentido la Declaración Universal de Derechos Humanos reconoce que los padres tendrán derecho preferente de escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos (Artículo 26).
Esa misma conclusión es la base de lo estipulado desde 1966 en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Ese instrumento internacional considera al Estado como responsable de proveer la estructura y los recursos presupuestarios y regulatorios para garantizar la educación. Establece los principios rectores de toda educación y niega la imposibilidad de interpretar esa obligación estatal como una restricción de la libertad de los particulares y de las entidades para establecer y dirigir instituciones de enseñanza. Regula como única condición para el ejercicio de esa libertad, el respeto a los principios reconocidos en el propio Pacto y el ajuste de la educación impartida en tales instituciones a las normas mínimas prescritas por el Estado.
El Estado cubano en los últimos 60 años ha hecho mucho para establecer un sistema educativo accesible para todos, pero no necesariamente aceptable por todos. La educación ha venido acompañada de instrucción. Sin embargo, el modelo educativo institucional ha sido invariablemente utilizado como mecanismo de adoctrinamiento, de formación ideológica exclusivamente marxista y de olvido de la diversidad filosófica.
Durante los últimos años han variado los métodos de estudio y las metodologías. Sin embargo, no ha variado la consideración constitucional de la educación como función exclusiva del Estado, basada en el ideario marxista y destinada a la formación comunista de las nuevas generaciones (Artículo 390). Consideración que entra en franca contradicción con la libertad de enseñanza que debiera tener la familia como cédula básica de la sociedad y a la que constitucionalmente también, se le reconocen funciones esenciales en la educación y formación (Artículo 350).
Mis ideas puede que sean consideradas elitistas. Habrá quien solo lea “educación privada” e ingratitud. Sin embargo, nada pudiera resultar más ajeno a la verdad. Agradezco mi instrucción, he podido compararla con varios modelos foráneos y resulta competitiva. Tampoco me interesa una educación privativa, si implica el abandono de las obligaciones estatales que hasta hoy se cumplen. Lo que sueño y aspiro más que nada como padre, es a una educación afrontable, abierta e incondicionada para mi hijo.
Me gustaría que a Saulo se le educara hablándole de religión, para que entienda plenamente la cultura universal. Para que no logre solo desordenarse “cuando lo toquen con la punta de un seno” sino para que comprenda también por qué “amar es resucitar”.
Me gustaría entonces, si se niega esa petición, que al menos, conozca de manos de su maestro a un marxista profundo y constituyentista de 1940, como Salvador García Agüero. Que le expliquen cómo y por qué su oratoria profunda y la democracia de esa Asamblea lograron excluir del mejor texto constitucional de la historia cubana, la copiada frase de la Constitución Norteamericana que invocaba el favor de Dios.
Me gustaría que se le eduque en la cultura del diálogo, de la polémica, del respeto por el criterio del otro.
Me gustaría que estudiara como parte de su programa académico “Tres Tristes Tigres”, para que sepa, como solo lo hice yo después de mi primera juventud y fuera de la escuela, que los cubanos tenemos tres y no dos Premios Cervantes.
Me gustaría no tener que emplear tiempo y mucho dinero, para enseñarle las bondades y oscuridades de Internet.
Me gustaría en fin, poder escogerle, dentro de mis posibilidades y dentro de las ofertas garantizadas por el Estado, instituciones y profesores que como Mendive, formen hijos que a diferencia de su padre, puedan llegar a ser la excepción.
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Casimiro