En 2021 Cuba encabezó el Índice Anual de Miseria, lo que generó titulares y comentarios en redes sociales y medios de prensa. En la versión de 2022 cayó al noveno lugar. Pero, ¿qué es el Índice Anual de Miseria (del inglés Hanke’s Annual Misery Index)?
«Miseria» no es el equivalente exacto de misery en la traducción al español. Entre los hispanohablantes, la palabra «miseria» es comúnmente asociada con privación material extrema e indigencia, mientras que la construcción del Índice apunta en una dirección un poco diferente.
La idea original para la construcción de un «índice de miseria» proviene del economista estadounidense Arthur Okun, quien fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Lyndon B. Johnson. Aparentemente, el indicador —calculado entonces para Estados Unidos— apareció a fines de la década de los sesenta y tenía dos componentes: inflación y desempleo. No es difícil entender por qué se quería captar en un número fácil de interpretar las tribulaciones económicas del ciudadano común, en una década caracterizada por lo que se denominó «estanflación» [estancamiento (alto desempleo) e inflación].
La combinación generó una enorme ansiedad en el público, expertos y políticos, dado que la teoría económica dominante (keynesianismo) indicaba que ambos problemas no se manifestarían de forma simultánea. El Índice trata de captar la evolución de dos indicadores económicos que tienen una influencia directa y negativa en la vida de las personas, aunque sus efectos son diferentes y no afectan a todos por igual.
Siguiendo esa construcción pionera, en 1999 el prestigioso economista de la Universidad de Harvard, Robert Barro, amplió la definición con dos indicadores adicionales: las tasas de interés de largo plazo y la brecha del Producto Interno Bruto (PIB). El primero captura el costo del financiamiento, mientras que el segundo recoge la diferencia entre el nivel del PIB observado y el PIB potencial. La mayoría de los economistas equiparan el PIB potencial con la tendencia de crecimiento económico del PIB a largo plazo. Si la brecha (diferencia entre el observado y el potencial) fuese positiva, ello sugiere que la economía marcha por buen camino y viceversa.
El propósito fundamental era examinar el desempeño de las distintas Administraciones norteamericanas, por lo que, en lugar de una observación puntual, se usaron períodos de cuatro años. La lógica (que se ha mantenido para la versión más contemporánea) contempla que las primeras tres variables tienen efectos perniciosos sobre la vida de las personas (desempleo, inflación y tasas de interés), mientras que la última (la brecha del PIB) es beneficiosa cuando es positiva.
En la década de los 2000, el economista Steve Hanke de la Universidad John Hopkins en Baltimore realizó dos contribuciones que ayudaron a «popularizar» el índice. Primero, la metodología de cálculo fue adaptada para integrar indicadores que estuviesen relacionados de manera más directa con la vida de las personas y con la forma en que experimentan el ciclo económico. La tasa de interés para préstamos bancarios tiene un impacto notable en la determinación de los niveles de consumo en las sociedades, en las que una parte notable de este se financia a través del crédito. Hanke incorporó la tasa de crecimiento anual del PIB en lugar de la brecha del producto. Es una medida mucho más fácil de obtener, pues aparece en las estadísticas oficiales y recibe mucha atención de los medios de prensa. En ese contexto, se interpreta como indicador de corto plazo del estado de la economía.
Steve Hanke (quien es experto en regímenes cambiarios e incluso fue coautor de una propuesta de caja de conversión para Cuba en 1992) también comenzó a calcular y publicar el índice para una muestra cada vez mayor de países, por lo que la atención se extendió más allá de las fronteras de Estados Unidos.
Por último, ante ciertas críticas, el experto modificó otra vez la metodología de cálculo para la versión de 2022 que se publicó en semanas recientes. Básicamente, el cuestionamiento apunta a que los indicadores no debían ser incluidos con la misma ponderación. Por ejemplo, se citaban estudios que demostraban que el desempleo tiene un impacto desproporcionado sobre el bienestar de la gente, en comparación con la inflación. Como una reacción, Hanke decidió multiplicar por dos la tasa de desempleo, otorgándole un mayor peso en el resultado final. De esta forma, la versión más contemporánea de la fórmula para el cálculo del Índice quedó así:
HAMI*=tasa de desempleo*2 +tasa de inflación+tasa de interés-tasa de variación del PIB
La historia del Índice refleja algunas cuestiones que deben tenerse en cuenta a la hora de apreciar en su justa medida un indicador como este, que de vez en cuando inunda las redes sociales y suscita diversos comentarios. Por un lado, la agregación de estas variables (desempleo, inflación, tasas de interés e incremento del PIB) trata de reflejar cuantitativamente en qué medida ellas afectan la vida de las personas. En ese sentido, una traducción más exacta del nombre del Índice al español pudiera ser «índice de desdicha, angustia o desgracia». Hay una relación entre las medidas y la pobreza material, pero no es lineal ni exacta. La relación se puede apreciar mejor a largo plazo. Si los indicadores evolucionan de manera desfavorable de forma sistemática, ello conduce irremediablemente al empobrecimiento de un país. Sin embargo, el valor que circula cada año ofrece solo una «foto» de la situación económica.
