Unos días antes de la visita de Obama, la Red de Jóvenes Anticapitalistas difundió una declaración donde se demandaba una mayor autonomía para la sociedad en el ejercicio del antiimperialismo y de la solidaridad.
La declaración afirmaba que esto se hacía muy necesario en situaciones como la visita de mandatarios imperialistas, o ante las arbitrariedades cometidas por gobiernos con los que existen vínculos provechosos por parte del gobierno cubano, y alertaba sobre la necesidad de contrarrestar los impactos simbólicos de la visita de Obama mediante el activismo ciudadano.
La demanda estaba precedida por décadas de alineamiento entre las posiciones del gobierno y las organizaciones sociales, y por décadas de reclamos sobre la necesidad de complejizar esa relación por parte de grupos minoritarios, como la citada Red.
Era muy difícil que cambiara de un día para otro un rasgo profundamente enraizado en la práctica política de dirigentes estatales y sociales. El gobierno norteamericano es consciente de este modo de funcionamiento, por lo que existía la posibilidad de que interpretara cualquier manifestación antiimperialista de las organizaciones de masas y otros grupos de izquierda como una actitud saboteadora del gobierno cubano. Los órganos de seguridad eran conscientes de la posibilidad de que grupos disidentes contrarios al acercamiento diplomático enmascararan sus intereses con acciones antiimperialistas para afectar la visita.
El resultado, no pudo moverse un dedo esos días, ni por la derecha ni por la izquierda.
Nos atamos de manos a nosotros mismos y Obama hizo su entrada triunfal. Comienza el show: en la esquina azul… ¡Obama!… en la esquina roja… ¡Obama!
Era lógico que la pelea iba a ser esencialmente simbólica durante toda la visita. Obama arremetió “con todos los hierros” y el gobierno cubano vino a reaccionar a la altura del martes, después de ser avasallado en el foro de negocios.
Quienes apostamos a la cultura antiimperialista desde posiciones ciudadanistas sentimos cierto alivio al ver que no nos habían trocado el país, pero mantenemos la misma postura: el antiimperialismo es un asunto del pueblo en primer lugar. De nada vale que los periódicos se llenen de artículos si el pueblo no comparte sus ideas.
De nada vale marchar el 1 de mayo contra el imperialismo si no es iniciativa de las masas.
Cuando lo son, las acallamos. La lista de argumentos obstaculizadores se ha ido engrosando. Si organizas un espacio de debate crítico: la prensa extranjera puede manipular tus ideas/la disidencia puede entrar y “virarte la tortilla”. Si organizas una marcha de solidaridad con Ayotzinapa: se puede confundir con una marcha de la disidencia/el gobierno cubano no se ha pronunciado. Si quieres desarrollar una acción de denuncia durante la visita de Obama: el gobierno norteamericano pudiera interpretar que…
Ahora los contraargumentos: ¿cuándo llegará el día en que los mandatarios que nos visitan sepan que las obligaciones del gobierno cubano no son necesariamente las de las organizaciones populares? ¿Cuándo llegará el día en que sea natural que un estudiante de la UCI increpe al Presidente del Parlamento, y la prensa extranjera se quede sin titulares? ¿Cuándo llegará el día en que se evidencie la escasa influencia social de la disidencia sin que tengamos que ir a abuchearlos? ¿Cuándo llegará el día en que las calles de La Habana no sean un privilegio exclusivo de las organizaciones de masas, o de las Damas de Blanco?
No tengo las respuestas para esas preguntas, solo les puedo decir que los interlocutores administrativos y policiales con los que lidiamos no trabajan con esa intención.
Pueden ser incluso buenas personas realmente convencidas de la necesidad de tales prácticas, pero dedican más tiempo a conservar la realidad que a cambiarla. El cambio es responsabilidad del gobierno, confiemos en la sabiduría de la dirección del país. Pero es que llevamos muchos años confiando, y la situación no mejora. Se nos pidió confianza sobre el manejo político de la visita y resultó que Obama, el mismo hombre que ordenó los bombardeos a Libia, es el nuevo líder de las clases bajas.
La visita de Obama puso al desnudo todas nuestras deudas. Para saldarlas necesitamos políticas estatales renovadas pero ellas no van a caer del cielo: dependen de lo que exijamos, organicemos y hagamos como pueblo.
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