Sobre el envejecimiento podemos decir mucho, pero sería conveniente hacerlo desde diversos pensamientos y posiciones para llegar a la autenticidad. Foto: Maikel Valle.
«Quiero hechos, no palabras»: dilemas del envejecimiento en Cuba
30 / mayo / 2022
Quiero hechos, no palabras.
Si quiero palabras, me leo un libro.
Frida Khalo
Hace unos días conversé con un papá que no vive en Cuba. Me contó que llamó a su hija, quien cursa en estos momentos la escuela primaria en La Habana. La exhortó a practicar un deporte; eso sería muy bueno para ella. La niña explicó que los deportes que ofertaban en la escuela no le agradaban, excepto la natación. Al padre le pareció excelente la idea.
A los niños de la zona que se interesan por practicar, los llevan al Parque Deportivo José Martí, otrora instalación amplia y cómoda que contaba con gimnasio y piscina. Hoy todo se encuentra totalmente destruido. El papá quedó estupefacto cuando la niña le explicó que aun así les enseñaban a nadar fuera del agua.
Vivimos contextos surrealistas muy fuertes y lo más triste es que las nuevas generaciones crecen en esa irracionalidad. Estremece saber que algunas personas de avanzada edad emigran por el mismo sendero que toman miles y miles de jóvenes. Hace pocos días, una señora de 82 años atravesó el Río Bravo junto a su nieto, antes lo hizo un señor también mayor al que le falta una pierna.
La palabra puede comenzar a crear la posibilidad del peligro. En ella se dice lo más puro, pero también lo más oculto. Hay palabras habladas, dichas, redichas; eslóganes; propaganda; consignas; dogmas; los cuales atentan por igual contra el ser y su esencia.
El poeta Hӧlderlin escribió estos versos esenciales: «desde que somos palabra-en-diálogo / y podemos los unos oír a los otros».
El diálogo y su unidad es lo que soportaría nuestra realidad de autenticidad. Fíjense que el poeta alemán no escribe simplemente: «somos-diálogo», sino «desde que somos diálogo», pues «hacerse-diálogo» es un acontecimiento histórico fundamental.
Sobre el envejecimiento podemos decir mucho, pero sería conveniente hacerlo desde diversos pensamientos y posiciones para llegar a la autenticidad.
Es impresionante lo que escuchamos en el país acerca de la existencia de programas y proyectos que se realizan con el objetivo de atender a la ancianidad.
Escucho las intervenciones, por ejemplo, de Teresa Orosa, presidenta de la Cátedra del Adulto Mayor, y es gratificante constatar el nivel de socialización que se ha logrado alcanzar entre estas personas, lo bien que se sienten en sus intercambios sistemáticos, las iniciativas que desarrollan entre ellos; en fin, el crecimiento como seres humanos que la prestigiosa institución ha aportado desde hace un tiempo considerable.
Un grupo de investigadoras e investigadores se ha volcado al estudio académico sobre los avatares de las personas que entran en la última etapa de la vida. El hecho de que la ONU declarara esta década como la del envejecimiento saludable se ha convertido en un acontecimiento mundial y es algo digno de saludar. Sin embargo, algunas cuestiones preocupan en el caso cubano:
- La atención a los denominados deambulantes o indigentes, la mayoría de ellos personas mayores. No todos son locos que escogen la calle como sus viviendas naturales ni adictos al juego que perdieron sus bienes. Son seres humanos que necesitan condiciones mínimas de vida. La opción de un supuesto albergue (situado en Las Guásimas, donde parece recogen a los «sin techos» de La Habana) a donde los conducen de forma temporal durante visitas de extranjeros importantes o ante una amenaza de ciclón, pero esa no es la solución a sus problemas. Según sus propios testimonios, en muchos casos los maltratan, les dan comida en mal estado. Por tales motivos prefieren la calle.
- El anteproyecto del Código de las Familias destina un espacio significativo al cuidado de los mayores de 65 años. Sin embargo, el discurso oficial no menciona iniciativas concretas acerca de la atención a los ancianos sin casa o que viven solos. Tampoco sobre los cuidadores, que no tendrán apoyo alguno debido a las condiciones deplorables en que vive el país. Se requeriría de decretos y políticas concretas que hagan realidad esas disposiciones del código, pero si tengo en cuenta la terrible crisis económica por la que atravesamos, no veo luz en el camino.
- Convertir una ciudad amigable para las personas mayores requiere, entre otras cuestiones, que posea calles en buen estado constructivo; un sistema de transporte adecuado y eficaz, el cual no existe en el país; un sistema de salud que garantice las medicinas a ese sector de la población.
- Mi generación trabajó durante muchos años y brindó lo mejor de sí. Muchos de nosotros no escogimos, por diversas circunstancias que no vienen al caso analizar, la opción de emigrar. Una parte importante de quienes se quedaron laboran en diversas especialidades que en muchos países del mundo son valoradas. En Cuba recibimos una pensión miserable. ¿Por qué tenemos que depender de nuestros hijos emigrados para sobrevivir? Es frustrante haber trabajado durante décadas para nada; para absolutamente nada.
Ahí dejo mis palabras con la ilusión de que la niña que quiere aprender natación disponga, por fin, de una piscina adecuada. Que los llamados deambulantes sean atendidos no solo por la Iglesia, sino que sus carencias sean resueltas por una voluntad política; que la ética de la compasión prevalezca por encima de una investigación fría y alejada del que sufre; que se erija como la tarea cumplida no desde la superioridad, sino que sus respuestas estén siempre recontextualizadas y en revisión. Lo humano no se representa en las definiciones de un discurso.
No se trata de pedir piedad. El piadoso se siente inmune, sabe que el dolor del otro nunca será el suyo, por lo general estas personas realizan su obra de manera teatral, a plena luz, porque persiguen reconocimiento y disfrutan mucho ese momento.[1] ¿Saben qué? Ello es una muestra más de la crueldad humana.
El compasivo sabe escuchar el grito, se coloca en el lugar del otro, ve los rostros de los que padecen, los acompaña y los auxilia desde la humildad y la discreción.
Termino con los versos de una adulta mayor excepcional, Flor Loynaz:
Yo no quiero otra sangre que la mía:
esta sangre que lleva por mis venas
mezclándose al acíbar de mis penas
la dulzura de mi melancolía.
Yo no quiero otra sangre: no querría
ni fuerza ni salud si son ajenas.
¡Quiero ser lo que soy! ¡Y soy apenas!
Y aún de mí me fatigo todavía.
Ya pasó la olvidada primavera
y se encanece mi cabello lacio…
Como estrella que oscila en el espacio
late mi corazón, que nada espera.
Déjale adormecer, y que despacio
entre las sombras de mi pecho muera.
[1] Para comparar las diferencias conceptuales entre piedad y compasión, sugiero la lectura del texto de Joan-Carles Mèlich Ética de la compasión (Herder Editorial S. L., Barcelona, 2010).
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