¿Cómo le explico a mi hermana que su posible trasplante de riñón será el doble de riesgoso porque una ley de 1917 limita comprar sus medicamentos? Esto le preguntaba a Samantha Power mientras leía su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Y aunque el sistema de salud en Cuba ha desarrollado extraordinarias habilidades para conseguir a miles de kilómetros de distancia lo que está a menos de noventa millas, la probabilidad de una demora en el envío de medicamentos, los altos costos, las trabas en el traslado o cualquier otro impedimento se me antojan posibilidades reales.
Mi hermana nunca ha sido dada a las “cosas políticas” como suele decirle. No entiende de ellas y no quiere entender. No reconocería a la Power ni aunque la tuviera delante y mucho menos sabría que es la misma persona que ha creído siempre en la utilidad de medidas como esas. Todo ello no impide que ahora tenga que padecer sus efectos en carne propia, y no poder decir que es “trova política” o “no es lo mío”.
Un amigo, como mi hermana, no cree en esas historias que a veces no entiende o le parecen más de lo mismo: pretextos, y para colmo de males, trillados.
Tiene VIH. Requiere de retrovirales. Hace algunos meses me llamó preocupado porque parte de sus medicamentos estaban en falta. En la farmacia le habían dicho que la producción estaba detenida por la carencia de materias primas que demoraban en entrar porque habían tenido que ir a buscarlos al otro lado del mundo. Entonces la cuestión se le tornó más seria, personal.
Los factores externos no son los únicos. Quizás ese mismo barco demora en el puerto par de días más por desorganización, falta de prioridades, cuestiones internas que no necesariamente se sustentan en leyes tan antiguas como la de comercio con el enemigo. Esa que el vecino esgrime como madre y raíz de todas sus legislaciones que asedian a la economía cubana.
Ahora hablo con mi hermana. Pensamos en alternativas, opciones, posibilidades. El médico le ha dicho que con buena suerte y al ritmo actual para el próximo año tenga que operarse definitivamente. Él, como nosotros, tiene esperanzas de que para entonces se hayan aliviado restricciones que permitan más prontitud y mayor acceso a medicamentos más baratos y cercanos.
Mi amigo aunque no se conforma tiene también que esperar. “A ver qué pasa”, me dice. “¡Veremos!”, le respondo. Y entonces el bloqueo se me hace algo personal. Una historia entre miles, millones.
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