Foto: Henry Co./ Pexels. Tomada de Progreso Semanal.

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En el margen

7 / septiembre / 2019

En el margen está el absurdo. Es la dirección de cientos de profesionales cubanos que persisten en ejercer la carrera que estudiaron, que aman, a pesar de todo. Todo, en este caso, es el sinsentido, la indolencia de quienes los empujan hacia fuera, el dolor de saber que pueden cansarse, y finalmente irse porque, hasta donde se conoce, hay una sola vida. Y mucho mundo.

La primera locura es que este espacio y tiempo después del cual solo queda el horizonte, pegado a los bordes externos del país, este margen, exista. Y que esté habitado, en su mayoría, por personas que no se han largado de una isla que durante más de 40 años ha tenido como norma un saldo migratorio negativo (-21564 personas en 2018), que han elegido vivir aquí, con todos los desgastes que implica el día a día en medio de una profunda crisis económica. Sin embargo, ese margen existe.

Allí, en ese margen, ejercer la profesión que se estudió —la elegida, amada— fuera de las instituciones del Estado será también al margen de la ley. Eso vale para casi todos los casos. Fueron en su mayoría oficios los bendecidos con la posibilidad del cuentapropismo. Podrá sacar una licencia que le permita pagar impuestos y ser socialmente reconocido un contador, un programador, un artista y hasta un zapatero, cerrajero o artesano. Pero no un arquitecto, diseñador, periodista, comunicador, abogado…

Estos jóvenes han sido empujados a la ausencia crónica de legitimidad, atrapados en esa circunstancia en la que las viejas normas vigentes no evolucionaron al mismo ritmo que este nuevo tiempo de Cuba. Esquivando los aun bajos salarios del sector estatal y con la aspiración de involucrarse en proyectos más atractivos, muchos han llegado a este margen, donde se subestima peligrosamente el derecho a vivir con decencia ejerciendo lo que se estudió.

El absurdo es el lugar en el que la realización profesional es utópica para no pocos.

Es también muchas de estas personas deseando pagar impuestos, declarar ingresos sin tener forma de hacerlo porque ninguna autoridad ha autorizado su desempeño laboral. Es, por ejemplo, ir a abrir una cuenta de ahorros en un banco cubano y tener que decir que el efectivo que se deposita es producto de remesas o el regalo de algún familiar porque no hay forma de justificarlo como ingresos personales.

En el margen de un país, el absurdo es la desprotección de vivir sin derecho a la seguridad social, dispuesta en Cuba a partir del empleo formal o de la actividad cuentapropista legislada. No se trata solamente de unos pocos pesos cubanos cada mes, sino del reconocimiento social a toda una vida de trabajo. Las pensiones por vejez, aunque aumentadas recientemente, no le cubren la vida a ningún adulto mayor ahora mismo, pero al menos la tienen. Muchos jóvenes profesionales cubanos, de permanecer en la Isla, no tendrán ni siquiera eso.

Al no estar reconocidos estos profesionales, la contratación por parte de entidades y/o personas naturales es otro hueco negro. Pero la falta de contratos no es solo eso. Significa además sobrevivir a expensas de la ley del más fuerte, o en este caso del que más dinero tiene. Cobrar con atrasos por el trabajo realizado, o sencillamente no cobrar, y no tener forma legal de exigir el pago pactado —de palabra, siempre de palabra—.

Estos jóvenes creyeron entrever nuevas opciones de vida en el país cuando en 2011 se permitió nuevamente el trabajo por cuenta propia. Y ahora esos nuevos caminos redundan en la falta de opciones.

El absurdo es ver a jóvenes amigos y colegas buscando un puesto en el sector estatal donde no haya que trabajar mucho “pero que tenga internet”, para poder compartir el tiempo con actividades más lucrativas con las que poder, digamos, pagarse un alquiler. O sencillamente que les interesen más en lo profesional. Comer es otra historia, probablemente otro trabajo. Es demente: buscar un trabajo en el que en realidad no se quiere estar porque no hay cómo pagar del bolsillo propio el precio irracional del acceso a internet —sean datos móviles o la wifi en los parques, devenidos muchas veces oficinas—, o porque no es descabellado contar con al menos 400 pesos cubanos cada mes en un mercado laboral por cuenta propia inseguro, inestable, desregulado y cruel.

El sinsentido integral es que una institución del estado que carece de impulso, de nuevas ideas, y de fuerza de trabajo se dé el lujo de rechazar a profesionales jóvenes porque alguna vez participaron en un evento internacional que no fue bien visto por las autoridades del país. O que los expulse porque hayan decidido auto gestionar su superación en el extranjero, como si, en el colmo de la desconfianza, “allá afuera” pudieran “lavarles el cerebro” en ¿una semana? Que cuando esas instituciones deberían abrirles las puertas, los pongan a elegir, sin una mejor propuesta que un salario que no alcanza, condiciones de trabajo paupérrimas y burocracias desgastantes. Y que esas expulsiones se concreten frente a un funcionario que dice entender, “sé que no es justo”, pero que no puede ni se atreve a hacer otra cosa, viendo cómo estos jóvenes viran la espalda a buscar trabajo en otro lugar.

Es saber que todo eso puede volver a pasar cuando toquen otra puerta. Que habrá otra verificación, como un loop infinito y triste.

En el margen está también el fuego cruzado. Cuando cualquier paso en falso, cualquier audacia o actuar coherente puede convertir a estos profesionales en aliados del imperio, mercenarios de Miami (o de Matanzas). En ese lugar inaudito hay muy poco espacio para el disenso, el diálogo y la transparencia. Y terminan en territorio comanche, porque para los de afuera no son más que adocenados del “régimen comunista” y para los de dentro son desafectos a las órdenes del dinero que intenta desestabilizar a Cuba. Pero siempre adocenados, porque es también lo más fácil de asumir, como si la patria no fuera también un espacio personal.

A algunos de estos jóvenes, también, les han prohibido la salida del país. Descubren que existe un expediente de seguimiento del cual no tenían idea. O vemos todos, porque lo vemos, cómo algunos son citados por la policía para analizar lo que han estado compartiendo y las opiniones expresadas en perfiles personales de redes sociales. Esa desprotección absurda, verdaderamente anticubana.

Entonces comienzan a pensar que, después de todo, no es tan mala idea salir a oxigenarse, quizás a estudiar o a trabajar un tiempo en otro país, y ya luego regresan. Tienen esa idea, ingenua, que desde luego regresan. Incluso cuando saben que, una vez en otra fotografía, todos los absurdos se magnifican, se solidifican porque se enfrían, y se hace también más difícil regresar.

Y así, en ese loop infinito y triste.

El absurdo, en definitiva, es que el margen de un país se engrose tanto, muela tanta fibra humana, que las excepciones terminen siendo la regla. Que vivamos al revés.

Este texto fue publicado originalmente en Progreso Semanal. Se reproduce íntegramente en elToque con la intención de ofrecer contenidos e ideas variadas y desde diferentes perspectivas a nuestras audiencias. Lo que aquí se reproduce no es necesariamente la postura editorial de nuestro medio.

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