Por ejemplo, en el listado correspondiente a 2022 Argentina se ubica en el lugar 6, Cuba en el 9 y Turquía en el 10. En los tres casos, la inflación es el componente de mayor peso en el valor final del Índice. Los tres países encadenan varios años con tasas de inflación muy altas que sin dudas constituyen motivo de preocupación y desencanto para sus poblaciones respectivas. Sin embargo, sería muy difícil argumentar que el nivel de riqueza material es menor en Argentina que en Cuba, o que en Cuba es muy similar al de Turquía.
Por otro lado, la naturaleza de los indicadores que forman parte del Índice facilita que tengan lugar variaciones bruscas en las posiciones de los países de un año a otro, sobre todo en pequeñas economías en desarrollo que tienden a una mayor volatilidad en sus variables macroeconómicas o que atraviesan situaciones extraordinarias. Un caso reciente fue el de Libia, país que en el escalafón de 2021 se ubicó en el mejor puntaje (menos miserable, en la lectura del Índice). La razón fue un hecho singular. Luego de años de guerra civil y colapso de su poderosa industria petrolera, en 2021 logró relanzar la producción de crudo, lo que posibilitó un aumento del PIB de casi un 63 %. Por la forma de construcción del Índice, el valor opacó por completo las lecturas del resto de las variables.
Adicionalmente, la selección de los indicadores refleja mejor la situación de un grupo específico de países (los países de economía de mercado con un relativo alto nivel de ingreso). En las economías de alto desarrollo y mercados domésticos estructurados, la inflación y el desempleo son reflejos adecuados del estado general de la economía y pudiera admitirse que son determinantes adecuados del bienestar de la población.
Para muchos países en desarrollo, sería más revelador incluir la proporción de empleo informal como muestra de la salud del mercado laboral; o la brecha entre tipos de cambio oficiales e informales, en tanto reflejo del acceso efectivo a moneda extranjera (aspecto clave en pequeñas economías abiertas y dolarizadas). Como resulta obvio del cálculo, no se consideran ni indicadores sociales ni medidas de desigualdad.
En el caso de Cuba, concurren otros problemas debido a su condición de economía centralmente planificada (aunque con variaciones sustanciales respecto al modelo más tradicional). Una muestra sería que la variación de los precios, allí donde verdaderamente ocurre, no tienden a informar de manera fiel las condiciones de la oferta y la demanda en mercados específicos. Muchos precios en la economía los fijan las autoridades, mientras que otros están sometidos a controles de diverso tipo y tienden a ser más comunes durante épocas de crisis económica. Lo anterior redunda en que los valores no reflejen las condiciones de escasez relativa, por lo que tienden a subestimar la penuria a la que se enfrentan los hogares.
Por esta razón, los desbalances en los mercados de consumo tienden a manifestarse con mucha intensidad a través de la aparición de la escasez, las colas y la proliferación del mercado informal de reventa y contrabando. Estas últimas no serían deformaciones de la conducta de las personas, sino una reacción ante la disfuncionalidad de un modelo. Asimismo, la tasa de desempleo es más baja en Cuba que en la inmensa mayoría del mundo (como consecuencia de una política expresa de pleno empleo), pero genera otros trastornos como los bajísimos salarios reales (ante la baja productividad media) y un abultado subempleo o desempleo encubierto.
La recomendación para interpretar el Índice de Hanke es entender las variables que se usan en su construcción, sus limitaciones generales (aceptando que todo indicador sintético, por su naturaleza, capta solo una parte de la realidad), así como considerar las características singulares de la economía cubana. A fin de cuentas, tanto su creador como quienes han adaptado la metodología en épocas recientes no tenían grandes pretensiones, solo desean captar en un número algunos aspectos relevantes para informar el debate sobre economía y las preocupaciones del ciudadano común.
*HAMI: Hanke’s Annual Misery Index
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Daniel Pérez ríos
Roberto Pinet Cruz